viernes, 17 de julio de 2009
























Les aseguro que no se trata de la versión cañí de cualquier psico-drama comediado de Woody Allen. El titulo lo parece, si me apuran retornamos a Ionesco o Mihura, un poco de Jardiel Poncela, una gotas de Tip y Coll, algo de Gila, el espíritu de la Codorniz o el nombre de cualquier grupo punki del aire de “tarzán y su puta madre buscando piso en Alcobendas”. Imagino que ya han hilado con el Absurdo, así con mayúsculas. Y la historia lo parece. Cómo en pleno monte, apartado de casi todos, con el ruido de un río de agosto como fondo y único acompañante, se pueden perder dos chanclas. Modos de perder chanclas puede que imaginemos muchas, pero no se si hay alguna razonable que le conceda su propia iniciativa. Por si andan repasando lo que he escrito, y ya barruntan que la iniciativa se la estoy concediendo a las chanclas. Pues señores barruntan bien.

Fueron depositadas pegados al lugar que compartían dos amigos que en algún momento quedaron lo suficientemente dormidos como para no entender como esas mismas chanclas habían desaparecido en el transcurso de una noche en la que ambos presumieron de un descanso ligero, mal dormido y peor soñado.

De los despertares ni hablamos. Un café caliente y unas tostas de tomate con aceite de oliva, pimiento, cebolla, sal y pimienta pusieron un poco de orden en unos cuerpos digamos que castigados. La noche acompañaba, pero creo que un poco límite para dormir al abrigo del improvisado raso.

Regresando al misterio. O, las chanclas quisieron comenzar un nuevo camino. O, una sombra buscó acompañante para sus pies. También puede ser que se separaran y buscara cada un nuevo camino que recorrer. La posibilidad de que un animal la tomara nos obliga a contemplar seriamente que la introducción en la escena un segundo animal. Estaremos de acuerdo que si los animales tuvieran dos bocas abandonaríamos esta teoría.

Quizá muchas teorías que no terminan de ajustarse a la praxis, difícil zapato para que le quepa cualquier componenda medio historiada.

La práctica parece una palabra muy poco aventurera. Fría y sin alma. Los que saben de vida, ya me adivinan que voy a plantear las coincidencias, contradicciones y casualidades que manejan la caprichosa praxis. La ciencia se ocupa de darle un sentido a todo ese alboroto.

Algunos se lo gobiernan ellos solitos, y otros se agarran a los clavos ardiendo que el camino le brinda. No importa mucho el tipo de clavo, luego le pasamos por el tamiz de lo “razonable”. Y si no hay demasiada tormenta nos lo calzamos para seguir caminando. Like a rolling Stone, vamos que nada nuevo bajo el sol.







Aquel día, las chanclas acordaron ir al río con su montaña. O al valle de la montaña por donde el río presumía recorrer. Vaya que llegaron a la Pedriza. Lugar conocido y celebrado. No era la primera vez que iban. Ya conocían el camino y jamás comentaron nada en su contra.

La sombra del valle, el rumor de las aguas abriéndose paso, entre rocas y matorral. El granito que tanta energía les transmitía. La belleza visual de unas montañas que se elevan entre el lugar descrito anteriormente nunca les hizo negar un mal paseo.

Recuerdan la primera vez que fueron, como tropezaron con una roca que aprovechó la penumbra para salir al paso de una de ellas –no es elegante apuntar-. Dieron con su sombra en el duro y áspero suelo. Aquel incidente les hizo dudar. Pero, la segunda incursión en el lugar de los hechos fue comentada durante semanas. Aunque sólo entre ellas se atrevan a reconocer que hasta la última parte del camino de regreso no terminaron de soltar una precaución, que otros llaman prudencia, y los más sinceros se regodean en llamarlo miedo. Lo moderno debe ser llamarlo presión.

Esto es un teatro. No lo olviden. Y la grandeza del paseo tropieza con la mezquindad de la presión. Grandes y mezquinos, juntos y al mismo tiempo.

Las chanclas que conviven con los humanos tienden a sentir. Con lo feliz que hubieran sido en el fondo del almacén del último barco que les trajo desde China. Siempre estuvieron de acuerdo que la travesía entre Pekín y Barcelona era maravillosa. Y que en cualquier bodega con ánimo de almacenar chanclas del más chusco de los barcos que pueda navegar con dignidad sería un buen lugar para vivir y para morir.

Alguien tuvo a bien descubrirlas en el fondo de cualquier bodega, y sin prácticamente ver Barcelona, nos metieron en unos camiones nicho. Alli todas colocadas y alineadas como si fuéramos militares. Jamás había visto nada parecido en ningún otro lugar. Con la ilusión que me hacía conocer la vieja Europa.

Reconozco que el inicio no fue esperanzador. La vida se dibujaba monótona. Sin brillos ni sombras. Condenadas a la rutina, las estrecheces del camión debían dar paso a otras estrecheces. Un segundo camión, un almacén que acumulaba olores de décadas, y al final se hizo la luz. Bueno, la luz con su color. Y la gente que caminaba frente a nosotras.

La verdad es que desde entonces todo ha sido mejorar. Hartas de camiones, bodegas y mostradores, un día cualquiera, de cualquier semana, una persona de apariencia agradable nos cogió a la par, nos tiro al suelo, nos pisó con cierta delicadeza y nos dio un primer paseo que anunciaba nuestro nuevo camino. El pacto se estableció de inmediato. Nosotras en el suelo asumíamos el peso y el brío de nuestro acompañante. A cambio, seríamos cobijados de soles, aguas y nieves. Ya teníamos nuestro mago para iniciarnos en la soñada Europa. El mago del tarot, El hacedor principiante, el inicio de todo, el primero de los 22 arcanos, el motor del resto de nuestra vida, o eso al menos es lo que entonces pensábamos.





Ya desde la infancia nos habían anunciado nuestra nueva vida. La idea era caminar, pero no sabíamos hacia donde. Por qué caminamos, a donde vamos. La pubertad suele abrir preguntas sin respuestas y nos inquietaba el futuro. En cierta ocasión alguien nos comentó que la tierra era redonda y yo, la verdad, no me explicaba porqué, ante tanta redondez nosotros éramos tan lisas. Un día me encontré con una vieja bota harta de caminar. Y la pregunta buscaba una opinión a la que agarrarse. ¿Porque la tierra es redonda?

La respuesta es muy sencilla me contestó la bota. En su expresión mostró que no era la primera vez que alguien le preguntaba algo así: “La tierra es redonda para no ver el final del camino”.

Aquello me dejó un poco frío. Porque tampoco entendía que era El Camino. Hasta la fecha el camino había dibujado devenires ambulantes ayunos de criterio. No sabía que era El Camino, ni mucho menos, identificaba el camino que me indicaba la sabia bota. Asumí que sin caminar nunca lo entendería.

La anciana bota también me dijo que comprender era solo cuestión de tiempo. Que lo importante era andar, y que pasara lo que pasara siempre anduviera hacia adelante. Que tropezar solo sirve para evitar un próximo traspiés. Y que si volvía a hacerlo tampoco era malo. Que era mejor hacerlo que quedarse en el mejor estante de la tienda más bonita que jamás nadie imaginó.

Y ya no dijo nada más. Ni siquiera se despidió. No recuerdo su cara, ni su expresión, su color pertenecía a esos ocres rozados que acogen marrones, beiges, rojizos, arcillosos, negruzcos betunes y catafalcos diluidos. En realidad tan parecida a cualquier bota vieja que uno se encuentre por la calle. Tampoco perdí nunca más de cinco minutos en recordar una aparición que rozaba lo mítico, y que siempre interpreté como simbólica.

Lo único que me viene a la memoria es que marchó arrastrado por una de esas cintas que había en aquella pestilente fábrica. Cinta que no conocía nadie de la que hubiera regresado. Aquello fue su testamento. Un largo camino que tenia la fortuna de acabar donde empezó. Ese motivo de la existencia, el porqué de un largo camino pleno de sensaciones encontraba todo su sentido en la última charla a dos jóvenes chanclas que aun no conocían lo que era el sol y la sombra, la luz, el color,…

Aquel día no pensé eso, ni nada que se le pareciera. Eso lo pienso ahora cuando el Camino me ha hecho comprenderlo a mi manera. Entonces lo acumule en esa desván que todos tenemos donde acumulamos lo hechos para ser digeridos tiempo después.

Digerido que no siempre deglutido. Ya me va a entender. Imaginen que almacenas algo para posteriormente analizarlo y te lo tragas con los ojos cerrados y la nariz tapada para enviarlo al país de nunca jamás.

Mal asunto esto último. Vaya, esta es otra historia. Abandonemos digestiones pesadas

Aquel día, sólo, entendí que la tierra era redonda, y que por la sombra se caminaba mejor. El sol nos daba luz y alegría, pero el calor preferíamos buscarlo a nuestro albedrío. Aquel día mi compañera –siempre a mi derecha-, asombrada, lucio la mejor sonrisa que le recuerdo. Me miró y muy fijamente, como dándole una trascendencia inicialmente sobreactuada me dijo: ¡AH¡ Sol y sombra. Calor y frio. Ricos y pobres. Luces y penumbra.

Parece poco entendimiento pero no negaran que fuera un buen principio. El camino daría las respuestas, pero ya entendimos que en la vida se eligen los caminos. Y que solo la fe arma los pies que los recorre.










Arte o perversión. Entre el sol y la sombra. Sinceridad o diplomacia.

Radical o tolerante. Lo de moverse en medio da opiniones de todos

los colores. Lo que para algunos es pura habilidad para otros

es simplemente cinismo.

Aquel día comprendí que los terrenos estaban marcados –casi siempre se marcan al comienzo-, el acuerdo sin sello era diáfano. Si podemos una irá por el sol y la otra por la sombra. Pronto comprendimos que esto como casi todo lo que vendría después era una pose. La preferencia.

Pero la vida, afortunadamente nos iba a enseñar el arte perverso, la sombra soleada, la sinceridad cortés y el posicionamiento razonable. Un baño de tibieza entre tanta aventura. Digamos que siempre es por lo menos un factor, un determinante, una referencia. Entre lo que queremos ser y lo que somos. Digan lo que digan, que lo que se dice suele ser también una pose, el camino solo se ve desde el final, desde el convencido recorrido. Naturalmente.





Recuerden, estábamos ante nuestro mago, aquel que parecía que nos iba a arrancar de una vida tranquila. En la soledad del escaparate no nos sentíamos nada acompañadas. Algunos nos cogían del estante nos echaban al suelo y nos devolvían al mismo lugar. Aquello nos lo tomamos como un gesto de simpatía. De alguna manera era un cumplido. De vuelta al estante nos mostrábamos con mayor esplendor. La confianza infla. Y eso nunca es malo.

Un buen día alguien nos sorprendió con un momento medio pactado con el instinto .Nos tiró al suelo, se puso encima, se acerco a una caja registradora que parecía mover otra persona. Y allí comenzamos nuestra nueva vida. Yo estaba emocionada.

Ya imaginaba una trayectoria tan increíblemente apasionante que poco importaba las coordenadas más pausadas que la simple vida iba a ofrecernos. Imaginar, soñar, ver la vida a colores sentado en cualquier asiento medianamente definido. Asiento que debía poseer la única condición de que permitir moverme rítmicamente mientras que unos pies, que debo reconocer que en aquel momento me dominaban, me desplazaran de arriba abajo, de izquierda a derecha y en ocasiones sublimes, dibujando unas lentas y deliciosas elipses. Si vamos, así como si alguien tuviera las “patas colgando” en cualquier vaya del mundo mundial.

Nuestro viaje comenzaba ayunos de las más elementales referencias. Dejábamos nuestra suerte al albur de la experiencia. La primera gran decisión de nuestra se iba a tomar inmediatamente, y como tantas decisiones posteriores, aún no teníamos argumentos para valorar significados y condicionantes.

Aún no existía ni derecha ni izquierda. Cuando caí al suelo ya me colocaron a la izquierda, y mi compañera quedó situada para los restos a mi derecha. Nuestros planes de repartirse sol y sombra se desvanecían. Cada una iría por donde tocara. En aquel momento no calibré que una situación inicial es muy complicada de moverse.

No estoy segura que hubiera pasado si ese primer día alguien decidiera haberme situado a la izquierda de mi compañera. Probablemente el mundo entero lo hubiera mirado desde esa posición, y todo sería diferente.

Feliz por mi siniestra condición –digo siniestra en su condición de opuesto de diestra-. Rápidamente entendí que no sólo debía aceptar mi posición ante El Camino que venía, sino disfrutarla. Ese Camino que ya precedía sus enfermedades, solo invitaba a caminarlo. Y no pensar en las enfermedades venideras, sino en simplemente ir superándolas.

Así inicié EL Camino. Yo misma, eternamente unida, a mi lacónica compañera. Ahí, siempre. A mi derecha. Siempre adelantando el paso. Obligándome a superarla constantemente. No debía entender la palabra paseo. Para ella era pura competición. Yo prefería más pausa y más paisaje. Pero las comparaciones son odiosas, y una por no quedarse atrás se afanaba en superarla. Y así, paso a paso.

Los primeros compases siempre son duros. Recuerdo que en un primer momento sentía algo así como que estaba condenada a vivir junto a un vecino. El camino no avisaba ninguna posibilidad de marcharse cada una por su lado. Yo la veía a ella con un ser lacónico. Hablaba poco, pero no lo hacía mal.

Pero hablaba tan poco que no tenía muy claro si podría confiar en ella en caso de necesidad. Yo creo que ella pensaba lo mismo de mi, excepto en lo de hablar poco.

Sin más fuimos disfrutando la juventud. Los primero paseos nos abrían caminos no explorados hasta la fecha. Eso me mantuvo ocupada. Es cierto que en ocasiones sentía la necesidad de cierta intimidad, pero esa necesidad fue fortaleciendo mi capacidad para vivir mi interior más intensamente.





Dicen que el reloj no tiene el tiempo. Que el tiempo es caprichoso. Que podemos pasar de los cinco minutos interminables a los 20 años que no son nada.

El tiempo pasaba. Un día aprendimos a correr. Otro día bailamos. Vimos que la gente reía y lloraba, y nos dimos cuenta era más divertido que aquello sucediera con cierta frecuencia y que por lo menos habría que reír y llorar a partes iguales.

Asistíamos al nacimiento de un mundo nuevo y allí escuchamos todo lo que se decía a nuestro alrededor, y desde la ventaja del que no se le supone facultad alguna para hablar de paso se mete poco la pata. Las primeras semanas fueron apasionantes. Nuestra vida entera se mostraba con su mejor cara, la inicial.

De tanto en vez, mi compañera asomaba nuestra incapacidad para comunicarse con nuestros compañeros de viaje. La discreción maquetada por su eterna expresión era, simplemente, una pose. Se moría por intervenir, por rebatir argumentos peregrinos que se arrojaban a su alrededor. Al menos siempre encontraba una palabra aliada a la que sumarse e íntimamente corear las batallas verbales allí libradas. Sobra decir que la victoria debía ser siempre suya.

Esa frustración la entendía. Incluso debo confesar que la compartía.. En principio no me afectaba sus quejas, entendía que se desahogaba y así alivia sus estúpidas frustraciones. Frustrante podría ser perder el oído que nos permitía participar en aquel enredo que los humanos también llamaban vida. Pero lejos de disfrutar la facultad de oír, se ahogaban en la incapacidad para emitir, de hablar de participar, de ser escuchado. Ya hablaba conmigo pero parecía que no era suficiente.

Y esto es solo un ejemplo de un no parar de limitaciones. Francamente se me llevaban los demonios cada ocasión que escuchaba alguna de estas quejas peregrinas que no estaban en ninguna mano conocida ponerle remedio.

Mil veces le dije que no podíamos aspirar a hablar con nadie sin tener una laringe convenientemente formada para ser escuchados. Pues mil y una veces se quejó de no tener esa garganta humana tan añorada.

Un día cansada y a la sombra de un espectacular sol en el meditarráneo sonaba una canción de fondo. Alguien acompañado de un ritmo a mitad de camino entre el garaje y el rock and roll cuestionaba la capacidad que tienen algunos de matarse con balas de goma, que no había que gastar tiempo pensando en lo perdido o lo está fuera de tu alcance. Que esas lágrimas eran de cocodrilo, y que gastar las de cocodrilo gratuitamente podría no ser muy beneficioso para cuando aparecieran las verdaderas lágrimas.

Mire a mi compañera, y no hizo falta decir nada más, mi gesto le indicaba el camino. Y ahí se produjo nuestro primer encuentro. Con el tiempo entendí que también se podría llamar complicidad y más aún, afecto, sentimiento. Pensando bien este pudo ser el primer sentimiento emitido por mi SER –entonces y ahora no atinaría a definirme como ningún ente conocido-. Conste que hasta este momento no me atrevía a atribuirme otro nombre que entidad. Ese día me cambió la vida, entendí muchas cosas.

Descubrí que mi compañera también crecía. Sus reflexiones me empezaron a interesar porque veía lo que yo veía, pero no, exactamente, lo mismo. Esto debe ser lo que los humanos hablaban de un tal Ortega y su circunstancia, otros hablaban del punto de vista y algunos otros decían un nosequé del cristal con que se mire, y que naturalmente el color debía de variar.

Alguna compañera con la que compartimos parte de nuestro Camino nos había advertido que cada vez había más rumores. Que podíamos sentir, Que eso del sentimiento era sumamente contagioso. Y que bastaban unas semanas en contacto directo con seres humanos para ser contagiado para los restos. No se conocía remedio medicinal alguno. Y que todas las investigaciones científicas abiertas se daban de bruces con lo que muchos llamaban alma.

Aquel día fue el primer brote sentimental que recuerdo. El nacimiento de mi alma anunciaba otros tiempos. Adiós a la monotonía. Bienvenidos dulces sufrimientos y amargos triunfos. Lo mismo sobre las amargas derrotas y las Dulces victorias. Digo esto último por cerrar el círculo y acabar bien.







Y, debo decir, que tras algunos brotes de sentimiento o sentimentalismo, la eterna lucha entre ética y estética. Por supuesto, nadie menos indicado para identificar cualquiera de las dos que yo mismo. Imaginen. Bastante tenía con ir sorteando los días a mi criterio. Bueno, en honor de la verdad, tampoco era así exactamente. Mi compañera - naturalmente- opinaba, y debo de reconocer que con buen tino. Por lo cual tampoco era fuente de conflicto alguno.

En esa tesitura. Sin entender nada bien que es lo que estaba ocurriendo conmigo. Con una movida interior medio incontrolable. Ya sé que suena extraño esto de medio incontrolable. Alguien me podrá decir, que las situaciones o se controlan o se desbordan. Que no caben situaciones intermedias.

Absurdo mundo de blancos y negros. Desprecian grises y todos los colores. Ya es despreciar.

Ellos qué sabrán de conceptos cómo , el ir por si acaso, del ojalá –preciosa palabra, merecería ser adjetivo, bueno, es un sentimiento-. De cruzar la meta aunque no llegues el primero, de situaciones que se te van de las manos pero que no te quedan más cascaras que asumir, retocar, matizar, reinventarte. Y, lo más importante, tirar hacia adelante.

Los matices nacen donde están los sentimientos, porque sino las lenguas de todo el mundo no hubieran creado los adjetivos para que brillen, enmascaren o ensucien las palabras.

El sentimiento es un adjetivo. Y luego ya podrán ser buenos y malos. Dulces y amargos. De amor o de odio. Y por supuesto, de desamor y, ese sentimiento tan especial de calarse hasta las cachas de alguien que has estado buscando por tierra mar y aire. Y la vida te le pone ahí en medio. Sin avisarte. Y de pronto te emborrachas de su presencia. Te ocupa todo tu mundo, tu cabeza, tu vida. Y lo más grande, percibes que te reconocen. Que alguien está contigo, y que después de estar una semana juntos parece que llevas la vida entera. Y vives el momento con la atención que te hace despreciar todo lo demás.

La gracia de todo esto es que si me lo explican antes, -me refiero a todo este torrente de sentimientos tan vigoroso-, hubiera valorado muchas cosas. O seguramente ninguna. Desde luego, que nada que ver con haber pacido en el fondo cualquier almacén olvidado durante años.

Recuerdo el viaje en barco, el baile de camiones, la llegada a aquella tienda tan bonita llena de luces. El sol, la luna.

Aunque sólo hubiera sido por sentir la historia más bonita el mundo jamás contada. Esa historia oculta de alguien próximo que guarda durante años y qué, de pronto, brota. Y con qué belleza. Sólo por eso ya hubiera merecido la pena abandonar la seguridad de aquella fábrica tan tranquila.

Muchas veces presumimos de conoces muy bien a los que nos rodean. Pero ya saben. Uno no termina de conocerse a fondo a uno mismo, como para andar interpretando más allá de lo que ven tus ojos.

Hay historias de todo tipo y condición. Las hay tristes, dramáticas, folletines de ayer, hoy y siempre. Historias que duelen, que abren, que cierran, o que lo deja todo como estaba. Las hay intrascendentes o simplemente prescritas. Imagino que afortunadamente las hay.

Historias de recuerdos mojados, de una tarde de lluvia, de tu pelo enredado, de quedarme dormido en tu cintura. Y tú en la mía.

Porque un campo yermo de historias, es un campo sin contenido alguno.

Historias que van y vienen, pero hay algunas que desde el momento donde se están naciendo ya adivinas que aquello perdurará. Historias que nunca se olvidan, aunque eches encima otra pila de historias que aspiran a asfixiar lo que nunca podrá quedarse sin aire.

Mi compañera tenía una gran cualidad. A pesar de emplear la mayor parte de nuestro tiempo juntos, siempre dejaba un hueco a la sorpresa. Imagino que nunca terminas de conocer a quien tienes a tu lado. También me barrunto que sería de gran ayuda que cada uno se conociera a sí mismo. También creo que en muchas ocasiones nos sorprendemos a nosotros mismos, por lo que no hay razón alguna para que este sentimiento de sorpresa se pueda exportar.

Ya no hablo de los peores. Los que creen conocerse. Ahora me acuerdo de la vieja bota del almacén donde descubrí mi pubertad. Aquella bota en cierta ocasión me dijo: “ten cuidado con lo que pides, porque se te puede cumplir”.

En un principio no entendí nada, por supuesto. Poco a poco me iba dando cuenta cómo nuestros deseos nos pueden poner la vida del revés, y podemos amanecer cualquier día con el pensamiento del clásico “esto no es, esto no es”. El clásico mientras decía está lacónica frase, mientras camina por una gran avenida, llena de gente, pero él, en su soledad, va moviendo la cabeza de izquierda a derecha, pausada pero rítmicamente. Negando la mayor, vaya.

Una noche apareció una maravillosa historia que mi compañera había escuchado en una sesión de tarot. Jamás desveló la razón por la cual aquella historia salió en una interpretación de una cruz CELTA. Diez arcanos marcan una senda llena de dudas, y alguien para explicar aquel torrente de significados acude a una historia sobre las sombras. Así en principio, y en los prolegómenos de la narración me interesó tanto como me inquietaba. Ya saben ustedes lo que ocurre cuando se abre una puerta nueva. A veces la cruzas sin reparar en los límites. Así como solución natural. Porque al instinto le da la gana. Y contra las ganas del instinto poco puede una chancla que ve la vida desde la izquierda, y que apenas está aprendiendo a sentir.

En otras ocasiones la puerta da miedo, y más que una puerta es un muro. En otras la puerta ni se ve, o uno la mira desde la superioridad del conquistador. Suelen darle valor o lo que puridad no lo tuvo. La ignorancia y valentía se conectan por los hilos de la medio estupidez. Pero no diría yo que es exactamente lo mismo.

La primera vez que escuché aquella historia sobre las sombras que mi compañera había escuchado en algún lugar, debo reconocer que me sedujo para los restos. Y la que desencadenó este sentimiento de afecto sin tapujos, tan novedoso.

La historia asociaba la vida y el mundo de las sombras. Mi compañera me espetó: “aún no has notado, que por muy rápido que vayamos nunca podemos pisar nuestra sombra, y que además, si lo que nos proponemos es huir de ella, nunca logramos despistarla.

Eso es el Camino, hay que alimentar la ilusión de atraparla sabiendo que nunca podremos terminar de sujetarla. Y, además, asumir que por mucho que te lo propongas nunca serás capaz de dejarlas atrás.

Sí, pasamos página. Pero, la estela ahí queda, porque al final somos lo que somos por los lugares y gentes que nos encontramos por el camino.

Esta historia, cada vez que se contaba en alguna conversación, solía coronarse con una de esas frases que sin tener nada que ver venía a sellar el relato.

La historia concluía con un lánguido “luego cada uno vale más por lo que calla que por lo que dice”. Siempre me pareció un modo poco feliz de salir de la espesura de una gran conversación.

Mi compañera siempre te miraba para buscar una expresión que le permitiera explicar su razonamiento. Yo debí de mostrar esa expresión en dos ocasiones. A partir de la segunda explicación dada ya me preocupaba de asegurarle con mi expresión que la historia era ya conocida por mi parte. Imaginen. La admiración, la ocurrencia, el talento de ponerle un buen final a cualquier historia se valora las dos o tres primeras veces. A partir de ahí, el colofón, por repetido, abandona su brillantez y entra, sin tapujos, en el mundo de la pesadez.

Lo cierto es que no recuerdo la explicación completa de su sentencia. Pero si quiero entrever una extraña asociación de ideas de algunos refranes entremezclados. Pasaba del autogobierno de cada cual de sus silencios, al valor de los secretos. Y así una espiral de razonamientos sobreactuados que no explican con tanta nitidez que lo que simplemente dice la frase original.

La verdad es que nunca entendí porque después de contar la historia más hermosa, se empeñaba en mostrar su epilogo de refritos de refranes. En según que casos puede rozar la brillantez, pero la almendra del parlamento andaba en la persecución de las sombras, del que halla su presente y su destino prácticamente a la vez. Es decir, presente y futuro.

En tiempos donde siempre hay por ahí un psicoanalista que se encarga de echarle toda la culpa al pasado, a razón de los euros que su tarifa marque a la hora –eso sí que es pagar los errores del pasado-. Parece como si los errores del presente estuvieran justificados por el pasado. Y yo, siempre me he peguntado si hemos vivido o estamos viviendo.

Señores, responsabilidad de los actos del presente. El pasado, pasado está. Y las cicatrices ahí quedan para los restos. Pero a la cicatriz o te la tapas o ni te la miras. YA saben aquello que gratis o muy caro.





A mí me interesaba la historia. Fuente de conversación durante una etapa.

De pronto, me interesó la famosa noche de tarot. Qué se preguntó, qué cartas, qué destino, que demonios. Quería saber obra y milagros. Los detalles y el contexto.

Todo sobre la noche del tarot. ¿Dónde estaba yo aquel día? ¿Por qué me lo perdí? ¿Por qué ni siquiera se me comentó? ¿Se me ocultó?

Estos interrogantes aparecen de un modo mecánico. Y simplemente, es una muestra de la tormenta de dudas que aparecieron ante mí.

El impacto de la historia de sombras, destinos, objetivos, búsqueda y todo el torrente de emociones que emitía esa maravillosa historia no impidió que la ya famosa noche del tarot quedara en el olvido.

Por supuesto que pasaron varios días hasta que en una conversación nocturna sacara el tema. No por ganas, por supuesto. Al día siguiente de la historia ya estaba yo dando vueltas a la cabeza de cómo poner el tarot en la palestra y se me informara de la famosa noche, la tirada, la lectura de esos arcanos.

Si hubiera sido hace un tiempo, entienden que no me podía resistir averiguar en qué medida esa tirada dirigía una vida, o simplemente ni parecido. Por primera vez en mi vida tenía la perspectiva a mis pies. En algún lugar escuché que el tiempo es ese juez que da y quita y razones. Veremos.

También caben varias posibilidades intermedias. La primera lectura intermedia consistía en aplicar un punto de vista exclusivamente cuántico, más bien porcentual. Es decir, se cumplen algunas cosas otras no, y en qué medida por supuesto. Además, del interés que puede tener lo que queda pendiente de cumplirse o lo que ya jamás se cumplirá. Este último punto abre mil posibilidades sobre los motivos.

Serán los arcanos los que emiten un veredicto desatinado, o está en los propios arcanos la revisión de que algo no se puede cumplir dependiendo de cualquier tipo de condicionante. Vaya, hablando en plata, o los arcanos mienten y una tirada de cartas no tiene más valor que la terapia que cada cual quiera aplicarse en un momento desorientado. O que las cartas te dan claves para que trabajes y busques tu objetivo. Si no trabajas, las cartas ya te lo decía. Vaya que tú y tu circunstancia, y que sin lo segundo no hay Tú. Debe ser otro.

La segunda lectura, que podíamos convenir en llamar cualitativa. Es decir, la tirada no se lee de modo literal, es espiritual. Funciona como inspiración, referente. Apunta el camino, hay quien lee las cartas bajo el tamiz del capítulo de intenciones, así como si fuera un signo zodiacal de la mitología que ustedes elijan.

Aquella noche abandoné cualquier postura de mojarme las ganas de saber sobre aquel tarot, por la de saber absolutamente todo. Mi compañera identificó rápidamente mis intenciones. La conversación se fue cerrando con cautela. Preguntas y respuestas que se dirigían hacia el tema. De momento, las respuestas huían despavoridos sin ni siquiera mencionar el asunto.

Los dos sabíamos hacia donde queríamos llevar la conversación. Bueno en realidad uno, que era yo mismo, apretaba de modo prudente pero firme hacia esa dirección. Y mi compañera se dejaba querer. Dos pasitos para adelante y uno para detrás. Cómo también era propio de su carácter, hubo un momento, que ya sabía que era solo una cuestión de dar vueltas hasta llegar hasta la famosa noche de marras.

Sin acorralar a nadie. Ya saben ustedes lo que pasa. Cuando, alguien, o en este caso Nadie se siente acorralado tiende a la exposición pública, a abrirse de par en par con ese tonito de “yo no tengo secretos para ti”.

La historia ya venía, sin acorralar a nadie. Yo simplemente recibo el tonito mencionado, y recojo el guante.

- Yo pensaba, que ante tanto despliegue de transparencia cristalina, tanto voy a sacar la verdad toda la verdad y nada más que la verdad. Cómo siempre, tanto y tanto, que por qué no lo comienzas de modo natural.

Vamos que me sobraba todo el teatro.

Hacía más de media hora que dábamos vueltas a lo mismo, sin decirlo, los dos sabíamos de que hablábamos, pero hasta que no te sientes sin una salida clara, no acudes a la inevitable huída hacia delante. Aquí es cuando el implicado asume la sinceridad como valor directriz de su vida.

¡¡¡Uff!!!, esto me puso en guardia. Tenía ciertas sospechas sobre las personas que abanderan la sinceridad. Primero dividen el mundo entre los que dicen la verdad –es decir, él mismo-, y los demás-. Y después, parece como si quisieran justificar el posible desatino de sus palabras.

O no controlas tus palabras, o no las mides, o las temes, o ni siquiera las piensas. La pones la etiqueta de que es la pura VERDAD, y obtienes el pasaporte para decir lo que te apetezca sin el menor remordimiento de que puedas dejar a alguien por el camino. Chafado, hundido.

Es posible que nadie esté mintiendo, pero en ocasiones es duro romperle el cristal de la realidad a alguien en la cabeza. Bueno como todo es verdad, digamos que no importa el cadáver que se cobre. Uno más a la enorme lista de damnificado en nombre de LA VERDAD.

Esto ya es harina de otro costal, pero luego a mi compañera no le gustaba en absoluto escuchar mis VERDADES. Entonces, la verdad cobraba esa silueta agresiva que no reconocía en las suyas. Subjetivismo, egoísmo, egocentrismo, individualismo, despiste, incoherencia, incongruencia, crueldad,….

Posiblemente un poco de cada cosa desde la ignorancia del que tampoco sabe exactamente lo que hace y porqué. Digamos que se le desgobiernan las conversaciones. Por supuesto, que no le estoy dando el grado de premeditación a esta práctica que ya sería el colmo. Los hay colmados también-, pero en principio, me niego a pensar que desde una cabeza que muestra grados de incongruencia tan voluminosos sea capaz de maquinar todos estos movimientos con el objetivo de conseguir todo esa retahíla de desajustes.

Aquí me agarro al Derecho romano, y digo aquello sobre el desconocimiento de la culpa tampoco te exime de ello. Al final se paga. Todo se paga. Todo va y viene.

Ya tenía claro que el mismo día podía ofrecerte la carcajada más natural abierta y feliz del mundo. Y el llanto más desconsolado.

Sonrisas y lágrimas. No es por ponerme dramático, que ya sé que nada original, pero bueno, ya saben ustedes que el arte de vivir es en realidad un juego de búsqueda de felicidad, mientras encuentras pequeñas porciones, todo lo mezclas con dolor. Agridulce. Pero rico. Buscar placer y hallar dolor. Ya me entienden placer con dolor, e imagino que en algún caso dolor con placer. No olviden que lo que duele, vive.

Yo en realidad, después de aquel arranque de mi compañera, de esa exposición pública. Con ese ademán, adoptó la pose, la expresión, las acompañó con las palabras, y me lo dejó bien claro:

- “¿No quieres saber la verdad?, pues ahí la tienes.”

Por dentro me preguntaba, diablos, hace más de media hora que ando sitiando a este energúmeno, y ahora toma este cartelón de sinceridad. Bueno intuí que lo más sencillo era aprovechar la ola que venía, y dejar las cuestiones ético-morales para otro momento.

Yo me limité a asentir, en realidad estaba emocionado, pero no quería transmitirlo, tampoco de un modo claro. Con un par de gestos, y dos o tres monosílabos deje a mi compañera en la situación inequívoca del narrador de la historia.

“Cuenta, cuenta, soy todo oídos”. Entre balbuceos medio ansiosos, es la única frase que mi mente pudo tejer con la ayuda de mi torpe lengua.

Después de uno de esos silencios tan característicos del que va a contar una historia pero se preocupa sobremanera de enfocarla muy bien desde el principio. Por alguna razón, ya detecté una gravedad digamos que excesiva para una noche de tarot.

Mis nervios iban in crescendo, por comenzar, y darle un aire a la narración le pregunté, ¿Cuándo fue? ¿Fue en la fábrica, el barco? ¿En la tienda, no creo, no?

Mi compañera de fatigas me miro y me dijo. “Mira, estarás viendo que no sé ni cómo empezar. Y la verdad es que empezar a contar una historia puede que no sea fácil, pero bueno uno arranca y va contando. El problema es que por un momento pensaba que iba a comenzar a contar una historia dudando si debo hacerlo. Luego, quizá, me entenderás porqué.

- Qué sí, que venga, que vale. Que cuentes.

- Fue una de las noches en la que tú te ibas con tus amigos de la tienda a la caja registradora a investigar vuestras cosas en internet. Ya sabes que a mí me gustaba ir, especialmente al principio. Después fue llegando gente y gente, y aquello ralentizaba mucho el ritmo de cada cual. Me aburría.

¿Te acuerdas del despacho que siempre estaba cerrado?

- Si claro. Le contesté. ¡Qué miedo! daba aquella puerta cerrada. Era como lo desconocido. Allí en la planta baja, y al fondo de aquel pasillo tan poco iluminado.

- Pues una de esas noches vuestras de internet estaba caminado con 2 amigos. Dos sandalias marsellesas. Te acordarás de ellas por todos los tautajes que llevaban. Soles, estrellas y lunas, para ser más concreto.

- Me acuerdo perfectamente. No hablé en muchas ocasiones con ellas, pero el trato era razonablemente próximo. Tuve algunas charlas, siempre agradables. Desde el primer día me pareció como si los conociera de antes.

- Bien, un día bajando la escalera que había en la tienda nos sorprendió la luz. El pasillo que habitualmente tanteábamos a oscuras se presentaba en sociedad con todo su esplendor. Lo recorrimos fascinados. Pero cuando realmente comenzó a dispararse las emociones. Ya me entenderás que entonces ni sabíamos lo que era esa palabra. Hablo así para darle cierta consistencia a la historia.

- ¡Que sigas pesado. Que te enredas. Que me quieres dar todo masticado. Que ya sé. Qué cuando se disparaban las emociones qué…!

- Imagina. Nos pusimos entre nerviosos y tensos. No hablábamos entre nosotros. Nos arrastramos embadurnados de silencio, de miedo, de contención y, sobre todo, de curiosidad. Definitivamente fue la razón que nos hacía movernos hacia esa puerta abierta.

- ¿La puerta estaba abierta?

Eso no lo dije yo. Alguien metido en el fondo de mi pecho alzó la voz sin preguntarme nada a mi. Pero vaya, su sorpresa era mayúscula. Así como la mía.

- Eso es. Al llegar a la puerta, allí estaba el despacho. Una mesa, un sillón, dos sillas, unas estanterías de junco llenas de libros y carpetas, y poco más. Poco más digo, en lo que se refiere al misterioso despacho. Lo miramos, y aunque en aquel momento estábamos tan asombrados que nos pareció maravilloso. Pasado el tiempo, era un despacho y punto.

- El embobamiento de la novedad. Entiendo. Perdona, sigue, sigue…

- Lo más importante de ese despacho era que sobre la mesa alguien olvidó una baraja de cartas. Cartas de Tarot. Más concretamente en la funda recuerdo que estaba grabado “El tarot Thoth de Aleister Crowley”.

- ¿Y qué paso?

- ¡Un tarot! dijo sorprendido uno de mis acompañantes, no recuerdo quién. Todos sabíamos qué era un tarot, pero jamás pensé encontrarme con uno. Es que ni en sueños. A partir de aquí, imagínate. Lo abrimos, y pasamos un buen rato mirando los arcanos, adivinando sus significados. Jugando en realidad.

Sabíamos que en internet había muchas páginas con sus temas y significados. Pero no podíamos subir porque el tarot iba a revolucionar y excitar a todos.

- ¿Porqué pones esa cara. No te acuerdas de la historia? Te conozco, ¿te estás arrepintiendo ahora de haber empezado a contarla?

-La verdad es que no fue así. No sé porque diablos me invento todo esto. Lo cierto es que ni siquiera lo pensábamos, teníamos las cartas, estaba terminando la noche, el tarot no se podía tocar, no sabíamos cuando se iba a volver a quedar abierto ese despacho. Qué por cierto fueron muy pocas veces. Y ya, la guinda total, qué se lo dejaran abierto y que se olvidaran el tarot.

- Oye, oye. Toma aire qué el que tiene que olvidarse de tirarme esa noche a la cara eres tú. Entiendo lo que pasó esa noche. Aún, lo que no entiendo es porque se ocultó después. Pero eso me lo explicas luego. Cuéntame la tirada de una vez.

- Bien, pues decidimos hacernos una tirada, recordarla y leer la noche siguiente el significado. El problema es que hubiera sido mejor, más completo una Cruz celta, o los 7 arcanos. Pero claro cualquiera se acordaba de tantas cartas. Por lo que decidimos tirarnos una de tres arcanos la primera nos describía el momento actual. La segunda nos daba una clave de vida. Y el tercer arcano era el resultado de tu vida. Se supone que lo conseguido a través del segundo arcano. En definitiva tres cartas para recordar.

- Pero ¿le preguntasteis a las cartas? O fue una tirada de esas que llamo yo “asexuadas”. Es decir, cuéntame mi vida, y dime algo bonito. O dime lo que quieras, que yo entenderé lo que me dé la gana.

- No, no. Preguntamos, preguntamos. Digamos que sexuada.

- ¿Y qué preguntaste, diablos? Lo quieres decir ya, que todo lo que son prolegómenos y observaciones te las cuentas de carril. Pero cuando llega la chicha hay que sacártelo, suplicártelo, implorarlo, …

- Fue increíble. Como un refrán. Me refiero a la contundencia del veredicto. No pude ser más simbólico.

- ¿Cuál fue tu primer arcano?

- ¡El mago! Tú te acuerdas lo que era el mago. Lo digo porque sé que algo estuviste leyendo en la red.

- Le batellier, en el tarot marsellés, pero no sé. Sé que es la primera. El uno.

- Pues eso, el comienzo de una etapa. Ese arcano significa la frescura inicial, te da la iniciativa, también te dice que te queda un largo camino, que el trayecto no es limpio, que habrá que ir eligiendo, pero que algo nace, y que un cambio o esa nueva etapa es inminente.

- Bueno y entonces, ¿qué es lo que pasaba?

- Acabamos de llegar a la tienda. Estábamos en plena apertura. Descubríamos el mundo, y peor, nos imaginábamos que el mundo era lo que aparecía ante nuestros ojos. Allí empezó todo.

- Es cierto, hasta entonces todo fue fábrica, camiones, barcos y almacenes. Apenas nos cruzábamos unos saludos poco generosos.

- Bien, la segunda carta era el arcano número siete. El carro. ¿entiendes? ¡El Carro!

- El carro es movimiento, acción.

- Eso es. Mi clave de vida es hacer el camino al andar. Moverme.

- ¿Y, el tercero?

- Increíble, pero cierto. Te acuerdas que la primera era el primer arcano, ¿no?

- - No me digas que te salió EL Mundo.

- Exactamente, el último. La consumación. La obra completa. La realización personal.

- ¡Qué bonito! Me encanta. Genial. Y ahora quiero una explicación.

- Una ¿explicación? Ya me dirás está clarísimo, entonces comenzaba el principio del resto de mi vida, que caminante no hay camino, que se hace camino al andar, y que si no paro de hacerlo voy a llegar al lugar donde quiero morir.

- Si, sí. Si eso me ha quedado más o menos claro. Agradezco la síntesis. Pero la explicación es por qué se me ocultó. Quizá en aquel momento entiendo algo más de complicación, pero sin ir más lejos en los últimos meses ha habido entre tres y cuatro mil oportunidades diarias.

- Hicimos una promesa. Voto de silencio. Un año.

- Pero ya ha pasado más de un año y tampoco lo contaste.

- Tampoco me veía yo rompiendo un voto de silencio así de golpe, sin contexto de ningún tipo. No había necesidad alguna de premeditar.

- Lo que has premeditado es la oscuridad del acontecimiento. Pero bueno, eso ya no tiene importancia, se hizo la luz. Entonces, ¿sólo hicisteis esa tirada?

- Bueno, eso es lo que te iba a contar ahora. Hice una segunda tirada.

- Ya me estaba yo imaginando que algo más había.

- Bueno, eso tampoco tiene demasiado mérito. Me refiero al ya sabía, ya sabía. ¿desde cuándo? Desde que te dije que faltaba algo. Luego irás por ahí presumiendo de instinto, de sexto sentido, y de otra de esas cualidades pseudocientíficas de difícil comprobación.

- Bueno, para ya. Que yo sólo hice un comentario para mantener el hilo de la conversación. Vale, me acuso de vanidoso, de presuntuoso, de lo que tú quieras, pero cuenta, que ya te estás liando de nuevo.

- Bueno, en esta hicimos una pregunta.

- ¿Y qué preguntaste?

- Como iba a ser mi relación contigo. Ya llevaba un tiempo contigo, pero por entonces andaba yo asumiendo que tú debías ser mi compañera para el resto de mi vida. En aquella tienda, la verdad es que los dos andábamos a nuestro aire. No tengo del todo claro si entendíamos de algún modo que nos hartaríamos de estar juntos en el futuro. Qué nos sobraría tiempo para repartir y compartir,…

- Yo, la verdad, debo reconocer que algo similar pensaba. Que tocaba enriquecerse por ahí, que ya veríamos después que ocurriría. Pero entonces, ¿recuerdas lo que salió? Me refiero a la tirada.

Me moría de ganas. El momento perspectiva aparecía ante mí. Veremos lo prometido y lo conseguido. Toda la parafernalia anterior, los preparativos hasta llegar aquí, mi ejercicio de sacacorchos a un paso de consumar. Con el tiempo me di cuenta de que este ejercicio, en realidad, se tornó en habilidad individual. Sin obsesiones de ningún tipo solía encontrar el hueco para que brotara lo oculto.

Lo oculto, no se sabe bien si escondido, o simplemente apartado del vigente primerísimo plano. Sea como fuere, ni en sueños me podía imaginar yo semejante tesitura. Yo quería saber lo que ocurrió con el tarot, pero ni por un solo momento se me ocurrió que en tal noche mi nombre y mi futuro fue puesto en los caprichosos brazos de un veredicto supuestamente infalible. O no.

Por primera vez en mi vida me planteaba el paso del tiempo. La única relación que había establecido hasta ese momento era negociar lo que fuera viniendo. El presente y su eventualidad.

Toda mi vida sin planteármelo, y en el momento que me acuerdo de él me siento como la saeta de un reloj. La máquina del tiempo ante mis ojos. Y mi vanidad inundándolo todo, naturalmente. Ya imaginan ustedes los desastres de las temporales inundaciones.

Debo decir que todos estos pensamientos me vienen cuando estoy poniendo negro sobre blanco, es decir escribiendo este lance, porque la eventualidad del aquel presente me empujó hacia la premeditación ansiosa de nuestro tiempo. Para que pensar lo que se dice si se puede decir lo mismo sin pensar. De nuevo, la saeta del reloj. La rapidez de la segunda opción aplasta la serena reflexión de otro tiempo u otro lugar.

- ¡Como me iba a olvidar! Llevo meses reinterpretando el presente, Cuadrando todo lo que me pasa con lo que se me dijo que me iba a pasar…

- Pues nada adelante. O con las promesas nos hemos topado.

- Pues mira, resumiendo y rapidito. La primera que me salió fue la rueda de la fortuna.

- ¡Qué bonita!

- Esa simbolizaba nuestro pasado, el porqué estamos juntos. Imagina el día que decidieron que yo era derecha y tú, izquierda. Así, nos moldearon, después llego el del diseño, más tarde el que nos pintó del mismo color, y por último el demiurgo que por obra y gracia de su santo entendimiento nos cogió a la vez nos metió en la misma caja y nos encadenó para los restos.

- Debo reconocer el cúmulo de casualidades, o no sé si mejor en este caso le entraría causalidades.

- Eso es, entre lo casual y lo causal, no metieron en la misma caja. Vaya pareja.

- Bueno ¿y la segunda?

Se lo pregunté con impaciencia. Imagino que ya me era imposible mantener esa imagen de equilibrio. Equilibrio sostenido para ser socialmente respetado. A medio camino entre la ansiedad y el empeño de no dejarla salir al exterior.

Bueno no exactamente. Se tenía que dejar ver las dos cosas. Digamos que uno de los lujos del mundo moderno. La idea es que todo el mundo vea que la ansiedad la canalizas dentro de una ambición sana, pero al mismo tiempo eres tan consciente de lo que lo manejas en su justa medida. En aquel momento pensé que no sé porque había colocado el adjetivo sano para acomodar la ambición. Le pasa igual que a la envidia. Necesita acompañantes que justifiquen su propia esencia. Mala cosa.

Ven cual es el problema. Yo en verdad me moría de ganas de saber la segundo y tercer arcano. Todo lo que había escuchado ahora no pasaba de interesante. Una historia divertida no lo neguemos. Imaginen el grado de aventura al que fuimos sometidos en aquel vaivén de tiendas, almacenes y medios de transportes. En realidad desde ese punto de vista la historia roza el vértigo. Pero en lo que me afectaba a mí, de pronto entendí que toda la zarabanda, el misterio, los votos de silencio, la información limitada tenía sentido si los dos arcanos que quedaban pusieran sobre la mesa algún tema que lo justificara. Y eso en general no suele ser bueno. Puede que purificador, pero como mucho. Otra cosa es que pensemos que en ocasiones lo purificador está por encima de lo mejor. Y cuando andaba pensando todo tipo de barbaridades parecidas a lo expuesto en la oración precedente comencé a mezcla lo místico-ético con el puro canguelo.

Retomo lo del problema, porque ya ven la espesura de no poder explicar el problema porque estoy atrapado por él. El problema, y voy a decirlo rápido, es que en un estado de ansiedad sin tapujos por comenzar a escuchar algo sobre el segundo y tercer arcano yo me quedo perdido en todos estos pensamientos. El problema es que los pensamientos en ocasiones superan las historias, y entonces la decepción es mayúscula.

Mi capacidad de fabular es, también, capaz de sacarme de estos atascos. En realidad todo surgió porque mi compañera me abandonó fugazmente siguiendo el rastro de nosequé ruido. Vamos cogiendo aire, que venía el cogollo de la historia, y con el aire que le quedaba debió pensar que no había suficiente. En definitiva, que el canguelo habita en todas las almas. Algunos dicen que las congela.

Afortunadamente, ya habían recogido bastante aire para por lo menos plantearse retomar la historia. Mi atrape comenzaba a ceder pero no lo solté hasta que sin demasiados protocolos le comenté ¿y qué pasa con el resto de la tirada? La cuentas.



-



No era nada, dijo mientras venía de inspeccionar el supuesto ruido que sólo ella alcanzó a escuchar

- Ya lo sabía yo dije en alto. Como vi que me miraba con un punto de acidez. Esa mirada me obligó a omitir de palabra lo que yo pensaba de verdad.

- Sé que piensas que me he ido a coger aire, a parar una historia que se me desboca. Que quiero medir lo que digo, porque las palabras si las cargas sin control se convierten en un boomerang.

- ¡Qué pesado te pones con el control!. Quieres controlar todo sin admitir el puntito de caos organizado que tiene todo esto. Vale que conviene acolcharse contra el caos, pero tampoco puedes quitarle un oxígeno que hace que todo fluya-.

- Fluya o cambie todo.

- Bueno, ya está aquí el lírico justificando el control. El absurdo.

- El arcano 13

- ¡La muerte! Estamos condenados a la nada. No tenemos futuro ¿no?

- Pues, no exactamente. Esa es la primera impresión. Reconozco qué yo también pensé todo esto al comienzo. Pero así como el primer arcano lo identifiqué rápidamente y no le he dado más vueltas que lo obvio. Con el arcano 13 llevo ya unas pocas de vueltas.

- Cuéntame, cuéntame, me interesan todas esas vueltas.

- Y las que te rondaré moreno.

- ¿Cómo?

- Que nada, que nos quedan vueltas que darle. Pero la primera conclusión desde tu punto de vista, no es que no tengamos futuro.

- ¿Por qué´?

- Pues bien fácil, porque de no tener no tendríamos presente. Porque el futuro de hace un año y pico es el rabioso presente.

- Anotada la primera vuelta.

- No, no. Esto no tiene vuelta alguna. Un hecho y punto.

- Bueno, pues vayamos a las vueltas.

- Esta carta asusta como pocas,. En cualquier tirada es la primera que casi todo el mundo quiere que no aparezca, pero el sentido de esta carta que nos interesa es el de crisis.

- ¿Tan mal estamos?

- Pues, vaya con el poeta soñador presuntamente leído. Crisis en el sentido latino. Crisis de cambio, transformación. Bueno o malo.

- Vaya esto es una venganza por lo que te dije el otro día respecto a la palabra discutir.

- Es la misma visión, pero no una venganza. De hecho agradezco que me mostraras la cara amable de la discusión. Me quedó claro, que no es peyorativa, porque se avanza a través de ellas. Simplemente es lo contrario que el silencio conformista. Tampoco debe ser agresiva.

- O sea, que todas la vueltas dadas van por ahí.

- Bueno por ahí, y por donde le va apeteciendo a la cabeza.

- Pero que cabeza, ya hablas como los homínidos estos que andan todo el día encima de nosotros.

- Llámalo como quiera, pero me entiendes verdad?

- En ocasiones hay cosas que deben morir para que nazcan otras. Así como ¿muere la flor para que nazca el fruto? ¿sabes porqué lo hacen?

- Joder, biología y cartomancia en el mismo saco. Vaya con tus vueltas, a ver si te vas a pasar de rosca.

- Que no diablos que es pura filosofía. Lo que nace modificado de algo es porque el miedo no lo paraliza. Si la flor tuviera miedo de morir para convertirse en fruto, simplemente moriría. Duraría más, pero viviría menos.

- Alguien dijo que vivimos lo que nos toca en el tiempo, hasta que se muere la última persona que nos recuerda.

- Pues tira del hilo y piensa. Que ese fruto nace con semilla, que esa semilla crea una nueva planta, con miles de frutos,..

- Para, para, ya estamos tocando la eternidad.

- En ocasiones hay que tirar todo lo que tiene alrededor para dejar crecer algo bonito.

- Pues algo así. El poder de la metamorfosis. La energía de lo que nace limando los patrones establecidos.

- Visto así, suena de lo más espiritual.

- Suena, sabe, huele, roza y parece. Lo material te dejaría conservando lo poco que tengas.

- Es decir, me estás insinuando que todos estos conflictos que nos traemos luchan por buscar el lugar donde habita nuestro bienestar.

- Suena un poco raro lo que dices. Pero vamos. Algo así como nuestra lucha por querernos. Por dejar parte de nuestro Yo por ahí, para cambiarlo por un Nosotros.

- Sabías que en Mitología representa a ESCORPIO. Muta nuestra personalidad y acaba con nuestras ambiciones egoístas. Escorpio es también el Hijo prodigo quién finalmente retorna a la casa de su padre y a la gran celebración.

- Pues no lo sabía pero no entiendo muy bien lo del hijo pródigo.

- Cuando cambias, tocas terrenos que no son el tuyo. Experimentas, exploras y comparas con lo que has vivido. En realidad sigues cambiando hasta que encuentras tu lugar en el mundo. Ese lugar es tu casa.

- Esté donde esté. Y con quién esté.

- Exactamente.

Mientras avanzaba la conversación mi película interna iba situando mis aconteceres cotidianos en toda esta gran mutación. Mi búsqueda, o debía decir nuestra búsqueda. Estaba claro que nos avisaba del nuevo mundo que ya estábamos viviendo. Padeciendo, disfrutando… Nuestro presente limpiaba nuestro pasado. Suena purificador. Claro está que esta carta mancilla la nostalgia, y todo rastro de aquello de qué cualquier tiempo pasado fue mejor.








Intimamente iba colocando cada arcano en mi vida, y aunque me cueste admitirlo todo tenía mucho sentido. Advertía paralelismos y coincidencias en todo tipo de planos, y máxime cuando mi locuaz por un día compañera daba rienda suelta a su relato.

La aparición del arcano XIII, y la rápida interpretación poco reflexiva me empujó a pedir las últimas dos cartas. Le pregunté sobre el objetivo e todos esos cambios que el tarot nos vislumbraba. Qué destino nos esperaba. Y más importante, el camino, y sus piedras.

- ¡Y qué cartas salieron? Pensé que cada carta interpretaría el camino y el destino así por separado.

- Pues algo así era la intención inicial, como si no tuviera nada que ver lo uno con lo otro. Pero La Luna y el Sol vinieron a darle sentido a mi vida. Sin camino no hay destino. Y sin destino no merece la pena caminar ningún sendero.

- Todo suena muy trascendente. Pero sin los arcanos no me entero de nada. ¿Qué salió?

- La Luna y EL sol. Y antes de que me preguntes nada me arranco con espíritu de síntesis. El sol es el destino feliz. Es una carta que finaliza una obra. Es la energía de la vida, total y saludable.

- No suena nada mal. Por la parte que me toca.

- Si la carta sale derecha en su posición, significa alegría, éxito, logros y triunfos, inteligencia positiva, recompensa, relaciones muy dichosas.

- ¿Y dónde salió?

- Pues si te lo estoy contento es porqué salió a la derecha.

- ¿Y a la izquierda, La Luna?

- La luz en la noche. El faro natural que mira el mundo. Su enigmática naturaleza le da cierto misterio a ese camino. A veces se pierde, en las noches más oscuras. Pero nunca muere. De pronto se muestra, va perdiendo su timidez hasta darnos la visión completa de una de sus caras. LA otra te la tienes que ir ganando. Tú tienes que poner la otra mitad. Pero como casi todo en esta vida te lo tienes que merecer. Hay que aprender a andar en la oscuridad para que cuando el Sol irrumpa con todo su esplendor te pille colocado. No sé si mucho o poco, pero imagino que con no estar desorientado podremos seguir caminando hacia nuestro Sol.

- Dios mío. Si ahora estamos viviendo lo del arcano XIII, nuestro futuro inmediato es este.

- Inmediato imagino que la LUNA. Y si negociamos todo este camino decentemente nos ganaremos el Sol feliz. Que ahor pienso que cuanto más inmediato sea mucho mejor.

- O quizá no. Un gran Sol puede que no se disfrute de igual manera sin una buena Luna.

- Puede ser. Aunque sin ánimo de llevarte la contraria imagino que una Luna benevolente no tiene porqué desmerecer el camino. El Camino es de cada cual, y no creo que necesariamente una amalgama de dificultades dignifique ningún destino.

- Si llegas, llegas ¡no?

- Imagino que si lo haces fácil no tiene porqué empeñarte en hacerlo difícil.

- Ya hay demasiado castigador por ahí como para ejercer el “auto-flagelo” medio vanidoso.

- Los que hacen eso no lo hacen para disfrutar ni el camino, ni el destino. Lo hacen para contar el camino y darle brillo a su destino.

- Pobres. No hay fusta más dolorosa que la vanidad. Todos la niegan mientras la mastican.












Pasaron unas semanas donde nuestras conversaciones respiraban tarot. El relato dejó muchas puertas abiertas, y las conversaciones e interpretaciones se sucedían hasta el disparate.

La novedad inicial se golpeaba con el día a día. Las historias inevitablemente tendían a repetirse y esa sensación parecida al aburrimiento respaldaba la leyenda que iba tomando cuerpo.

Los crecientes cambios de humor, el apasionamiento y lo que más tarde identifiqué como complicidad me hacían saltar todas las alarmas.

Mientras aprendíamos a sentir fuimos entendiendo el poder del silencio. También aprendimos que la hierba crece en cualquier estación. Ni siquiera hace falta que sea en primavera. Allí descubrimos a las hormigas que esparcen las semilla para que arraigue donde le vaya dando básicamente la gana. Eso es lo que algunos deben de llamar suerte, azar, el misterio de vida ,el primer motor, física cuántica, el reflejo del mundo de las sombras o cualquiera de las interpretaciones de la realidad y sus representaciones más o menos míticas o científicas. Según corresponda.

Salgo de la espesura existencial. Me pongo físico cuántico y no entro en cuestiones espirituales

Solo hay tres cosas que seguro que sé. Que cada vez sé menos, que la vida son dos días y que el miedo paraliza. Que renacer purifica, que romper hábitos abre tu dimensión, que cuanto más ensanchemos horizontes y más complicado sea te hace interesarte más por el mundo, que sólo con planteárnoslo ya estamos en el camino, y que los guiones escritos son como los planes. Se crearon para romperse, transgredirlos o en el mejor de los casos, adaptarlos a una circunstancia no contemplada en el momento que fueron alumbrados.

También sé que la risa es buena. Que es parte de la vida. Que es tan parte como las lágrimas. Y quien tiene más capacidad para reírse es más inteligente.

Que cuando tu ego muere, luego resucita. Y que lo hace con más fuerza, mas frondoso y mas vuelo. Que no hay que meter el ego en el bolsillo. Y qué, el que lo hace públicamente, está mintiendo.

Que afortunadamente, todo es una ilusión. Que basta con tener una y perseguirla. También se que las etapas no existen, que el bebe, el niño, el adolecente, el joven, el maduro y la anciana conviven según van apareciendo. Se van dando paso como sólo saben hacerlo quien asume ese viaje, sin más adjetivos o floridos adornos.

Aquí en alguna de las conversaciones que tuvimos en la tienda siempre recordaré las palabras de una vieja alpargata postergada de la primera línea de los escaparates que se agarraba a su función, más allá de modas, de diseños y colores más o menos de temporada. Llevaba 20 años de una tienda a otra. Ya presumía de las 3 liquidaciones que le hicieron cambiar de dueño.

Apartando los “galones” que otorgan 3 dueños, 2 almacenes, 3 expositores, 3 viajes y todas las historias que puedan incluir cada uno de estos procesos.

Historias perfumadas de la grandilocuencia. De quién se agarra a la experiencia para dar sus particulares lecciones de existencia. Dentro de toda aquella verborrea de alguien que se tuvo que agarrar a ella para soportar el rechazo sobrevivió su enfoque machadiano que imagino que le ayudaba a igualarse a sus congéneres. Defendía que ella era tan alpargata como todas las demás. Decía que lo importante de la alpargata no era el color o el diseños era su condición de alpargata. Siempre terminaba con “el ojo es ojo por que ve. No por lo que tu veas a través de él”. Decía que eso era LA FELICIDAD.

También recuerdo las noches de la tienda. EL estruendo de la puerta de seguridad que bajaba cada día a las 9 en punto de la noche nos anunciaba el descanso. O eso se pensaban todos los ajenas a la tienda.

En realidad, después de un día completo sin moverse lo más mínimo. Allí abrazando el paroxismo, para dar a entender nuestra bondad u obediencia. Había un mito sobre los alzados nerviosos.. Debíamos parecer dóciles. Los humanos son muy posesivos, y una zapatilla que se acercara a lo zascandil solía concluir sus días en un viejo almacén. Lejos de cualquier lugar que pudiera darle una oportunidad. Apartada en el escaparate del olvido. Nadie le echa cuentas, pero todo el mundo le recuerda como el loco que acabó donde acabó porque el solito se lo ganó. El pecado de la originalidad. Del individualismo. De no asumir la masa como el redil de sus ilusiones. El castigo de los valientes.

Una cosa era permanecer hieráticas ante la presencia de los humanos, y otra era escuchar el portalón del cierre de aquella tienda. Imaginen, la fiesta. Para que me entienda, una zapatilla duerme durante el horario comercial, y vive cuando los posesivos humanos dejaban aire para que uno socializara.

Por supuesto que cada cual tenía sus preferencias para relacionarse. Los había que incluso el miedo al mito de la zapatilla revoltosa, les paralizaba toda la noche. Allí permanecían impasibles, tratándonos a los demás como si fuéramos humanos. Los primeros días lo tomábamos como una afrenta. Recuerdo comentarios del aire “, mira estos que se han creído, lo mismo se creen que vienen a este mundo para calzar al cualquier yuppie ágrafo con un inmenso éxito económico”.

Sí lo parecía desde luego. Sus intenciones estaban claras. Hablaban de un sacrificio menor. Que luego recorrerían los mejores caminos del mundo. Y aquello del que algo quiere, algo le cuesta. Siempre hay un refrán para colgar la excentricidad o cabezonería medio razonada de turno. Así como era común, que cuando se esgrimía un refrán para justificar cierto comportamiento, alguien sacara a colación otro refrán que decía exactamente lo contrario.

Se hacen a la idea, ¿verdad? Uno de los más comunes en aquella tienda era el “de quién mal anda, mal acaba”. Ya me adivinan que por allí aparecía el que no paraba de andar mal cobijándose bajo “el de los gitanos no quieren buenos principios”.

Es decir, aquella Timberland destinada a cualquier poligonero, albergaba la posibilidad de que para encontrar el buen camino no había que estar por él desde el comienzo. Cualquier momento podría ser bueno para incorporarse.

La única condición no discutible por parte de nadie era lo que allí llamábamos el pacto tácito. Nadie firmó nada jamás, y el acuerdo tampoco se discutió de un modo público. Podríamos decir asambleario. Era un boca a boca. Desde el primer día que algún calzado entraba por aquella tienda tardaba apenas unas horas en entender que cuando caía el día. Es decir, al amanecer, la primera luz que entraba por la cristalera de la esquina de la tienda marcaba el retorno a su lugar. La idea era regresar al mismo lugar donde dormirían durante todo la jornada comercial.

Mayoritariamente se cumplía esta condición, pero en ocasiones algún apuro o despiste modificaban la posiciones de algunas de nosotras. Esto normalmente era preludio de mañanas gloriosas. Discusiones acaloradas entre los humanos. Allí trabajaban acusándose de modificar el expositor sin permiso alguno. Menudencias que se historiaban más de la cuenta. Esto propició alguna que otra situación hilarante. Con el tiempo alguno de nosotros se cambiaba de lugar. El único interés era tener una de esas mañana historiadas.







Ya os he comentado que en aquel tiempo cada una se juntaba con quien era más afín. Gozaba de cierta libertad respecto a mi compañera. Mientras ella gastaba buena parte de las noches con las sandalias marsellesas que compartieron la famosa noche del tarot, y otras muchas noches más. Yo jugaba de un modo más frívolo. No quise compromisos muy cerrados con nadie. Prefería círculos abiertos. En ocasiones me desubicaba ligeramente, andaba sin referencia alguna. Pero la Libertad de la que gozaba tapaba estas carencias coyunturales.

Lo que sí tenía cierta tendencia era a buscar experiencia. Buscaba el bagaje del camino, de las muchas tiendas, de los traslados, de las historias.

Al menos, dos veces por semana buscaba a la alpargata machadiana. Aquella que hablan de la FELICIDAD con una propiedad impropia. Digo esto porque yo no tenía ni idea de lo que era. Y después de tanto tiempo dudo que lo sepa YO. Y voy más allá. Que lo sepa nadie.

Antes de entrar con mis dudas sobre la Felicidad. Y aquella imagen tan conformista que me mostraba mi veterana colega machadiana- Aquello que era feliz por ser lo que es me sonaba un tanto reduccionista. Tan fácil en apariencia. Tan difícil en esencia.

Después de escuchar aquel planteamiento por primera vez lo mastiqué con prudencia. Y dejé pasar un par de semanas para planterala si ella se sentía feliz vagando de mano en mano sin que nadie se la quede.

Ese planteamiento de juventud no debió ponerla en dificultad alguna. Con sumo aplomo, recreándose sobre sí misma me invitó a acomodarme en el estante contiguo al suyo.

Me advirtió de que iba a contarme una historia de una vieja botella llena de café apartada en uno de los almacenes que frecuentó. Llevaba allí casi 20 años. Y no envidiaba a ninguna de sus congéneres que ya había perdido todo ese aroma colombiano que ella guardaba en su corazón.

Henchida del orgullo que da esos 500 gramos de café que perfumaban su esencia, no sentía ningún rechazo por parte de nadie. Una noche me contó su gran secreto. La etiqueta adherida a su vidrio guardaba un premio valorado en 60.000 euros. Bueno en realidad 10 millones de pesetas. Que ahora sé lo que es, pero que entonces únicamente adiviné a pensar que era algo valiosísimo.

Era feliz por seguir siendo quién es, y aunque su tesoro posiblemente en nuestros días siga oculto defendía que no siempre los elegidos eran los mejores. Ella solía presumir de qué siendo la botella más valiosa de su especie nadie le había escogido para nada. Su felicidad era plena porque nadie puede echarse encima la tierra que corresponde a los demás.

Era una botella de café, estaba contenta de serlo y no quería ser nada más en la vida. Su libertad caminaba por un lugar ajeno a la vanidad que cualquiera pudiera explotar en su etiqueta. Ella prefería mantenerla oculta. Esa etiqueta deberá pertenecer a quien me escoja sin saber lo que guardaba dentro. “Yo quiero que me quieran por el gran café que guardo para mí. La etiqueta era algo que me traía sin cuidado. Posiblemente porque tardó mucho tiempo en entender lo que significaba. Y cuando lo hizo, ya había perdido todo el interés. La ética había vencido a la estética. Las luces de los adornos son esplendorosas, pero duran poco. La ética es un sol que no agota. No brilla tanto con otras luces, pero te alumbra todo el camino.

Únicamente presumía de querer acabar sus días resbalando de cualquier velero en alta mar. Caer al mar. Dejarse llevar por sus corrientes caprichosas, para acabar sus días en manos de alguien que finalmente consumara su destino. Mezclarse con el agua eterna para espabilar los despertares del afortunado de turno. Simplemente espero que alguien le rescatara de su libertario almacén para cumplir el sueño de alguien que ya era feliz. Siempre me he preguntando si se pueden tener sueños mientras se es feliz. Se es feliz, o se puede ser más feliz. La felicidad colma, o uno nunca tiene bastante. Todo esto suponiendo que uno se entere de algo cuando está colmado.








No era fácil hacerse con los mandos del ordenador que solía quedarse encendido toda la noche en la tienda. Por lo vista consumía menos así que apagando y encendiendo. Nunca lo tuve muy claro, porque en otras ocasiones alguien decía que debía estar encendido porque así duraban más.

Cuando llegamos ya había cierto público alrededor de aquel aparato para navegar por algo que llamaban internet. Navegaban sin barcos, ni agua. El océano era de información, y en realidad siempre pensé que fue de gran valía para enfrentarnos al nuevo mundo. EL conocimiento iguala y reparte las oportunidades a todos por igual.

Pronto aprendimos a ir de unas páginas a otras. Dependiendo del compañero tripulante los temas te podían empujar hacia otra actividad alternativa. Los domingos era imposible consumir algo que no tuviera que ver con competiciones deportivas. Gustaba mucho ver a los compañeros que calzaban a los humanos más habilidosos del planeta. De algún modo les conferíamos esa habilidad, y eso papel fundamental a nuestras congéneres. Nadie podría discutir que el más habilidoso de todos sería otra cosa descalzo.

A vueltas con la felicidad, una noche me aventuré en su búsqueda virtual. A mí no me quedaba claro que era aquello de la felicidad. Los enfoques más costumbristas y pasivos chocaban con otros más activos y oníricos. Menú complicado para servirlo en el mismo plato. Sobra decir que el entrante sería la tierra y de segundo plato la purísima luna.

Había aprendido qué, a través de una página que se llamaba Google, podíamos buscar información sobre cualquier tema. Y la felicidad me parecía el más interesante de todos ellos.

“La felicidad es un estado de ánimo caracterizado por dotar a la personalidad de quien la posee de un enfoque del medio positivo. Es definida como una condición interna de satisfacción y alegría.”

Eso es lo que ponía en una página que se llamaba “guikipedia” o algo así. O, era con “w”. Wiquipedia. O algo así. Aquello tenía pinta de información poco frívola. Aburrida vamos. Y sin contar que por aquellos entonces no entendíamos nada. “Estado de ánimo”, personalidad, medio positivo, satisfacción y alegría. Casi nada para nuestra esencia naif. Sin vanguardias ni gaitas. Naif, de puro infante.

Antes de que me preguntes como diablos recuerdo la definición de memoria. Pues así de fácil, al abrir esta primera web, acordamos memorizar cada uno lo más importante de cada página. El desglose era tremendo, así que me quedé en la esencia. Y no quiero ni pensar que ya era un símbolo en sí mismo. Nada casual. Allí estaba yo metiéndome en las esencias y los conceptos. De ahí me debe venir mi animadversión a las florituras coloristas.

En definitivas cuentas nos encontramos ante una de esas definiciones tan completas como insatisfactorias. Entendiendo lo que allí pasaba, mirabas a tu alrededor y no lo veías.

“ Condición interna de satisfacción y alegría”. Eso sé que me ha pasado. Cuando lo sientes no lo concibes. Cuando no lo recuerdas la añoras. Cuando lo buscas se escapa. Cuando la desprecias te golpea. Cuando golpea, he aprendido que lo mejor es dejarse hacer. Siempre he estado seguro que si te retiras, te negará hasta los últimos días.

Eso sólo pasa a veces. Otras veces sales a buscar la felicidad y la encuentras. La hallas porque la mereces. Y porque has querido ir a buscarla. Si no la encuentras, es que no la querías lo suficiente.

Quizá ahora me ponga a pensar que la felicidad es habitar en un lugar que te pueden pasar todas esas cosas y otras pocas más. Y contarlo. O no. Aunque te mueras de ganas de hacerlo. A veces contarlo, y otras morirte. Como la mierda, millones de moscas no pueden equivocarse.

En mi último día en la tienda, un zapato negro, simple como el sólo. Piensa en cualquier zapato y te sale este. Compartimos apenas tres o cuatro noches. Había muchas miradas, pero realmente nunca nos paramos a charlar sobre algo propiamente dicho. Respetuosos saludos, algún comentario cruzado, una sensación en el aire de que a alguien le apetecería pararse más, pero alguna vuelta de tuerca quedó pendiente para que el acercamiento se hiciera realidad y de allí brotara conversaciones reales.

Lo que más recuerdo de él es que estuvo presente en aquella noche donde buscamos la felicidad virtual. Así como yo mismo me ocupé de la definición de la wikipedia, éste asumió una página de citas. Desde aquella noche siempre se le veía caminar, más bien sólo, y con algo entre los dientes. Algo decía pero nadie realmente sabía que era. La última noche, como decía antes, me llamó y sin tomarse el más mínimo descanso me soltó ésto que aquella tarde me pasó escrito en un papel:

“Hacer el amor con alguien a quien se ama. Dormir con la conciencia tranquila.No envidiar. Trabajar poco y en lo que te gusta. No temer a nadie.
No esperar lo que no existe. No tener nunca que mentir a nadie y mucho menos a uno mismo. No odiar. Gozar cuanto sea posible. No tener pleitos. No soportar yugos ni cadenas. No querer tener siempre la razón. Saber descubrir la belleza y la bondad ocultas... Tal vez esas pequeñas cosas son lo que llamamos felicidad.”

Tras el susto inicial de entender por donde venía todo este forzado despliegue, rápidamente recordé que eso debía ser la página que le tocó recordar a nuestro simple amigo. Un enfoque tan cierto como reduccionista. Nos metemos en el mundo de la suma de las pequeñas cosas. Hacer cada pequeña cosa con el amor que se merece da lugar a una suma de factores que debía dar como resultado final la dichosa FELICIDAD. Esta definición la tuvo que dar alguien que disfrutó tanto como sufrió la propia felicidad. Suele pasar, los años de grandes nieves suelen arrojar un rotundo sol para el verano. Pues eso, quien tiene capacidad para disfrutar mucho suele llevar las alforjas amplias para el sufrimiento.

¿Y si la felicidad apuntara hacia ese sentido? Tu eres tú, y eres feliz porque es imposible que no lo seas. Lo que no quiere decir que no puedas estar triste. Las lágrimas son tristes pero antesala de las risas y un infinito viceversa.

Con el tiempo me enteré que nuestra vulgar y tímida compañera, acabó como inspiradora del Tratado del amor abúndate. Tanto y tanto se metió en los mandamientos que nunca más se volvió a enamorar.

Pasó años preguntándole a los 10 mandamientos a cuál de ellos traicionaba. Acabó pensando que no cumplía ninguno de ellos. Bueno eso fue al principio porque después pasó un tiempo buscando el undécimo y definitivo.

Algunos lo llamarán locura. A mi me gusta más llamarlo vida. Con lo bueno y con lo malo. Y si me apuran el limón con sal también tiene su toque. La felicidad es eso exactamente. Limón y sal, un aahh gutural y una cara de qué bien me siento. El truco está en que te guste el limón. Porque el limón siempre apagará la sal, pero si después de lo malo te viene lo peor, el ahh sale más gutural, y la cara se te queda de tonto. Esto no sé si será del todo verdad pero ahí les dejo pensándoselo. A mí siempre me deslumbró el limón.

Antes de darme el papel cuidadosamente enrrollado sobre sí mismo, me lo recitó. En un principio pensé que era cualquier tipo de oración o similar. Me dio un abrazo, me deseó suerte para el futuro, y me entregó el escrito. Me deseó que se me cumplieran la mitad de lo que aparecía por allí. Lo acepté porque no detecté ninguna señal de que no pudiera hacerlo, pero de la lectura detenida de la cita, siendo todo absolutamente cierto, tampoco asumía un concepto que ya entendí que era imposible marcar ningún tipo de frontera. Era cómo querer cerrar una mariposa en una jaula para fieras. Los barrotes insinúan un límite. Eran como simbólicos, marcaba un límite, pero digamos que de línea discontinua. Se podía rebasar en ambos sentidos. Vamos que así se podía ser tan feliz como infeliz. El paisaje descrito podía ser precioso pero lamentablemente NO vinculante.

Felicidad y/o placer. Parecen que van de la mano, por aquello que la una sin la otra no se tendría de pie. Vaya, que la idea es que vayan agarrados para que ambas se sostengan.

Los tiempos que corren frecuentan confundir lo uno con lo otro. De hecho se vende el placer de comer sano y habitualmente caro. De hacer deporte, o de consumir determinados productos para que a través del placer obtener una felicidad acorralada.

Una sonrisa descomunal para venderte un dentífrico que te envíe a las puertas del orgasmo. Que rematarás con un champú de algún color medio zen perfumado con las flores que toque. Normalmente el color del bote que acoge ese champú delata a la flor. Para que todo quede bien clarito, y el orgasmo te deje con ganas de 3 duchas diarias.

Si nos vamos a la macrobiótica, alguien identificará un pan con algún cereal menos popular que el simple trigo, que mezclado con una vayas de cualquier país que arrulle el imponente Himalaya, te dejará tan saludable, que imagino que aunque lo enriquezcas con el chorizo más contundente del lugar, te dejará ese halo de salubridad que te enviará, sin que apenas puedas protestar, a la antesala de esa felicidad.

Cuestión de autoestima, normalmente también de bolsillo para presupuestar un pan infinitamente más gravoso del habitual. Y ni media disculpa para el trigo. Señor, con la de hambre que ha quitado. Conclusión: el trigo es triste y el centeno maravillosamente placentero. Menos mal que Sting y sus “Fields of gold” identifica la forma de la espiga que agrupa los granos maduros de un trigo que luce más dorado por obra y gracia de un sol que se muere en el horizonte con la belleza de sus últimos rayos.

El mercado de la felicidad, te vende un producto con un psicólogo dentro. Hidrata tu cabello, tus manos, tus piernas y tu cara. Toma rayos uva, practica yoga, busca el equilibrio que te invade justo en el momento que te olvidas de él. Paga el psicólogo-psquiatra, la lavadora con secadora, el frigorífico que haga hielos y que los obtenga con el simple empujón a un soporte que pende sobre la puerta.

En definitiva un suma y sigue de orgasmos comerciales. Los yogures de toda la vida son light, o bio-algo, o muy diurético, o enriquecidos con savia, con soja, con frutas y cereales de diversa procedencia. Una etiqueta que identifica la ausencia de gluten, y un sello que alguien ha dibujado que dice que muy bueno para la salud.

Luego el consumidor soportará o no los lácteos, y el contenido más saludable del mundo se puede convertir en la antesala de “no sé cuantos” problemas gastrointestinales, dermatológicos y psíquicos.

Somos lo que comemos dicen. En definitiva, si por ejemplo, si no soportas los lácteos serás otra cosa imagino.

En cualquier caso, estamos en uno de esos casos que bajo la etiqueta de qué “ésto es el futuro”, se mira para otro lado, y con la conciencia de que ambos estamos mintiendo y a cada cual le interesa mantener la situación.

La mentira es burda, con la impostación del mal actor de pueblo del siglo pasado que sin electrónica y sonido en el que apoyarse, acaban caricaturizándose a sí mismo, 2 horas llamando al lobo a aullidos en el viaje a ninguna parte de cada cual.

Para hacerme entender, unos venden en nombre de la salud y los otros consumen por el mismo motivo. Unos explican lo que pone en la etiqueta, y los otros se lo creen. Dios me libre de poner en duda la bondad o el ajuste a la realidad de cualquiera de esas etiquetas. Mis conocimientos de macrobiótica están bajo cero. Lo único que me llama la atención es que conceptos tan importantes se explican en un folleto del tamaño de una cuartilla.

Durante la gran noche de investigación sobre la felicidad se tocaron más temas, pero realmente ya no importa porque simplemente no recuerdo más. En cualquier caso, entendí que ya tenía información suficiente para algún día, identificarla.


Vamos esa pensaba yo en aquel momento. Con el tiempo de lo que di cuenta es que tanto yo todos los que me rodeaban era la felicidad la uqe decidía pasar por cada cual. Desde el anonimato imagino yo, porque ni se presentaba avisando de que estaba de visita, ni uno percibía que nadie había pasado por allí.

Mi compañera no le gustaba demasiado entrar en tanta filosofía en casi nada, pero en este tipo de temas bizantinos donde se sabe que el final de la historia pertenecerá al que en aquel día en concreto tenga la capacidad de argumentarlo mejor. Es decir, una de esas historias con final abierto. Conversaciones que se repiten los mismos argumentos que entonó algún “lumbreras” en el pasado. Y que cada contemporáneo lo defiende como puede. Es decir, mismos argumentos pocas novedades, y como todo lo que no se puede coger, que cada cual le dé la forma y el color que buenamente entienda.

Imaginad que de este tipo de historias mucho menos. Pero realmente era imposible pasar de puntillas sobre uno de los aconteceres más significativos de mi vida. A punto de abrirme al mundo, aquella noche donde nos abrimos hacia la felicidad, y todas las conversaciones que arrastró con el poder del implacable glaciar. Frío y poderoso, helado e invencible el tema, entendí yo, en aquel momento, que debía ser el motor que moviera cualquier existencia.

……………….

Se supone que todo lo que hacemos tiene como objetivo ser felices. Pero entre la sucesión de quehaceres y la dureza de su práctica en ocasiones nos emboscamos nosotros mismos y nos quedamos obnubilados en el único árbol.

- Es decir, ¿a dónde íbamos?

- Estábamos buscando la felicidad

Pues eso, adelante. La idea era pasar ese bosque.

Así finalizó la única conversación que tuve con mi compañera unos días antes de nuestra brusca separación acerca del tema.

Después de semanas, meses huyendo de cualquier conato de inicio de charla respecto a la felicidad o sus derivados, algún que otro gruñido me llevé. En ocasiones, también me llevé algún silencio bastante más acido y doloroso.

Me parecía ridículo tener que conversar de este tema con casi todo el mundo, frecuentara o no, y no conocer el punto de vista de mi impar.

Mi insistencia rondando lo pegajoso suele funcionar. Y lo hizo. Y de qué manera.

Ya os he comentado en algún momento que este tipo de situaciones solía derivar en un argumento contundente. Con una economía de frases, palabras y conceptos que no hacían otra cosa que potenciar su mensaje.

Básicamente la idea era clara. Consigue lo que quieres. No te distraigas por el camino. Consigue el objetivo que te habías marcado, y disfrútalo cuando lo consigas. Cuando lo consigas, márcate otro objetivo, lo consigues y feliz como una perdiz. Y así en un eterno indefinido, y porque no, viceversa. Día a día.

Mi primera percepción fue de cansancio. No sé por qué percibí una actividad que me condenaba a la eterna diligencia. Rápidamente, sin que yo expresara sonido alguno que identificara acuerdo o desacuerdo con tanto movimiento. Alguien leyó mis pensamientos, y adelantándose a lo que pudiera espetar, me invitó a mirarlo de un modo más relajado. Los objetivos pueden también ser pasivos. El objetivo podría ser apartarse de toda actividad que nos produjese stress alguno. O simplemente comulgar con el espíritu de “bicho bola” y condenarnos a la inane asociación que establece cualquier sillón con un televisor. Es decir, pasividad no programada. Hedonismo al segundo, sin pretensiones. Me pica, pues me rasco.

En realidad, fue matizándome que los objetivos y sucesión no solía ser un problema, excepto si había patología. Que el problema aparecía durante el proceso de consecución de metas. Qué en ocasiones el camino nos distraía hasta tal punto que muchos quedaban condenados a la amnesia más absoluta. Se quedaban prendidos y/o perdidos en cualquier recodo, infeliz, y preguntándose por qué.

Ni siquiera recuerdan que les llevó al atasco donde habitan, y que seguir el camino es la única solución. En realidad no hay manera de darle ningún brillo a esta situación.

También me comentó que tampoco había que negar el despiste. Que los caminos están para disfrutarlos, para entretenerse, pero sobre todo para andarlos y recorrerlos. Podemos pararnos todas las veces que nos apetezca, pero no debemos perder el norte, el sentido de la dirección. Siempre debemos continuar.
Al final del camino se llega a un espejo etéreo. Sin ancho por largo alguno. Si materia alguna que la defina. De pronto te ves a ti mismo. Ahí en frente. Y es interesante que lo que ves, te guste.

Si te reconoces, el visitante anónimo anda por ahí. Seguramente nadie es consciente de lo feliz que es, pero en realidad lo importante es sentir ese estado. La conciencia del mismo puede que simplemente sea un esnobismo emparentado con la necesidad de controlar casi todo. Y tanto control seguramente no tiene nada que ver con felicidad alguna.

No sé de que manera brotaba desde dentro ese husmeador que me empujaba hacia estos líos y debates. La experiencia me anunciaba un revolcón. Pero aquí habría que asociarle otro concepto. Más completo. Revolcón y cierre.

¡Nada! que revocar. Nada que oponer, ni matizar. Y lo que es más grave. Todas mis divagaciones sobre conceptos, filosofías y mercados de la felicidad anteriores no había manera de introducirlo por lado alguno. Que derrota. Puro almíbar.

El tema quedó cerrado. Lo de dejarlo para el día a día me dio mucha tranquilidad. Qué demonios andaba yo proyectando una cadena que llegaba tan lejos como mi propia imaginación, sin acordarme de cada eslabón que finalmente construirá la serpentina fugaz de este imaginario.

Vivir proyectándose era condenarse a un futuro que solo se puede construir juntando cada día. Ese era el objetivo. Cada día.

Ese concepto dejaba al aire muchas preguntas sin respuesta. Pero era lo más tangible que teníamos. El paso de los días nos daba respuesta con nuevas aventuras y propósitos.

Vimos muchas cosas. Pasamos frio y calor, nos llovió, jamás nos nevó. Eso sí, durante temporadas salíamos todos los días, y en otras, sin embargo nos condenaban a una caja con pinta de olvidada que aunque su presencia lo asociábamos con descanso, también con la zozobra de caer en el olvido. El verdadero fin.

Después de una buena temporada, alguien abría esa caja. Contenta por sacarnos de ahí, pero acompañada de una “si ya sabía que os había dejado aquí”, que la verdad no tranquilizaba demasiado. De algún modo se percibió que alguien no lo tenía claro del todo.

Nosotras al suelo, y a comenzar un nuevo año pleno de objetivos, planes e intenciones. Dejo las intenciones para al final, y de paso recojo los objetivos y planes que digamos se queden a medio hacer, y así no me deja ninguna atención, plan u objetivo a su libre albedrío.

Aquel año conocimos la playa. El mar ya lo consumimos en nuestro crucero hasta Europa. También sabíamos lo que era un puerto, que por cierto no se distinguen por nada en especial. Hormigón, vehículos y grúas. Con un olor a pescados de diversa procedencia -normalmente fallecidos-, que se unía a unas aguas turbias acompañadas de diversos brillos de aceites y carburantes bajo sospecha.

Pero el concepto arena, calor, descanso, sol y la concentración más escandalosa jamás vista por nosotros de chanclas como nosotras. Familias comunes, entornos pasados compartidos, mensajes en una botella, vaya lo que a alguien le quedó por decir y nombra emisarios transmisores. Digamos que “correveidiles” autorizados que manejan normalmente mensajes desesperados, o peor, simplemente despedidas.

Este clima nos abrió un mundo que solo prometía diversión, intercambio, comunicación,…

Mi impar no se mostró excesivamente ilusionada ante el nuevo reto. Sin embargo, mi excitación se hizo tan notable que hasta mi compañera me coronó una de esas frases que se dice uno a sí mismo para reforzar-desear una situación futura.

- Día a día. Guarda las alas y deja de volar.

Tema concluido. Por lo menos para él. Yo me limité a controlar mis elementos comunicativos. Pero por dentro el alma bullía entre el cielo y el suelo. Más cielo que suelo, pero el suelo se consumía en su versión aterrizaje forzoso. Más que de sobra.

Día a día por allí fueron apareciendo diferentes personajes en encrucijada similar a la nuestra. Daba igual que fuera su primera, segunda,… O, la muy privilegiada tercera o más, temporada playera. Cierta ansiedad anta la posibilidad única de comunicarse. Aquel lugar era como un viaje embrionario, a la fábrica, a la tienda... Compañeros por docenas. Cada uno con una historia. Más o menos noveladas, interesantes o simplemente inexistentes para el señor de lo social. Pero, mirando con la precisión que da la perspectiva, todas importantes, únicas.

El anonimato no le quita ningún crédito a la historia. Le aporta una discreta tranquilidad que seguramente ayuda a que la dimensión no se inflame por razones ajenas a lo que nos importa.

Desde el anonimato asomó una voz. Sin darse ninguna importancia coincidimos en la primera jornada playera con una chancla extranjera. Unos cuantos de miles de kilómetros le separaban de su ambiente natural. Con mil playas en su suelas por allí apareció con la normalidad del que pasaba.

En pocos minutos nos aportó lo que podríamos llamar su ficha técnica. Destinada a pisar cualquier país de Sudamérica, recaló en Chile. Los caprichos de la comercialización le situaron en una tienda marginal de una barriada. Una urgencia coyuntural le sacó de allí, y a partir de ahí fue conducido por un tipo malhumorado, disgustado con su propia existencia, con un sentimiento personal de que la propia vida le estaba manipulando. Y con la tortura eterna del que se cree más auténtico que sí mismo.

Su entorno entendía que esta manera de ser se acercaba mucho a una patología. Se creía que él era sólo el que se pensaba, y no el que realmente era. Pero, todo el mundo solía zanjar la cuestión con un “no es mal chico”, en ocasiones también se escuchaba un pacificador “no hace daño a nadie”.

Resumiendo mucho. El personaje en cuestión, atrapado por la vida que siempre quiso tener, decidió dinamitar la familia que formaban su esposa y su hijo, vendió la moto que siempre quiso tener, y se lo cambió por un billete de avión para buscar el aire que en todo su país no podía respirar.

Aún no sabía que el viento mueve el aire, y que la libertad, la autenticidad, y unas pocas de cosas más que terminan en “-dad” no habitan en ningún rincón remoto, con más o menos playas, empresas, luces o sombras. Todo eso lo tiene cada cual dentro de sí, y asomará o no porque tú lo decidas, no porque cambies de residencia.

Desde la maleta se podía percibir esa sensación de sudor con miedo que dejan las pieles. Entre lo pegajoso y lo lubricado ante el miedo a lo nuevo.

La dignidad personal se la marca cada cual. Pero mucho ojo que la dimensión no sea excesivamente ambiciosa. El precio suele ser alto. Se agota el crédito y las decisiones nacen desde calentura desdichada del desengaño.

El tiempo, la perspectiva y las compañías coinciden en la conveniencia de apurar decisiones en tiempos donde se mueve la tierra. Pero la experiencia empuja al afectado hacia la precipitación de acontecimientos.

Esas decisiones se rodean de una ceremonia, algunos también lo llamarían “pollastre”, y te conducen a unos de esos caminos de sentido único que se recrimina hasta la simple ralentización.

Después viene el miedo. Se proyecta hacia el futuro y aparece el vértigo. Hasta que las necesidades del presente actúan como un placebo paralizante, de esos que te dejan a merced de esa aparente contradicción de jode pero no duele.

Al principio temía el éxito porque me podía abocar a cualquier planta de reciclaje del mundo moderno. Yo quería que le fuera bien, pero si le iba muy bien, a mí no tanto. Esto duró unos años, hasta que comencé a tranquilizarme desde el sosiego que da convertirse en un fetiche. Me convertí en un símbolo. Simbolizaba su ciudad, su barrio, su casa, y le recordaba a su madre. Lo que se dice un “pack” completo.

La desesperación del que quería abandonar su país con urgencia, y la sucesión de trámites burocráticos que acumuló para su abandono no fuera un simple portazo le nubló a la hora de preparar cualquier tipo de aterrizaje forzoso en tierra extraña.

Un billete de avión, un pantalón vaquero y una canción como diría el clásico. El visado de turista que te confería el derecho de habitar durante un mes y el billete.

Aterrizaba en una gran ciudad contemplando la misma como un conjunto. Me voy a Madrid y de pronto apareces en un atardecer en Barajas. La inminente desaparición del sol funciona como el reloj de arena que marca el paso de los segundos con el inquietante compás de cualquier reloj de pared.

La noche, como un presagio, se impone al día, y la falta de luz no facilita para nada la introducción. Una breve caminata anuncia que andando no se dirige a ninguna parte. De vuelta al punto de retorno divisa una acalorada conversación entre personas que vestían el mismo uniforme, y que la cercanía descubrió como policías.

Y allí nació el absurdo. Desde a sinceridad de la confesión, el susodicho se hacía perdido, sin destino, ni dirección. Su intención anunciaba un delito que aún no se había cometido.

Ante una pregunta de uno de los policías

- ¿Por qué vienes a España?

- Para buscarme un trabajo y progresar

Otro le de los policías le inquirió

- Sabes que eso está prohibido. Es un delito. Tu puedes estar un mes, si no encuentras una nómina puedes ser expulsado en cualquier momento.

- Sí lo sé. Pero también sé que muchos logran quedarse, y yo sólo quiero trabajar. Progresar, hacer mi vida sin meterme con nadie. En realidad me da igual lo que pase. Simplemente tengo que intentarlo.

Desesperadamente sincero, la autoridad se desarboló ante la exposición de los hechos. En apenas unos minutos la causa común era, ya no buscarle un lugar para pasar esa primera noche. Se sucedieron algunas llamadas telefónicas, y tras una de ellas, uno de los policías le asaltó.

Le preguntó por el nombre de un pueblo que jamás nadie volvió a escuchar. Naturalmente que casi nadie por allí lo conocía. Mucho menos el recién llegado.

- Mira yo termino en media hora el servicio, te vienes conmigo, te llevo a casa de una prima mía que necesita alguien que dé de comer a animales en su finca.

Bastó algo menos de un cuarto de hora de conversación sincera para de un plumazo solucionar alojamiento y trabajo. No se puede tener más suerte.

Pasada la zozobra inicial, y después de un par de meses de manejos de piensos, balas de paja, bovinos y porcinos con tan buen lustre como intenso olor. Muy pronto, lo que fue un encontronazo con la fortuna, se convirtió en el castigo del europeo explotador.

Sus pretensiones artísticas se ahogaban entre todo lo orgánico que puede tener una cuadra. La nostalgia es más peligrosa por su potencia al distorsionar lo hechos pasados, que por cualquier acercamiento sospechoso ante la siempre nociva melancolía.

De pronto veía su país con colores que jamás existieron, veía a su hija por todos los lados cuando en el tiempo que estaban juntos apenas la miraba. El recuerdo de su esposa adquiría un volumen que en nada se parecía a la persona que dejo en su casa de siempre, con su mirada de siempre, con su olor de siempre.

El objetivo era progresar, y desde luego, lo que era incongruente era la existencia de esa fuerza que le empujaba a permanecer retrocediendo en nombre de un progreso. El cambio de los pinceles para crear, a los aperos de una explotación ganadera era notable. Pronto pasó a un restaurante, a otro y a otro. Como conoces gente, algo se mueve. Si algo se mueve, algo puede pasar. Y un día paso por allí la persona que debía.

Una francesa creadora y soñadora. Enamorada de un país, dejó otro más prospero. Se dedicaba a crear. En el amplio sentido de la palabra. Conocidas marcas d automóviles le pedían nombres para sus nuevos modelos. Y su hispanofilia le resultó rentable. Eso y su gusto por el jazz. En realidad su historia era flamenco y jazz, y así dio con algún modelo de monovolumen con nombre de algún pintor malagueño. En otro caso irrumpió con el nombre de un instrumento de aire con forma de “s” y comúnmente metálico. Algún nombre de yogur. Y por supuesto, una variedad de creaciones con menor publicidad y con el rédito suficiente que le permitiera el capricho de vivir donde quería.

Los genes le abrían las puertas del mundo. Judía ancestral, nacida en la islámica Túnez y ciudadana de un reconocido país europea de vanguardia. Su camino escaló en España. De momento.

El disparatado sentimiento artístico de la existencia, suele estrellarse con más o menos virulencia, si no se acompaña de la perspectiva de la rentabilidad del mismo. Por amor al arte se crea, no se trabaja. En ambos casos, se cree o se trabaje, se debe cobrar por ello. Y lo difícil es comenzar a hacerlo. Una vez abierto el camino, se va cobrando más y mejor.

Para el agorero chileno se le abría un camino modesto pero lleno de posibilidades. De los restaurantes pasó a su propio taller-residencia para darle más negro que color a lienzos de dudosa procedencia. Esculturas con materiales fuera de mercado. Técnicas en progreso. Todo esto con un fondo de talento que anunciaban algunas de sus creaciones, e investigaciones sobre la mezcla de ambos artes. Desde la escultura con color, hasta el lienzo con volúmenes integrando la obra.

Lo suficiente para empezar a vender algo, y pasar unas pruebas que le permitió comenzar a trabajar con un escultor de renombre que le abría las puertas de la vanguardia. Técnicas, materiales, la concepción global del trabajo,…

Todo sobre ruedas, y el personaje gastaba sus horas con el eterno malhumor del que se sentía desplazado, hostigado, acusado y extraño. Eternamente desconfiado.

El tiempo suele ratificar la sospecha del desconfiado. Y así fue. No se fiaba de sí mismo. Ni para sí ni para nadie. Su talento acabó escondido tras su amargura.

Abandonando ese tono en “off” de narrador de cualquier docudrama del momento nuestra reciente amiga se jaleaba a sí misma con una letanía que sonaba a acostumbrada, “es lo que tenemos las chanclas artistas”. Asunto cerrado, ya teníamos la horma que ajustaba el desbarajuste.

La charla brotó como el que deja sus memorias en cualquier publicación de moda. Contó su historia con el aire el que se está despidiendo de todos y le atrapa la necesidad de dejar un legado.

Anunciaba su inminente regreso a Sudamérica. Su regreso le arrancaba ese rango de fetiche que le había mantenido en el mundo. Con esos galones fuera, pasaría a ser una chancla de mil batalla. Seguramente por algún tiempo mantendría cierto status, pero lo lógico sería pensar que, pasadas algunas semanas sería apartada de la circulación.

Lo último que me dijo, es que algún día debía de escribir esta historia. Así no moriremos ni tú ni yo. Si no puedes escribirla, cuéntala a todos los que puedas. No se muere cuándo uno desaparece. Se fallece cuando nadie se acuerda de ti.

Pasaron unos segundo, y el malhumorado artista tomó sus fetiches, y se marchó maldiciendo una arena pegajosa, un sol que calienta y un agua que humedece. Yo había heredado un compromiso, y lo prometido es deuda.




Lo que nunca prometí, pero uno es de óvalos abiertos. Es decir, incorregiblemente expansivo o simplemente indiscreto. Depende con los ojos que mires la opinión fluctúa entre el generoso conversador y el bocazas. Pero hay experiencias que uno no puede aguantar. Y con el riesgo que supone que una civilización más inteligente que la gobernante en el planeta Tierra imponga su poderío. Si toman el control lo lógico sería reprimir la insurgencia. Y en estos casos ya se sabe, el preludio de 4 acciones armadas anuncia la persecución de los pensantes intelectuales. Los primeros a por los que se acosa suelen ser los escritores. Porque leer, más o menos, se cree que sabe todo el mundo.

Si entramos en la interpretación artística de cualquier otro arte todo queda más diferido. Pero siempre he tenido la impresión que al innovador pintor no se le persigue por unas composiciones sugerentes o revolucionarias.

Al final por la boca vive el pez, y en estos muere. Estos peces a veces reciben el indulto de la deportación o simplemente el duro exilio. El problema viene cuando el pintor habla, no cuando pinta.

Entenderán que ya es hora de abordar la historia que ha despertado la necesidad de estallarla al mundo entero.

La cosa va de líderes y feligreses. De impostores “alunados”, y de seguidores consagrados. Pero consagrados a lo que salga. Sin medida, y en modo ráfaga. Se creen, sin planteamiento de duda alguna, cualquier historia que disparate a los masones, la vida extraterrestre, los "bilderbergers", "ayahuascas", cualquier extraña paternidad de Jesús de Nazaret, suposiciones apocalípticas alrededor de los calendarios mayas, y por qué no, sin movernos de los mayas también cambiamos de era, y donde dijimos que se acababa todo, decimos que lo pasa es que empieza la era del amor. Que la suerte está echada.

Imaginarán que todos estos temas, aunque se traten desde la superficialidad subjetiva merecen un tratamiento particularizado, pero empecemos por el principio de la historia.

Nosotras consumíamos una jornada de playa sin pretensiones. Ya llevábamos cerca de una semana acudiendo con cierta regularidad, y la excitación inicial se había escondido en el rincón de la costumbre.

Aquel día llegábamos un poco tarde, y como una de esas leyes físicas inmutables, en algún lugar está escrito que ese día la playa estaba más tupida que de costumbre. Sin montoneras exageradas, en ningún caso optábamos a una posición cercana al mar.

En el serpenteante deambular por una arena espesa y tan inestable que sólo se puede asociar a la consistencia de lo que entendemos como el genérico flan, acabamos detrás de una pareja extraña. Absolutamente extraordinaria debo decir después de que uno ya sabe lo que sabe, y por eso lo está contando.

Como quiera que el calor pareciera afectar sobremanera a la jornada y sus habitantes, me arrojaron sin excesivo cuidado sobre la arena y todo el mundo echó a correr hacia un mar espumado que aquel día parecía satisfacer más que otros.

Un baño largo que me permitió asistir a una de esas conversaciones en las que uno participa como sujeto pasivo. Muchos humanos lo practicaban con fruición y el sentido del disimulo que les permite la facultad de leer y el gusto por comprarse cualquier periódico para enfrentárselo con su nariz.

Pasivamente vi como discutían unas sandalias que abordaban su paso desde el baile. Ritmo, compás y expresión. Daba igual lo que hicieras. Dominaba hasta el mismísimo tropezón. Sin duda, eso era lo que daba la apostura para plantear cualquier situación que desafía al disparate con la naturalidad que se mueve cuando zigzaguea cualquier música árabe. O le baila a un horóscopo. Por qué no, subir la 4ª dimensión, y directamente a la séptima si uno simplemente acude a la risa. Todo esto, bailando.

Desde el anonimato, la historia de estas sandalias concebidas para la danza la escuché con la atención que te da la curiosidad.

Ya debían estar hablando desde hace un rato, pero saltaron todas las alarmas cuando mi selectivo oído, bosquejó algo sobre vida extraterrestre.

Vamos a ver. Por allí alguien defendía que la cohetería internacional había trazado no sé cuantas órbitas sobre Marte. Es decir, el nombre de marciano volvía a coger fuerza.

Todas estas órbitas debían de haber generado una barbaridad de viajes descubriendo que había vida en el planeta rojo. Es decir, no hablamos de cualquier molécula de agua o hielo. Ni siguiera la extracción del principio activo de turno que aguardaba adherido al “rocamen” invadido por el azufre.

En realidad la cosa ocurría debajo del azufre. Vida subterránea, inteligente, muy extraterrestre y avanzada. Naturalmente que todos esos viajes a Marte habían constatado una realidad que no interesaba publicitar. Entiendo que la censura debía partir de los que son más inteligentes, como siempre. Todo muy secreto.

De tanto en vez se escuchaba al conversador repetir las mismas frases alternando exclamaciones e interrogaciones. Para luego martillear con el asentamiento advenedizo. Frases del aire, no me digas, y lo tienen todo oculto, a quien le interesa ocultar todo esto, estamos en manos de los de siempre, esto merece ser contado. Y claro menos mal que estaba el atrevido ponente pasándose por el culo los milenios de ciencia de sus congéneres.

Por supuesto que todo se cuenta bajo el análisis que propicia la perspectiva. En aquel momento, reconozco que mi mente se movía entre la curiosidad y el paroxismo mas absorto que jamás nada, ni nadie pudo experimentar.

La ciencia, al final, siempre aparece. Por allí se acercó alguien que se había empapado durante siete años sobre temas aeronáuticos, especialidad en cohetería. Sin demasiadas concesiones habló de la imposibilidad tácita de tanta órbita y viaje. La ciencia habla y los charlatanes no terminan de callar. Porque, en realidad daba igual. Los viajes descritos eran imposibles, vaya una gota sin agua. Pero aquello pasaba a un segundo plano. De hecho la media hora de bosquejos de pseudo-órbitas sólo imaginadas en sus mentes, o peor, simplemente reproducidas por una página web con la legitimidad para poder publicar allí lo que le apetezca. Poca cosa más.

Lo que estaba claro es la vida subterránea en Marte era un hecho consumado. Detrás del burladero del “demuéstrame tú que no” se esconde la esencia del propio fraude del hilo argumental.

Como los cohetes enturbiaban el panorama. Nos dejamos de viajes y planteamos la vida en el subsuelo de nuestro propio planeta. En las profundidades de las más escandalosas simas habitan unos seres que deben ser familiares de los de Marte. Tampoco sabemos si se llevan bien o no. Pero quedó claro que la temperatura no debe ser un problema para ellos. Ni el acogedor calentito del infierno terrestre. Ni la roja "gelidez" de Marte.

La inteligencia debe venir por el termostato. En cierta ocasión me pareció leer en alguna publicación de más garantía que todo lo apuntado hasta la fecha que sentir frío era signo de inteligencia. Entonces tampoco sabemos si esta buena gente lleva abrigo alguno. Si su heráldica dinástica se corona con la honorable bufanda. Así, cómo signo de supremacía intelectual.

La impresión es que da igual. Borbotones de ciencia ficción historiada al estilo de los primeros que versaron sobre el tema.

Un caballo de Troya que salta 20 siglos por obra y gracia de un cambio de capítulo. Como el primer capítulo es pura verdad, se asocia a la pura historieta como consecuencia: literatura falsamente divulgativa. Farsa, falsa y pretenciosa

Al hilo del Caballo de Troya, y su Jesús de Nazaret. El tema sigue coleando. El hecho histórico del desdichado Galileo está más o menos cerrado. Y los óvalos abiertos se llenan desde diversos postulados de gente diversa. Entre estos diversos, encontramos diferentes calañas. Los impúdicos siguen buscando el origen del Dios hecho hombre. Lo del Espíritu Santo no les aporta hecho físico alguno. San José, se mantiene en su Pepe. Es decir, Padre Putativo.

En la conversación que se desarrollaba a menos de 2 metros se defendía la figura de un esenio zelote. Es decir, algo como el monje guerrero. Una especie de Saolín de oriente medio, digamos que un esencial imposible.

O rezas, o luchas. Pero partiendo del hecho que estaba claro una paternidad que lleva coleando más de 2000 años, y se le atribuía a este señor que nadie dijo su nombre, ni aportó prueba genética alguna. El fuerte de la conversación versaba sobre lo que era un esenio-zelote.

Es decir, los anacoretas esenios se habían convertido en guerreros furiosos. Da igual lo que digan los libros de historia, al respecto. Los esenios no son esos que se retiraban al desierto para vivir su espiritualidad con el compromiso adquirido. Tanta reflexión imagino que pasada por el tamiz del alma admitía mutaciones diversas. En este caso hacía guerreros que debían ejercitar los más fieros mandobles espadachines de la época.

Todo esto cruzado con el fundamentalismo zelote. De los zelotes tampoco se apuntó nada. Se utilizaba la palabra zelote con la fuerza que da el uso de una palabra que todo el mundo ha escuchado alguna vez, pero que la generalidad no logra concretar. Así, a bote pronto.

Palabras y más palabras sobre la adaptación del nuevo concepto que eran coreados por su incondicional compañera. La atrevida palabrería se abraza a la fe disfrazada de sabiduría.

La mentira se repite dos veces y muta en verdad incontestable.

Pero vamos a ver. Aquí lo importante no es quienes eran los esenios-zelotes, que para colmo no eran esos. Es más se habían inventando la mutación de los Montescos y Capulettos como cegador. Es decir, luz de gas que concluye con una proclama que viene a decir: Qué, por todo ese cúmulo de circunstancias, el padre no podía ser otro.

A posteriori ironizo al pensar que al menos no se tocó el tema de la descendencia. Imagino que todas esas teorías sobre la Magdalena como pareja de hecho se tratarían como un posicionamiento reaccionario y conservador. Algo así como una teoría peregrina, alimentada por el lobby que nos manda, para desviar la atención sobre el anónimo imposible. Es decir, el esenio-zelote. Vamos como un canadiense piamontés.

El disparate que no cesa. Cuando pensaba que ya tenía suficientes contenidos para una jornada cualquiera. La conversación que se desarrollaba a un par de metros amenazaba con proseguir. Me fije que muchos escuchaban, nadie opinaba. Lo insólito tiene un indudable poder de convocatoria, y bajo esta protección el circunstancial ponente levitaba sobre sí mismo como encantando de haberse conocido.

Se precipitan los acontecimientos, la autoestima alimenta la palabra, y la palabra no puede estar al servicio de otras cosa que no sea una cabeza. Ya todo depende, de lo que administre esa cabeza.

A partir de aquí un refrito de teorías sobre los “bilderbergers", asociados al calendario maya. Un poco de su mitología. Una era que se acaba y otra que fallece. La nueva era nos aporta instrumentos para “trascender” hacia la cuarta dimensión. Y que el mundo mundial tenía los instrumentos a mano, era solo cuestión de utilizarlos.

Por supuesto que la información estaba toda en internet. Todo indexado en los buscadores para convertir al Google en el elemento de subversión más grande jamás creado.

Ni medio planteamiento sobre la posibilidad de que esa información efectivamente habitara en la web, pero que se accediera de un modo privado, accesos restringidos, páginas ocultas, códigos de interpretación. En un imaginario.

El sistema establecido se derrumba. Los libros de historia hablaran sobre su inocencia al colgar toda la información que sustenta su sistema al público en general en la red. Y lo que se tardó casi 10.000 años en construir colapsa en menos de dos décadas de desarrollo de la red mundial. Imagino que algún busca-conspiraciones acabará una tesis que terminará apuntando al Pentágono. Que es donde supuestamente comenzó a desarrollarse la subversiva herramienta.

Para retomar el orden de los acontecimientos no me digan porqué. El cierre del “concebidor” esenio-zelote anunciaba otro tema sugerente. Los Illuminati como regidores en la sombra. Es decir, nuestra peculiar oradora los utilizaba para anunciar un nuevo tema como preámbulo de conocimiento generalizado.

Su advenediza le venía a asentir sobre el conocimiento de esa parte. Alguna alusión a los que unen los hilos, pero para que van a hacer una breve referencia al origen de EE.UU., a Jefferson, a Washington o Franklin. A las construcciones de capital. A la presencia de los búhos en sus planos metropolitanos. Se hubiera aceptado alguna referencia general a la masonería. Bueno, pues nada de eso.

En su lugar, Sancho Panza. “Sí, mi señor Don Quijote…”

Los Illuminati entroncan con los Bilderbergers, y la reunión anual de los citados integrantes, concreta el devenir mundial anual. Más o menos la tesis que puede manejar el común conversador. Sin mucho más sustrato de todo eso.

Si alguien moviera los hilos que los mueve. No lo anunciaría en los medios de comunicación. O quizá sí lo hiciera, para que mientras los demás se lo leen, investiguen, asocian y conspiran. Uno sigue manejando desde la sombra.

El poder Bilderberger tenía estructura. Una foto alojada en alguna página pública de la red trazaba flechas que salían de la ilustración de cada uno de estos poderosos terrícolas, y el pastel parecía estar cuidadosamente cortado. Perfectamente asignado.

Esta ilustración debía ser el responsable de buscar cualquier vía de escape en la argumentación de turno. En este caso. Estos dominan el mundo porque alguien se ha tomado la molestia de asociar en un programa informático que trate fotografías un mapa mundi, 30 caras, unas flechas y miscelánea de colores. Después coges esa foto, juntas 4 letras y escoges un titular manido del aire “El Mundo en sus manos”. Nadie caerá abatido por la originalidad, pero siempre funciona ese tipo de titulares.

Con los Bilderbergers convenientemente instalados como órgano condicionante de los devenires futuros en una u otra medida, la perorata escala hasta el calendario maya.

Sí, eso he dicho. La asociación se sostiene desde el punto de vista de que el régimen establecido tiene sus días contados. Y además esas cuentas ya se sacaron hace un tiempo.

El 21-12-2012 fecha clave. Apocalipsis o renacimiento.

Como una flor de Jericó, nuestro extinto mundo comienza a ser regado por agua de paz, de tolerancia, de comprensión, de sano reparto. El negocio ha fallecido, los combustibles fósiles tienen sus días contados, los bancos mutarán hacia la farmacia del dinero. Los poderosos dejarán de serlo. Mejor, lo asumirán con el espíritu de la nueva era, y la cuarta dimensión estaba ahí para todos. Los pobrecitos que se queden en la 3D mirarán el mundo. Los que asciendan a los cielos lo verán.

De alguna manera se referencia a la vida inteligente en los subsuelos planetarios como la razón que explica la tras-revolución

Terrestre. Y más revolucionados que revolucionarios le damos la llave del destino a los mayas.

Además entre mirar y ver, no siempre es mejor ver. En ocasiones es muy preferible mirar.

Disculpen la abundancia de opinión en el relato, pero lo cuenta desde la perspectiva, qué hila mucho más fino que el circunstancial ahora.

Esa perspectiva me incluyó otras tesis mucho más catastrofistas al respecto sobre finales más o menos dramáticos de nuestra civilización. Meteoritos, problemas orbitales, desastres ecológicos y algún que otro enfrentamiento armado fratricida. Vaya,… el último que apague la luz.

El cambio de era se asumía como el que tiene que esperar año y medio a que todo suceda. Se asentía lo transmitido como información emitida por un superior, y basaba sus intervenciones en el reconocimiento del maestro y hacia el aliento para comunicar más y más información.

La verdad que llegados a este punto, comenzaron a aparecer algunos sarpullidos de aburrimiento en mi curiosidad. La imagen del vendedor del elixir de la vida. Con una carreta llena de agua de un manantial que pasaba por allí. De fondo un pueblo del Lejano Oeste. Me llevó a pensar en el calor que hacia la playa, en lo envolvente de escuchar un oleaje rítmico. Que el agua estaba increíblemente azul, más allá de un primer tramo moteado por colores de un arcoíris infinito de humanos refrescándose.

Después el vendedor de humo. Una conversación que suena de fondo como cualquier canción pop, digamos que con letras extranjeras. Alguien pasa, cuidado que me pisan, y de pronto caí en la conversación que se seguí desarrollando a menos de 2 metros de mí.

Tampoco noté que me hubiera perdido demasiado. Parece ser que la información que por allí se respiró fue adquirida en una conferencia por alguien que entendí debía ser muy joven, y que transmitía la cegadora paz que nos anunciaba la próxima era. Reencarnado en conferenciante no se sabe bien si de un ser posterior, inferior, o directamente provenía de los subsuelos planetarios infestados de marcianos listísimos que se escondían de los insaciable humanos. Quizá sólo había contactado con alguien de por ahí. En realidad daba igual. La información se transmitía con la etiqueta de la absoluta fiabilidad.

De pronto agua por todos lados, arena empapada en presentación grumosa, y carrera por la caliente arena. Alguien tenía prisa, y nosotros abandonamos un mundo de dioses menores y febriles seguidores. Con el tiempo descubrimos que mientras que no haga daño a nadie o no arruine una confiada cartera tampoco tiene mayor importancia que el acontecimiento fabulador. El "levitador" conferenciante se ve abandonado por su crédito, y el incondicional en estado puro alunará su espíritu gregario en este u otro puerto. Eso sí, uno habla, expone lo que le apetezca pero nada de proselitismos. El problema es cuando los tolerantes utilizan la palabra para envolver sus argumentos. Que básicamente consiste en rechazar por norma cualquier versión que desdiga sus disparates. Todo muy tolerante.

Con el sol emprendiendo su huida hacia occidente, más rojo que nunca aventuraba un descenso vertiginoso que no debía durar mucho más allá de la media hora. Por allí apareció una chancla con mil playas en su suela.

La experiencia es un grado y aquel atardecer playero cuajó ante la proximidad de alguien vivido. De hecho su estado físico era poco común. Ya no se veían modelos de ese tipo. Ante tal panorama, una invitación al acercamiento. Algo tendría que contar, seguro.

La verdad que sin amarguras extremas, era uno de esos seres que combinan la amabilidad con la frialdad. Nada desagradable. Pero las expectativas despertadas aventuraban una conversación interesante. Y esta variante más discreta me dejó el alma con ganas de un segundo acercamiento.

De alguna manera llevaba cinco minutos buscando alguna reacción. Pero el uso oportuno de monosílabos no permitía avance alguno. Algún asentimiento, alguna expresión más completa que el exiguo monosílabo, pero me estrellaba.

Ya sin demasiada esperanza de entablar nada, andaba yo comentando algo de su aspecto físico. Inusual, un modelo jamás visto en ninguno de los almacenes, tiendas y playas que había estado con anterioridad.

De alguna manera le comenté que me recordaba a un modelo descatalogada que había conocido jornadas antes, y que estaba despidiéndose de su paseada Europa para regresar a su original Chile.

De algún modo, mi charla andaba depositando sobre la percha de su carisma, de su origen inaudito esa facultad extra para perpetuarse. Para pasar temporadas y temporadas, y seguir en los caminos por esa fuerza extra.

Fue entonces cuando mi reservada compañera finalmente encontró ese clima externo para ir entrando propiamente en conversación.

De alguna manera, esa insinuación al carisma. Francamente ante una indumentaria tan desaliñada su presencia, aún en sociedad, sólo se podía justificar desde el carisma, el cariño, en definitiva jugamos en el campo de lo afectivo. Es decir, todo muy intencionado. Llámenlo anzuelo, quizá señuelo. No andaba yo muy convencido de encontrar respuesta ante alguien que parecía controlar el entorno con esa aparente facilidad. Un breve silencio, unos segundos, para ver por donde concluía una de esas conversaciones superficiales de las que se habla de todo y de nada. De pronto, la palabra amanece con la verdadera intensidad de su significado.

- Mi dueño, un humano notablemente más oscuro que lo que le rodeaba por allí. Me compró a un artesano de la ínsula de Montserrat. A las pocas semanas abandonó esta isla para venirse a Gran Bretaña. Entre abrazos y lágrimas negras. La congoja dejó un hueco a una de esas frases que de un modo realmente torpe dejó claro que regresaría con los mismos zapatos que llevaba puestos en ese momento.

No quedaba ninguna duda por la gestualidad del relato que esos zapatos, eran esas chanclas genuinas, educadas y artesanas.

- Llevamos años retrasando la vuelta. Sinceramente, cada vez hay menos motivos. Han pasado tantos años que nos costaría encontrar alguien que nos recordara.

En algún lugar que leí algo así como que convenía tener cuidado con lo que se le pide a la vida, porque puede que te lo conceda.

De algún modo, esta frase brotó en mi mente. Cuando escuchaba una historia que demoraba años y años el regreso a su tierra.

La contradicción del emigrante. Nostalgia, o peor, melancolía, al recordar unas playas que mezclaba la arena del poderoso mar con el carácter volcánico de su existencia. El horizonte marcado por la línea que dividía los dos azules. El marítimo y el de un cielo limpísimo. Esos azules superlativos mantenían el recuerdo de su hogar.

La melancolía afortunadamente es pasajera. La tendencia era mostrar su nulo interés por regresar. Gran Bretaña es gran Bretaña. La tierra de las oportunidades. La ciudad frente al campo. Y de fondo, la inexistencia de un éxito que abre la puerta de casa para el regreso del vencedor.

Si la cosa ha ido mal, se suele huir de regresos con condolencias. Ese aire de pobrecillo, esa ambiente irrespirable de que los que te miran mientras te compadecen por ingenuo. Por soñar a ganar y perder.

Estúpido, porque el que fracasa es el que no lo intenta.

El drama ocurrió hace apenas una década. Una noche de fiesta en una ciudad populosa juntaba a un buen puñado de personas de diferentes nacionalidades. Escoceses y españoles como más numerosos. Había franceses, alemanes, taiwaneses, japoneses, norteamericanos, indios y pakistaníes. Si escarbamos seguro que sacamos alguno más. Nos faltaba el ciudadano británico de Montserrat. Una llamada telefónica rompía su esquema vital para los restos.

Tantas veces pidió no regresar a su isla, que el volcán se lo llevó por delante. Es decir, el cataclismo. Lo que le dio la vida le da la muerte. La nostalgia se enterraba junto con la melancolía bajo la lava incandescente. Sumergidas a la fuerza, dejaba su devenir a una protesta del motor de todo aquello. El volcán.

Digamos que física cuántica en estado puro. En negación. Pero a ver ahora quién lo discute.

La percepción de que las cosas no son ni buenas ni malas. Todo depende de cómo lo afrontes. Lo que puede ser la tumba de algunos en otros puede operar como verdadero ave fénix. O flor de Jericó. Lo que parece muerto, expuesto a la implacable solana. Le basta un chaparrón medio arenoso a media noche para abrirse en verde vida. Que otros llamarían verde botella. En este caso imagino que 0/0. Vamos digo yo. Qué “literaturizando” uno es capaz de encajar la botella y la alegría espirituosa de los líquidos destilados que habitan en ellas. Pero para una planta digamos que lo dejamos. En agua de vida.

Agua de vida que años más tarde averigüé que era el nombre del propio whisky. Parece ser que su nombre en gaélico significa exactamente eso “Whist ha e”. O algo así decían. La derivación hacia la palabra actual, ya la ponen ustedes.

Llámenle ustedes botella o vida. Mézclenlos como les apetezca. Y que cada cual lo llene con lo que más le guste. En realidad esa debe ser la idea. Que ese verde existe. Cada cual…

Hablando de líquidos. Vamos al original agua. El agua parece el mismo para todas partes. Y como el hombre puede parece que unas condiciones extremas podría determinar la bondad del elemento.

Un ambiente hostil puede propiciar que un hombre se convierta en delincuente. Pues con el agua parece ser que también. El agua de un manantial debía ser tan buena porque un pajarito le iba a cantar por allí durante la mañana. Porque el ciclo natural no permitía contaminación alguna aún. Porque le rodea armonía con el medio. Aparte brota de un entorno rico en unos minerales u otros. Y de paso un monje nepalí le echa dos mantras que lo deja listo. Esa misma agua te la llevas a un garito chusco y animado en sábado noche. Rodeados de humos. Una atmosfera cargadito tirando a hongo humeante. Y ya vamos perdiendo propiedades.

Toda esta explicación me dejó tan absorto que por algún momento recordé la llegada de cualquier extraterrestre con una botella de agua de la primera marca de ellas que le venga a la cabeza.

Recuerdo una noche que después de ver una película que hablaba más profundamente de todo esto alguien sacó un libro de fotografías. Un japonés se había dedicado a inmortalizar con una lente microscópica los cristales contenidos en el agua en diversos medios.

De la belleza imposible al desorden demoniaco. De la más bella gema labrada por las manos más delicadas al aquelarre punki de algo que no se debía reconocer así mismo.

Aguas “himalayas” y de caudal. Del manantial a la charca. De Londres a Katmandú. De las más altas montañas a la desembocadura. De ciudad y de campo. Las manifiestamente maltratadas. Incluso desde el artificial insulto de un humano. O la energía desprendida por los mismos humanos y su influencia sobre el agua que les rodea.

Si proyectas buena energía, embelleces el entorno. No sé si hablamos de lo mismo.

El no deseo del regreso al hogar, le concedió la imposibilidad. Las lágrimas de ahora no apagan ningún volcán. Lo único que lo puede extinguir es el deseo de encontrarte a ti mismo donde sea. El alma no tiene “GPS”. Ni falta que le hace.

La inicialmente sandalia artesana realizada en alguna isla del Pacífico se había quedado sin patria.

De algún modo yo trataba de manejar la situación hacia la importancia del camino. Y sobre todo del camino final. El origen y sus devenires carecen de importancia en comparación del presente, y ese presente tras presente que va haciendo tu futuro.

Andaba yo viendo como se perdía mi fe entre una mirada infinita que asentía como podía lo que por mi boca iba soltando. De pronto una niña rubita, curiosamente de nombre Escocia, es decir, Alba que así se llamaba. Pues bien, esa niña corría sobre la arena para abrazarse. Un encuentro con mil besos dio paso a una pregunta:

- Pero, ¿Quién te ha puesto ese ojo morado?

- No te preocupes abuela, es mi color favorito.

Por algo más que dijeron ubicamos el suceso en el patio de un colegio y una pelota por medio, y nada.

Mire a mi impar conversadora del momento y según me alejaba porque parece ser que ya estaba bien de playa por hoy, tuve tiempo para atropellar la metáfora de la niña. No se acuerda del golpe, el morado del ojo le parece bonito. Esa es la clave.

De fondo otra niña se acercaba para mostrar con la alegría orgullosa que da el carisma un dibujo con mil azules, y otros muchos colores. Las dos se quedaban hablando como si llevaran haciéndolo toda la vida.

Eso fue lo última fotografía que guardo del momento. Un tanto desgañitado por apresurado medio atisbé a desearle que encontrara su isla. Que confiara en el volcán. No sé si me oyó, pero creo que me entendió mientras miraba a las niñas. En algún momento se giró. Me gusta pensar que fue el gesto para decirme que ya lo tenía. Todo entendido. La otra posibilidad no me interesa. No me la creo. Puro Morado Cuántico.


Llevábamos algo más de una semana probando playas. Con esa actitud del que todo lo quiere. Cada playa era magnífica, pero la jornada siguiente nos esperaba otra mejor. Un poco con esa actitud del amante de los viajes con presupuesto limitado. Que uno empieza a soñar, normalmente en formato conversación, y con una primera escala en India, o Argentina, o China, quizá Socotra, o la que toque, se van sucediendo destinos variados con motivaciones tan distintas. La llamada de África, la abandonada Petra, la salvaje Australia, la misteriosa Escocia…

Mientras el periplo nos iba aportando situaciones novedosas, es decir, con la rutina arrinconada en algún lugar que nadie recordó haberla dejado allí. Sólo había una cosa que no había cambiado en esa especie de burbuja en la que andábamos sumergidos. Mi compañía impar había observado cada una de las escenas acumuladas en estos días. Algún comentario suelto, una gestualidad conocida. Nada demasiado profundo.

La experiencia pasada me hacía vivir en uno de esos estados en los que me moría por abordar el asunto, y por otro lado temía que simplemente abriera su particular caja de pandora con sus argumentos tan aplastantes. De esos que llevan en su carga genética la condena a la boca abierta.

Pero una cala solitaria no dejaba demasiadas alternativas. Un sol cada vez más lejano, más grande y rojizo anunciaba su muerte. Un mar en crecida, pero suave, penetrante. De algún modo, con la puntual impertinencia de la gaviota de turno, a ratos aquello no tenía nada que envidiar a un jardín zen del acomodado de turno con presupuesto para ello.

Desde la calma, sin estímulos con aspecto de interrogatorio, mi impar todavía estaba a vueltas con la historia del hombre que como si de un “monopoly” mundial se tratara, nunca jamás volverá a pasar por la casilla de salida. Poco que decir al respecto, salvo la extrañeza de que por primera vez desde que andábamos juntas mi compañera aplaudía discretamente mi postura.

Me sorprendió al arrancar con el tono que solía utilizar cuando gustaba de bajarme de la nube. Esto me puso en guardia. Por un momento no sabía si iba a volver a arrinconarme con uno de sus argumentos incontestables a mis habituales desvaríos argumentales. Aún escocía el cierre de mi vana disertación acerca de la felicidad. En su momento me dejó una cierta sensación de superficialidad. Tampoco exactamente. Creo que lo que más me dolió fue que después del ataque intelectual tan fiero que ejercí sobre el concepto, fuera mi pasiva compañera la que pusiera un cierre tan brillante. En realidad me pertenecía a mí. Se suponía que después de tanto análisis el experto en la materia era yo.

Pocas semanas después entre las risas mezcladas con una escenografía impostada que sólo se justifica desde el sentido del humor. Un amigo de nuestra acompañante humana contaba lo fastidiado que estaba por el hecho de que una gallega de Lugo había registrado en un notario de Vigo sus derechos sobre el Sol. La estrella de la vida no tenía dueño. Lo más que estaba previsto en la mente de los humanos, se supone que de los más escogidos de la especie, era la posibilidad de que ningún país se pudiera apropiar de ello. El derecho Internacional tiene tantas buenas intenciones como agujeros. Pero el ingenio es capaz de escurrirse entre los dedos del mejor abogado.

Un estudio pormenorizado de la situación puso a la gallega sobre la pista de que la ley no hablaba nada de los particulares. Mientras el notario de turno, daba fe del agujero legal registrando la estrella a su primera propietaria conocida. De paso establecía el canon de beneficio para cualquier uso que nadie hiciera del astro. La energía solar tenía un patrón, y el notario por poco espabilado que fuera debiera recomendarle aplicar el consiguiente canon a las marcas de cosméticos que facturen cualquier producto para antes o después de tomar el sol. Por proponer, a ver si alguien se anima a pasarse por un notario para apropiarse del mismísimo caroteno, la provitamina D y ya puesto no me dirán que no sería ingenioso registrar la propiedad de la sombra.

Ya puestos. Reinas en la noche, y compartes por el día.

La indignación del desgañitado relatador de la historia derivó hacia el auto flagelo de no haber sido él, el ingenioso hacedor de la farándula legal. Los 15 minutos de gloria anunciado por Warhol debía esperar. Eso, sin ponerse muy negativo, y pensar que los 15 minutos era simplemente un promedio. Eso significaba que la gallega se estaba devorando el cuarto de hora de unos pocos.

Esta historia, tomada desde el sentido del humor y la ironía audaz de finiquitar el tema. Manejando la posibilidad de indagar acerca de cómo estaría legalmente, la posibilidad de registrar la sombra. Ese enfoque desenfadado, en realidad pienso que estaba disfrutando la ocurrencia ajena. Me hizo pensar mucho acerca de esos sofocones baldíos ante el éxito avasallador de mi compañera. En realidad era cuestión de variar el enfoque. ¿Por qué no disfrutar su agudeza? Desprendía el PH oportuno en cada circunstancia. Y su saber estar, discreto, simplemente me apabullaba.

Todo este sentimiento tan mal descrito y mejor sentido me llevó hacia la tranquilidad de sentirme bien acompañada. Respetando tiempos y espacios. Y con el firme propósito de empaparme de esa cualidad desde mi persona.

En realidad, contado desde la perspectiva del tiempo parece como si todo fuera hilado. Como si en la vida se pudieran programar tres actuaciones para derivar en un estado intermedio que te llevará al lugar donde uno quiere llegar. Eso se cuenta así de fácil. Incluso de un modo que uno tampoco está diciendo mucho. O quizá sí.

Sin duda estaba hecho un lío. Pero un día con otro me llevó a la intención de tomarme todo esto con mucha más calma. Por qué no escuchar a los demás, pensar que hay una posibilidad que cualquiera, pudiera tener alguna razón.

No había porque negar mi condición locuaz, pero das y recibes. Hablas y escuchas. Naturalmente que el que habla tiene mayores posibilidades de explicitar públicamente sus errores. Pero esos resbalones, aunque sean más comunes, suelen tener mejor arreglo que aquellos que no saben escuchar. O peor, que lo hace mal.

Pues en ese ensimismamiento me encontraba yo, cuando un día del calendario, es decir cualquiera, comencé a notar cierto bienestar ante el silencio permanentemente selectivo de mi compañera. Adiós a ese estado nervioso en el que andaba sumido ante el bochorno medio adolescente que solía sentir ante su poca comunicación con el mundo. La situación escalaba ante la posibilidad que da las pascuas y los ramos de alguna intervención pública. Lucidez acompasada. Hablaba desde la sentencia.

Recordaba muy pocas ocasiones en las que iniciara una conversación con una fórmula abierta. Es decir, ¿recuerdas lo que te he contado sobre la gallega que registró ante notario la propiedad del sol? Tras un breve asentimiento mío. Posiblemente imperceptible para el resto, pero sin apenas pausa me puso en escena al personaje que relató aquella historia.

Aquel chico era escritor. Parece ser que andaba siempre con unos cientos de millares de historias que contar, pero el progreso por escisión de cada una de ellas le llevaba a comerse al mundo entero y quedarse con hambre. Incluso en los casos que esas escisiones entraban en fase de reproducción binaria, clonándose a sí mismo y hasta el infinito.

Pero el proyecto de la ocasión despertó mi curiosidad. Voy a escribir sobre mis jefes. Su razonamiento más racial quedaba recogido por el “hay tema”, el más épico se movía en coordenadas de “esto merece ser contado” y el más espiritual tenía que ver con el sentido del humor que puede ser tan místico como el mantra preferido de cada cual.

Ojo con los mantras. Jodorovsky fundó la repetición enésima de la palabra “Coca Cola” hasta la absorción de lo material. Total si te pones a vibrar las más bellos fonemas en sanscrito, pues musicalmente correcto, pero uno no sabe muy bien lo que anda diciendo…..

Tras una breve introducción sobre los primeros jefes, con cierta sustancia, debía ilustrar convenientemente un buen motivo que justificara su original idea. Viendo el panorama actual, a cualquier mortal con algún dedo de frente no vería más allá de media cuartilla la sustancia de todos los jefes que tuvo en los últimos veinte años. La empresa para justificar tamaña iniciativa era complicada. Pero después de escuchar lo que se escuchó, ahora se puede decir que indudablemente tenía un as en la manga.


Llegaría el gran Jafari. Físicamente descomunal. Alto, inmenso, paquidérmico avanzar y cabellos de bárbaro, de guerrero persa. Una cadena de un oro limpísima y de notable volumen se abría paso enredándose entro los pelos pectorales y la camisa de turno. Sus ademanes acompañaban su pinta, y su educación a los ademanes. Todos acompañados para perfilar a un hombre de otro tiempo. El Medievo arañando el siglo XXI.

Esa fue la introducción física del personaje. Le dio tanta ceremonia que entendí que debería ser importante. Las descripciones físicas suelen utilizarse para enmarcar al personaje, para acompañar lo relatado. Ni transversalmente se le ocurre al escritor acompañar estas descripciones con ninguna insinuación sobre lo mentirosa que pueden resultar las apariencias. A veces. El paquidermo, lo parecía y ejercía.

Tras la descripción física allí arrancó lo que podíamos considerar la historia propiamente dicha, esa que acá se trata de poner megre sobre blanco. El aterrizaje a Fazzi’s. Tras una jornada caminadora. Del job center, a los anuncios de empleo del Evening Times. De los cuajadísimos corchos de los supermercados al puro callejeo. A la búsqueda de un cartel.

Con un inglés de pobre conversación, un primer empleo donde la palabra pase a un segundo plano era la opción más cabal. Quizá la única.

Entró por la puerta con decisión. Siempre pensó que si vas a pedir algo, hay que hacerlo mostrando iniciativa. Seguridad. Partiendo de la base de que al personaje le cuesta pedir, era como un salto de trampolín. Después de arrancar el buscado “empieza mañana”, salió de la puerta preguntándose si había consumido algo de oxígeno durante los 2 minutos escasos de una negociación rápida y directa. Alguien necesita algo. Alguien se ofrece a hacerlo. El chiquillo no habla mucho, pero mejor, así trabaja más.

De profesión, ayudante de cocina. Por obra y gracia de la necesidad. Experiencia maquillada por ilusión. Ante alguna maniobra desconocida uno se hace el tonto, no entiende. Balones fuera.

Los primeros días fueron emocionantes. La novedad era constante, y era primordial vestir su utilidad. El capitalismo usa lo que necesita y desecha lo que ya no es rentable. Usar y tirar. Por mi parte se agradecen la ausencia de tapujos. Tanto al día hasta que nos interese a los dos. Nada de colectivas empresas con nombres más o menos inflamados que asocien una mierda de salario a la propiedad. Vamos a ver, alguien vende su tiempo a cambio de un dinero. Como los originales mercenarios que servían a Roma. Alguien termina el trabajo, pues tantos días a tanto de sal. De ahí el salario. Yo he cumplido y luego que vengan vándalos, alanos, ostrogodos o visigodos, y que lo defiendan otros. Guarden sal para todos.

A esa gente no le vendían la romanización de la Dacia, la creación de los castros de la pérfida Albión, Lutecia, siempre nos quedará Lutecia.

Gran Bretaña entiende la libertan por aquí. Las cadenas vienen por otro lado.

Jafari pasaba poco por Fazzi’s. El primer día que le apareció me causó gran impresión. Lo que tiene tener ojo clínico. En ocasiones confundimos la impresión con la amabilidad. Por alguna razón el persa sentía cariño por el spaniard. Y Martin, así le llamaba al nuevo ayudante de cocina español, pasó a ser considerado desde el día que le hizo una tortilla de patatas con cebolla.

El menú de diseño ideado por él mismo para los consumidores del teatro y la filmoteca de la ciudad pasaban a un segunda plano, ante la grandeza de la comida casera. De alguna manera aquello le debía recordar a algún alimento más íntimo de lo que cualquiera tiene costumbre de comer en cualquier casa de restauración con ciertas ínfulas.

De nuevo, las cosas son buenas o malas. El precio se lo ponen otros. Vamos que el precio vino después.

Jafari, con sus modos y maneras solía tratar mal a unos y bien a otros bajo el criterio que fuera conviniendo. Bajo axioma de que el jefe siempre tiene la razón subía su ego a un tamaño más prominente que él mismo. Buen ego debía tener el cabestro si nos atenemos a la descripción anteriormente formulada.


Desde las alturas aterrizaba sobre una cuestión menor para acosar a quién fuera y de paso mandar el mensaje a los espectadores del control de una situación decapitada.

Su ejército de seguidores era de su misma ralea. Mitad familia, mitad no. Todos bailaban al ritmo que marcaba el jefe normalmente ausente. Su llegada se avisaba con aires cortesanos y allí todo en orden.

Acostumbrado al monosílabo afirmativo, fue muy comentado la primera negativa que tuvo que encajar nuestro mastodóntico personaje en cuestión durante algunos años.

Una noche, Jafari se acercó a Martin. Y en su inglés rudo, le preguntó que cuánto tiempo pensaba que podría llevarle aprender español. Que le gustaría que le diera clase, y que le pagaría lo mismo que en el restaurante. La negativa fue instintiva. Diferentes trabajos, diferentes precios.

La segunda pregunta del paquidermo dejó a las claras que nadie iba a dar clase alguna. ¡¿Tú crees que en tres semanas puedo aprender español?! Amigo, alguien ha perdido la cabeza.

Unos días después un contable de nacionalidad malaya se acercó por el español para aconsejarle que se dejara llevar. Que le dijera que sí, que le diera la clase durante tres semanas. Que Jafari era así. Que dejaba sin hacer más cosas de las que empezaba.

Martín no le veía sentido alguno y concluyó con un: “Mira Poon, yo se lo explico a él, que yo me entiendo”.

Me miró y me dijo. Ten cuidado. Jafari entiende y no entiende.

Pues Jafari entendió. De algún modo pude barruntar la soledad de la cúspide. Y más si esa cima da miedo. El terror paraliza los consejos y fomenta la mano por la espalda. Aporta poco. Al que lo padece y al que lo impone.

Cuando se habla con sentido común el visigodo más básico algo aprende. Los hay que poco.

Martin lo llevaba peor con los actores secundarios. Jefes a tiempo parcial, y reparto coral. Nada estaba bien definido y las injerencias de unos y otros despertaban todo tipo de suspicacias.

Jafari tenía un sobrino. José. Nombre español, pero él ni idea. De pequeño le llevaron deprisa y corriendo a Bristol para abandonar su palacio en Teherán. Se llevó una buena sorpresa cuando conoció el origen de su nombre. Algo anecdótico comparado que la impresión, en este caso inmutable, que me llenó ante la primera vez que llegó Jafari. El autoritario manager pasaba a encabezar el cortejo de agasajos al gran jefe. Patético. Lo uno y lo otro.

Un día inolvidable fue el día que Jafari doblo el sueldo a Martin. Después de una fiesta en el Art School durante el sábado, el domingo aparecía como un día sin grandes perspectivas. La idea era darse una vuelta por George Square para ver como sus amigos terminaban las esculturas de arena que debían estar listas el lunes.

No había nada que hacer. Pasar el día, dar compañía y ayudar en alguna cuestión logística que siempre surgía.

El “leivmotiv” era el hecho religioso. La escultura del cristianismo dejaba bien a las claras la filosofía. Alguien partía una manzana en dos para repartir lo bueno y lo malo. Monumental. Asombrosamente compacto. Cuidadosamente formado. Y atinadamente orientado. Una belleza efímera. Un recuerdo perenne.

Esfinges faraónicas de algún Ramses. Atlas sujetando un mundo que rige el cultivado Apolo. Y así mezclamos Roma y Grecia. Algún sufista, sidartha,… La religión y lo afectivo. Podíamos habrá de la fe del Amor. Algunos más libres que otros. Allí había mucho sufista con sus cadenas, pero las palabras parecen aflojarlas.

A punto de salir, sonó el teléfono. Alguien de Fazzi’s dibujaba un desastre singular en los desayunos. Un nuevo chef hacía su primer domingo, y, de paso, el último.

Alguien al otro lado del teléfono describía e imploraba. Esto es un desastre, puedes venir.

Como el personaje en cuestión debe tener algún problema para utilizar la palabra no, allí se plantó por alguna especie de compromiso moral que uno no entiende, me temo que ni él. Pero alguien pide ayuda. Alguien la da. Simple.

Después de salvar la situación, discutir con algún cliente que irrumpió en la cocina protestando por una demora injustificada. El vendaval superlativo irrumpió en la cocina con unos modos discutibles, un inglés dudoso, alguna que otra ínfula y mala puntería. El que no pregunta no aprende. El que no aprende no sabe. Y el que no sabe la caga.

Pues eso, algunas palabras gruesas para el “desfacedor” del entuerto. El superhéroe, o también le quedaría caballero andante, reacciona como demanda la situación. La media docena larga de platos volantes, y pizzeros, que tenía entre sus manos aterrizaron sobre una pared que se encargo de precipitar sobre el suelo la vajilla implicada, para disolverla para los restos.

Alguna palabra gruesa, el superhéroe abandona su indumentaria en el puto suelo. Y con un “el jueves me paso a cobrar· cerró una puerta”.

Las puertas se cierran y se abren. Y está tardó apenas 15 minutos. La llegada a casa, suena el teléfono. Mr Jafari al teléfono. Por supuesto que una voz femenina era el enlace. El pantagruélico personaje asumía una bajada de pantalones, pero el esbirro que llame y contacte.

Con la rudeza habitual pidió disculpas. Estos si es una novedad. Disculpas asociada a la duplicidad del salario. Desde mañana, me dijo.

Sin precio ninguno, porque nadie lo había puesto. La conversación se cerró con el acuerdo y un nos vemos mañana.

Nuestro escritor había doblado su sueldo como chef, pero también duplicaba problemas en el resto de su vida. Que en realidad es la única que le interesaba. Una relación venía diluyéndose, y el dolor tiende a mantener todos los fragmentos juntos. Todo lo enturbia, lo dramatiza, lo impide.

De la piedra que uno tira al río para abocar a la circular geometría a su propia superficie. Rápido recupera su paz. Me explico. Lo que fue no debe ser. Al final lo importante es el río. Ah bueno y mucho mejor pillar buena onda.

Pues en esas andaba. Que la idea era poder coger alguna onda para salir de un status que por no aguantar, ya ni se aguantaba así mismo.

La palabra se puso a trabajar, y la ruptura se hizo carne. Muchos cambios para que ningún Jafari tuviera alguna atención. La compañía de los últimos 5 años se ausentaba. La casa, los vecinos, tu calle, el color de la vida, los esclavos hábitos. Todo eso fuera, y nada ya sólo queda sumarle las dos vueltas de campana que le da a la cabeza la poca experiencia que aporta el primer hecho. Digamos que el original. Se acabó el esquema presentación-nudo-desenlace.

Faltaba sumarle una nueva presentación… -y, por supuesto las comillas…- Adiós a los cuentos de hadas, a las princesas prometidas, a…

La noche en la que el caos emocional maldecía o simplemente distorsionaba la memoria de toda zarabanda. Un puzzle de 3000 piezas del El jardín de las Delicias se perfilaba como bálsamo inmediato. Las 3000 unidades lo hicieron menos inmediato, pero perfilarse, se perfilaba.

La tele tronaba todavía una jerga que obligaba a la atención para la comprensión. Comunicas regular, y lo que te comunican lo entiendes a medias. No muy buen panorama para el expresivo natural que demanda una vuelta de tuerca en la faceta. O era que no se quiere a nadie ni nada cerca. Bueno posiblemente se Vayan queriendo ambas cosas por duplicado en el mismo día. A veces una hora podría bastar para darle tres vueltas a la situación. Lo de copla de ni contigo ni sin ti…

Con el alma hecho una lavadora, unos rótulos en la televisión anuncia que “Princess Diana died in Paris”. El inglés manejado daba para esto. Es decir, para leer y rápidamente traducir al castellano que La princesa Diana fallece en París.

Francamente l rotulación de los créditos de la producción de cualquier televisión del mundo occidental podría hacer pensar que una nueva serie de ficción se estrenaría próximamente bajo el hilo conductor del supuesto novelado de un magnicidio urdido por algún desestabilizador del orden establecido.

Las piezas del puzzle iban apareciendo poco a poco. Por supuesto que lo primero que uno fue haciendo es marcar las líneas del campo de juego. Es decir, el puro borde, dibujaba el cuadro al albur de las fichas con uno de sus flancos planos. Cerramos el cuadro, y empezamos a jugar.

Concentrado sobre la mesa donde se estaba dibujando el campo de juego, a la izquierda se mantenía un televisor sin apenas volumen, pero con los créditos del estreno de la ficción anteriormente aludida. Por algún momento pensé en la pasta que debería costar eso, y que vaya promoción que le están dando a la cosa.

Pero de algún modo, o en algún momento, la sucesión de fondos del palacio real británico, la residencia de la princesa y Lutecia, es decir, París. Y Londres, y de nuevo Paris. Algo disparó mi atención que de pronto cambió la percepción y subí el volumen del televisor. O fue al revés. Es igual, pronto me di cuenta de lo que allí ocurría. Bueno me refiero, además.

Porque el mundo puede paralizarse por cualquier evento que la generalidad entienda como vinculante. Pero una cosa es que se entienda, y otra que vincule nada. Es decir, todo un aprendizaje de que el mundo se puede estar derrumbando a tú alrededor, pero lo importante es mantenerse uno en pie. Y el infinito viceversa. Es decir, ya puede estar el mundo que uno vaya saltando de arcoíris en arcoíris, que como no te apetezca saltar,…

El mundo conmocionado y uno aplicando la conmoción como un disolvente del dolor. Al final el espectáculo televisado. Así como uno se pusiera a consumir el “reality” del momento. Da igual una casa, una isla, una cocina, o en este caso una familia azul y real. De paso la más antigua, con su plató principal en Buckingham Palace. Algo en Windsor, y siendo verano, a Balmoral.

Eso sí, desplazó al puzzle en el orden de prioridades y a zambullirse en el mundo de los hechos acaecidos.

La noche larguísima. Alguna cabezada acompañaba a un televisor que repetía una y otra vez las mismas imágenes acompañadas por la rotulación. La madrugada te recluye, pero con el día alboreando se suceden los movimientos.

Arriba el telón, y como un dibujo animado de esos que suena el despertador, salta de la cama a la par que se ajusta unos pantalones normalmente azules. Los zapatos los recoge al vuelo, y ponerse una camiseta después de toda la sucesión de rápidos acontecimientos se la ajusta sin problemas. Inmediatamente después se abre la puerta y el objetivo se situaba en una tienda justo a la vuelta de la esquina. Pero literal. Una de estas boutiques de lo mundano. Fruta, comida pakistaní, prensa, chocolatinas, embutido, pan, leche, imaginen que seguro lo tienen.

Pues nada, unos “rolls -bollos-”, leche del día y un par de periódicos con la información que hacía unas horas debía haber pasado la tele, pero por escrito.

Con la botella de leche en uno de los dedos, que se quejaba de los 2 litros vacunos. Una bolsa de “rolls” para el resto de esa mano. La otra trataba de agarrar los dos periódicos que más rabia le diera. El Evening Times, el Mirror, y uno serio. Cuando se debatía entre The Guardian, The times, o vaya usted a saber. Miro la portada del Observer. Sin Lady Di, ni nada, el único periódico que se le ocurría cambiar el protagonismo del día. Jafari a escena de nuevo. Allí con una foto a todo color comiendo con algunos ministros iraníes en un restaurante de Estambul. La foto ilustraba una acusación del papel que Jafari jugaría en el intento por parte de este gobierno persa de desarrollar su potencial atómico. Para la paz o para la guerra, depende quién lo mire, quien lo diga,…

Simplemente no podía ser. Ahora es cuando vas caminando por Roma saliendo del Trastevere hacia el río por la calle más fea del lugar. Una calle de esas de Rosellini, su neorrealismo, sus hambrunas y penurias de después de la guerra mundial. Pues bien, por una de esas calles ya en noche aparece un oso panda pintando una K sobre una pared que no le importa a nadie. Es decir, que alguien me despierte ya de esta locura. Ningún guión de Almodovar podría urdir a Jafari, Fazzi, la ex, el puzle, princess Diana, la prensa y de nuevo Jafari. Círculos cerrados.

La lectura del periódico fue completa y exhaustiva. Los detalles. El desarrollo de la investigación. El reportaje fotográfico en Estambul. La repercusión del catalizador en cuestión que parece ser que Jafari quiso comprar para alguna mina de oro que debía tener en Kenia. Para el lector asalariado del personaje era de lo más tranquilizador. El paquidermo quiso comprar un artefacto exclusivo de los que hay que justificar su compra, y el reportaje turco debía decir algo al respecto.

Princess Diana seguía fallecida, un país de luto, la ciudad cubría todas las aceras con flores, y los comercios cerraron como signo de duelo nacional. Voluntario.

Y como era voluntario, hubo tres restaurantes que abrieron esa noche en toda la ciudad. Adivinen quién fue uno de ellos. Por supuesto, bingo.

El país de duelo, según pasaban las horas iba teniendo hambre y un local que dispensara comida era apreciado en la ciudad. Hasta la bandera. Jafari pasaba por una cocina amotinada sonriendo y bramando su olfato para los negocios. Repetía una y otra vez “todo el mundo le gusta comer, por mucho duelo que tengamos”. Una adaptación de las penas con pan son menos, pasando por la caja registradora del que factura ese pan imagino.

Este comentario y alguna que otra lindeza mandó a las dos cocineras cincuentonas del lugar para casa. Realmente retadas, aceptaban su derrota ganando su marcha voluntaria por unas horas. No entendían porque teníamos que abrir. La sensibilidad a flor de piel. Y el espectador ajeno, nuestro protagonista, montado en su nube personal. Mal dormido. Ausente. Estaba como su puzzle. El marco y poco más. Vamos que le aguantaban los huesos para mantener su peso.

La sensibilidad era la bandera de la disputa, pero ni por esas. Aquel día se quedó en solitario con un aforo que mordía, y con unos clavos sobre un corcho que parían comandas.

Entre inerte y autómata. Con cierta suficiencia pasó una noche que no puede contar más porque no la recuerda. Me refiero al servicio restaurador propiamente dicho. El día agotador. Y a perro flaco…

Jafari estaba contento con el día. Tan contento que decidió celebrar una pequeña fiesta en su bunker. Oficina, apartamento, restaurante y delicatesen de productos de importación italianos. Todo entre lo tradicional y lo coqueto. Y en el corazón almacenes, y unas escaleras suficientes que debían atravesar un pasillo con dos puertas blindadas para llegar a otra más que abría la puerta del despacho del sumo sacerdote.

Al lado de los almacenes estaba la cocina, y desde allí se divisaba la puerta trasera del lugar.

Martin cocinaba para el evento que llevó tres horas de trabajo. Abrir y cerrar. Después a tumbarse en los sacos de hogazas de pan calentito para combatir el frio del lugar, y transgredir un tantito en la cueva de Ali Baba. Personajes secundarios de la que se avecinaba. Con Jafari aún sin bajar. De pronto, zrummmmmmm .

Un golpe atronador que hacía saltar por los aires la puerta completa del almacén. Imaginen la botella de vino que más les guste. Pues el corcho.

Detrás de la puerta una fila de “bobbys” corriendo escaleras arriba. De comic. Con esa imagen de fondo de pantalla se acercó un Bobby de verdad. Y se acercó a nosotros a decirnos que estuviéramos tranquilos que no pasaba nada. Bueno pues ni una cosa, ni la otra.

Un nuevo estruendo derribaba de la primera puerta del pasillo. Alguien se acerca desde el restaurante. Un sobrino de Jafari decidió quedarse un tanto más allá del tercer plano.

Segundo y tercer estruendo. Un par de minutos después Jafari esposado y acosado parecía por primera vez pequeño. Dejémoslo en elefantito.

La fiesta se acabó, y ante una noche larga un paseo un tanto más amplio de lo normal se antojaba como una opción de volver a casa. Esa manía de regresar haciendo eses. Dijo entre dientes el personaje cuando contaba su historia.

De noche la ciudad siempre le pareció preciosa. Al tomar la curva de Buchanan con Sauchiehall Street comenzaba lo divertido. Guitarras solitarias hacen noche junto a su alma. Algo de U2, Nirvana o folk irlandés como menú principal. Algún eventual Jamiroquei, y artistas variados que alternaban pinturas increíbles sobre las ceras con habilidades más o menos hábiles.

Según avanzaba Sauchiehall St. Iba abandonando el plácido guitarreo para entrar en la zona donde el personal se expandía marcándose un “clubbing”. Como en todos lugares, estudiantes, malos de tebeo y despistados.

A la altura de la calle que separa el guitarreo del guarreo se abre la calle donde está Fazzi. El restaurante más famoso de Jafari. En ese momento una moto paraba justo en frente, mientras uno de ellos esperaba con el vehículo a medio acelerar el otro se acercaba al restaurante con algo en la mano. De pronto, un nuevo estruendo y la luna abajo. Desde allí vio como la moto se alejaba, y la alarma del local sonaba y sonaba. La ciudad seguía llena de flores.

Mientras caminaba rumbo a su casa para terminar de desordenar todo el día. Le dio por pensar en el motivo por el cual aquellos de la moto habían roto aquella luna. Por saltarse a la torera el democrático hecho de sentirse en luto o no. O por islamista.

La sorpresa era mayúscula. Y la ocasión bien la merecía. Por los siglos de los siglos, en la vida, jamás pensaría que mi impar relataría esta historia del modo que lo hizo. Desde su pedestal silencioso. Tampoco mudo, pero silencioso. Sentando su cátedra y todo. Desde su experiencia, su medida, su control, su ajuste. Desde ahí arriba contaba una historia asumiéndola como propia. Por primera vez dejaba de ser tercera persona para pasar a primer plano. Encarnaba la historia, y creo reconocer algunas fabulaciones literales.

En sí, esto simplemente ya era un acontecimiento. Pero lo que realmente supuso una variación notable de la dimensión fue ese tono cómplice. Un tono que cedía el turno para aportar. De igual a igual.

A escena los ideales. Buscaba un contraste para poder entender porqué no quiso denunciar a nadie. Vio claramente a los dos de la moto, la matrícula. La sensación de que esa no era su guerra. De momento la batalla principal habitaba en su interior. Debía dar carpetazo al último lustro, seguir con su aprendizaje vital y cultural. Encontrarse por primera vez a sí mismo, y en definitiva, plantearse el hecho de ser, por primera vez en su vida. Parecer no le apartaría de esa visión adolescente de su existencia. Tocaba renegar de ella. La vida le obligaba a crecer. Por otra parte, iba siendo hora.

Aquel día decidió que le quedaban muchas cosas por hacer allí. Que el bosque había que cruzarlo, y que estaba dispuesto a quedarse por todos los arboles del camino, pero que siempre en movimiento. Para atrás ni para coger impulso. Aunque esto en realidad era un posicionamiento ficticio porque, en ocasiones, lo mejor para avanzar es hacerse hueco. Eso naturalmente no se sabe hasta que ocurre. Nadie va preguntándose este tipo de cosas antes de hacerlo. Uno lo hace, y después le busca sentido. O quizá tenga todo el sentido ya de primera porque uno se entrega a lo que le gusta.

Cuando llegó a casa había carta de España. Su madre se lo dejaba bien claro. Hagas lo que hagas con los 5 sentidos. Entrégate. Así todo sabe más rico.

Por primera vez en las últimas semanas se descubrió así mismo con una media sonrisa mientras devoraba noticias de los suyos. Carta descriptiva de actividades y expresiva de afectos. Ninguna sorpresa pero en ocasiones en la vida hay que recordar lo evidente. Lo refuerza, y con suerte te ahorras un psicólogo.

El epílogo de la carta respaldando que todo lo que hiciera bien lo estaría, si es lo que realmente quería. Y esa entrega incondicional a la empresa que a cada cual le vaya en ello, le hizo girar la cabeza, mirar al puzzle y comenzar la reconstrucción.

Lo bueno de tener el espacio vacío es que deja absoluta libertad para re-decorar la existencia de cada cual. El pasado es un cementerio, y basta con que los huesos aguanten el peso de cada cual para mantener el movimiento. El camino naturalmente que no es tan fácil, en ocasiones hay que dar un paso atrás para dar dos adelante. La perspectiva suele marcar una línea recta, que en realidad únicamente une principio y fin, alfa y omega. Normalmente se olvida del curveo, los retrocesos y de nuevo en la marcha.

Lo normal es ir por lo fácil. Instintivamente debía comenzar por la lama derecha del afamado tríptico. El infierno era un buen comienzo. En realidad la decisión no fue meditada en absoluto, un colorido más oscuro que el resto de la composición le empujó a ir juntando las fichas que claramente distinguía. Lo oscuro y las llamas, fuego y torturas. Iluminaciones “fosforencestes”. Para construir algo, primero hay que laminar, derruir, mancillar, coger cada cascote y lanzarlo tan lejos como uno pueda. Alguno quedará a la vista, pero si no se ven normalmente mucho mejor

Luego dicen que construir es más complicado. La capacidad para destruir está infravalorada. Nada sencillo arrojar a las llamas eternas todo lo que ya no nos vale. Recuerdo para el acaparador Diógenes, que el hombre no pudo cerrar una sola puerta en toda su vida.

Con la demoníaca parte superior derecha reconstruida, llamas y reflejos bajaban hacia el mundo onírico de criaturas fantásticas, monstruosas. Mientras engarzaba unas fichas con otras, la imaginería iba apareciendo, y la imaginación las encarnaba. Por ahí aparecía alguien que asumía el rechazo, otro la vanidad mancillada, la tristeza, la melancolía, la rabia, el olvido, el dolor en el pecho,…

Cada personaje fantástico compartía la alegría de encontrar la pieza adecuada para su propia realización, pero los dos o tres días que necesitó para componer esta parte del tríptico fue un tiempo donde la mente mezclaba la búsqueda en todos los sentidos. La mente juega a su capricho y la negación es simplemente injusta. La normalidad de una ruptura anunciada se maneja desde la perspectiva de la urdida maquinación. Todo estaba confabulado para hacerle pasar ese mal rato. Los tiempos para la lírica, la distancia y los días se apunta como la única terapia. Muy insuficiente para vivirlo desde el rabioso presente.

El infierno estaba cerca de cerrarse para siempre. Pasaban los días y con algún parón largo en la composición de un puzzle que estaba colocado sobre la puerta de un mueble que pasó de estar eternamente estorbando sin ningún fin, a hacerlo con algún motivo.

Ocupaba al completo toda la mesa, pero ese tablón de la puerta permitía manejarlo hacia algún lugar más apartado y así poder utilizar una mesa que entonces tampoco tenía gran uso.

La parte inferior refería varias alegorías a la pereza, la lujuria y la gula. Pecados capitales que por aquel entonces los manejaba con abuso en diversas direcciones. Una por abuso y otras por ausencia. Mal apetito, pero sexo y pereza a raudales.

La pereza se abría paso para completar el panel derecho del tríptico que se había convertido en todo un símbolo. Cuando la mente anda dando tumbos busca enganches, colores, números, iconografía de todo pelo para agarrarse a lo que sea para al menos intentar el esbozo de una sonrisa o simplemente el clavo ardiendo.

Siempre hay alguna pieza que cuesta encontrarla, y en ocasiones también ajustarla. Es frecuente que esa pieza la tengas justo enfrente de lo que viene a ser tus narices, pero entramos en la eterna dicotomía entre el ver, y el mirar. Sin entrar para nada en el querer hacerlo. Me refiero a ambas cosas.

Los días pasaban, alguna pieza se rebelaba, pero sin cerrar el infierno se decidió comenzar por el panel central. La pura vida. Las tentaciones, las elecciones armadas de testosterona. La cabeza ajustaba unas gafas y poco más. Un gorro para taparle de la lluvia eterna, y no era momento para pedirle mayores cosas.

Las piezas marcan seres fantásticos, animales sobredimensionados, la desnudez natural, un único personaje vestido que habla al que lo mira, aguas turbias, extrañas estructuras, alegorías sobre el pecado con la perspectiva de la época, y bien pensado de antes y después de la misma.

El mundo al revés con personajes que vagan por el mundo real, y otros que son seducidos o no, por lo carnal, por el vicio mal entendido. En clave simbólica.

En medio de todo aquel mundo, la mente del hacedor manejaba todas las sugerencias propuestas. En realidad todo lo llevaba hacia sí mismo.

El negro infierno aclaraba, y el replanteamiento era obligado. Manejaba que la cosa se podía poner muy dura. Con Jafari detenido, el decidió darse por sorprendido ante la noticia de la ruptura de la luna. En ningún momento manejó denunciar a nadie y meterse en una cruzada a la que no estaba invitado. La reconstrucción del paisaje, iba apartando el dolor para efectuar un ejercicio de autoafirmación. Ramas fuera, y bosque a la vista. Vamos a ver tú a qué has venido aquí. Pues hazlo sigue tu camino. Lucha por lo tuyo. Muere de pie. No te rindas. Si te caes te levantas. Venía a la cabeza una canción de otro tiempo que daba fin a una película de gran éxito de un director afamado. Habían pasado un par de años desde su extremo, quizá alguno más, pero el junco que se dobla pero siempre sigue en pie, ejercía a modo de psicólogo de cabecera.

Me recordaba al relato que se terció en cierta ocasión en una tertulia literaria. No me acuerdo del nombre del libro, ni el autor. Pero la historia hablaba de un fiel soldado español del S.XV que se perdió, por selvas, desiertos y sabanas africanas para buscar un inexistente unicornio. Y, de paso, arrancarle su solitario cuerno para que su rey alcanzara poderes más legendarios que científicos.

La lealtad inquebrantable le guió hacia un esquizofrénico adelante. Supero todas las barreras, dejando a sus fieles seguidores por el camino. El azar le puso un rinoceronte a la vista, y la locura enfocó al bellísimo unicornio.

El proceso naturalmente le llevó años. Tantos, qué a su vuelta, no había rey, nadie pedía nada de ningún unicornio, y a nadie le interesó el cuerno de un rinoceronte. Y lo peor, no encontró individuo alguno dispuesto a escuchar su historia. Sus intentos se asociaron a la locura. Y la locura le llevó al apocalíptico olvido. Los valores para los que fue educado puestos en entredicho. Y la vida entera para mirarse a un espejo que no lograba, si quiera, esbozarlo.

Como siempre el problema no es lo que hagas o dejes de hacer. Incluso podemos manejar las variables desde la mezquindad a la lucidez.

Al final el destino, el motivo, el objetivo justificaría heroicidades y retiradas, más o menos dignas. Dentro de la desgracia que desdice cualquier tratado de practicidad. Imagino que todos más o menos asociados a “El príncipe” de Maquiavelo. Aquello del fin justificando los medios, o quiso decir miedos.

Todo se ponía en solfa. Los valores están por encima de todo lo demás. El olvido y la locura merecen la pena por una causa. Por el criterio. Por la fidelidad a un ideal.

El espejo de las dudas se diluye ante el ácido “a pesar de todo” y te muestra con todos los colores que tenga uno. Da igual lo que vean desde fuera. Los valores acosados por la falta de fortuna.

En aquella tertulia, alguien con ganas de calzar su historia pase lo que pase salió al paso del relato con la historia de John Houston.

Bajo la sombra del “eso me recuerda”, aparecen dos estrellas de Hollywood desplazados a un lugar del norte de África. Esperando a un director que mezclaba su mecenazgo de pantagruélicas fiestas hollywoodienses -de cuando las fiestas del bosque sagrado eran fiestas- con sus obsesivas persecuciones de un paquidermo escurridizo. Su locura le hizo cruzar algunos países mientras los dos tótems de la interpretación esperaban a La Reina de África. Parece ser que cobrando a un pico el día, para felicidad del que abonaba por hacer nada. El divo “divado”. Me alegro.

A los genios la vida les premia con las recompensas binarias. El soñado elefante que viajó a su mansión californiana, y a la que sale de África se entretiene unas rápidas semanas en concretar su obra con Humphrey y Rita. Y seguro que a la vuelta. Fiesta.

Por su parte el estado de puzzle marcaba la nueva situación. Con el infierno aún sin terminar. La vida abría nuevos caminos. Algunos más equivocados que otros. Pero los caminos consumían tiempo, y aunque las piezas que debían completar la tercera lama del tríptico “El jardín del Edén” de momento iba quedando seleccionadas por el descarte de todas las demás. Aún no era momento para ponerlas en orden.

El dibujo de la caja que hacía referencia a este parte del maravilloso tríptico de EL Bosco se observaba una y otra vez. El pecado femenino, el masculino y un demonio escondido. La manzana como símbolo de la tentación. Un día, mirando todo esto comenzó a dibujar una representación autógrafa del hecho. Así en formato comic, alguien ofrecía a alguien la dichosa manzana, y le espetaba con un contundente: “Come y calla”. A ver si al final el famoso Eden va de comer manzanas sí o sí. Se me ocurre que el Edén dependerá de quién te ofrezca esa manzana y que uno se deje. Cuestión de proveedor. Y de corazón.

Jafari volvió después de su detención. Todas las tramas propuestas por la prensa del momento en relación al accidente, asesinato u homicidio de la famosa princesa, dejaba algún hueco para el seguimiento del magnate atómico. Declaraciones de distinto pelo, parece ser que poco más se podía demostrar del intento de compra del catalizador en cuestión y del reportaje fotográfico en Estambul. Para uno de los mejores abogados del Reino Unido no debía ser muy complicado difuminar todo tipo de rastro que marcara la consecuencia entre una cosa y la otra.

Fue recibido como un ídolo. Muy diferente a como marchó. Los que ahora acogían el primerísimo plano para las felicitaciones y festejos, no dieron ni medio paso para salir del tercer plano el día de autos.

Imagino que Jafari sabía de quién estaba rodeado. Pero basándose en que su carisma descansaba en su cuenta corriente, quiero pensar que tampoco podría exigir nada a nadie.

Gestos cariñosos para todo el mundo, y su aparición por la cocina breve, con la sonrisa del orangután pedía una de esas tortillas de patatas que le debían recordar a algún plato iraní de su niñez. Con el mejor vino, la tortilla subía a la categoría de manjar.

En el olvido quedaba el amotinamiento pasado, ese día las sonrisas eran para todos. Posteriormente aquello se demostró que tampoco pasaría en balde.

En cualquier caso Jafari comienza a perder presencia, durante tres meses un par de apariciones tardías, y afortunadamente leves. La última vez que se encontraron tuvo como marco el legendario despacho del paquidermo. El concepto era despedirse de Jafari.

Mientras recorría los peldaños de la escalera, e iba cruzando las dos puertas blindadas que predecían al despacho. Estas en realidad tampoco fueron vistas con anterioridad. Conocía su existencia por el sonido de las mismas cuando fueron arrancadas por la policía. Bueno en realidad unos minutos después cuando alguien que si conocía las instalaciones por arriba identificó ese sonido atronador con las puertas. Simplemente el hecho de imaginar al gran hombre esperando en ese despacho, como saltaba una puerta tras otra, incluso la propia, solo podía corresponder a alguien con cualquiera de las mentalidades “Corleone”. Cada cual que piense en el que le venga a la cabeza. Por mi parte, si en el juego está Marlon Brando, no hay De Niros o Pacinos.

La obra de reconstrucción de las puertas estaba finiquitada, mejorada y aumentada. Recuerden mentalidad “Corleone”. El bunker mancillado necesita la autoestima que le aportan algunas láminas extras de algún metal indestructible, que se apoyaría en los tornillos del fuselaje de la más sofisticada de las naves de la NASA.

La sensación al entrar al despacho de Jafari fue memorable. La disposición y decoración podría corresponder a cualquier corte de medio pelo con un extraño híbrido de elementos orientales con una máquina de coca-cola. Para que me entiendan.

Oriental, oriental. Y más bien medieval era la silla de los invitados. De los interlocutores del sumo sacerdote. Digo oriental por su físico. Madera labrada con detalle y gusto. Y un cojín forrado de una tela que brillaba como brillan las telas que uno no las compra en un chino. Alta calidad. En la tela y los rematados flecos.

Medieval digamos que por la disposición. Señores, que alboreaba el S.XXI, y ese señor ponía una silla que colocaba a su interlocutor sentado de perfil y notablemente más bajo que la altura que le daba su petulante trono. Porque eso no era una silla, era un caballo de madera imponente.

EL panorama anunciaba algo, pero no el tamaño del despropósito. Alguien se despedía y razonaba los motivos. No se sabe muy bien para qué, pero alguna necesidad vital, personal e intransferible le debía empujar a ello.

Esa necesidad le iba a empujar a tener que buscar argumentos menos elaborados y más tajantes para dar por concluido la sinrazón de una conversación continuada por alguien que no entendía nada.

Ante la simpleza del mensaje me voy porque esto se ha terminado. Ya se había hecho todo lo que tocaba, y alguien trataba de enredar las proezas argumentales del paquidermo. Imposible relatar la estupidez, pero para muestra un botón. Los últimos compases de aquel engendro que pretendía ser una conversación se debatían entre si España estaba o no en la Unión Europea. El personaje defendía que eso era una leyenda, que todo el mundo sabe que España no es Europa. El silencio en ocasiones dice mucho más que tres millares de palabras. Y mi silencio tuvo que decir lo que durante 15 minutos no terminé de dejar claro que la decisión era irrevocable, y que a modo de despedida se le planteó la necesidad de que le diera el certificado P-45. Que básicamente le aseguraba unos ingresos regulares durante año y medio a la vuelta a su país.

Es decir, su misma medicina. Por si el gigante albergara cualquier posibilidad de afecto y reconocimiento a la oportunidad que supuestamente da a cualquiera por asalariarle. Entenderá que no era al foro, que el agradecimiento también cabe en la dirección contraria. Que al fin al cabo, al que trabaja, nadie le regala nada. Aquí es donde invito a ir al diccionario para observar la literalidad de la definición. Es decir, trabajo y regalo no se llevan muy bien, que digamos.

Dame el certificado, yo cojo mi dinero y que te vaya bonito. La relación se cerró con un “Good luck”. Desde entonces siempre utilizó este modo de despedida porque le pareció el más brillante de todos, después de la de Casablanca. ¿Por qué será que cada vez que uno ve esta película piensa que al final Bogart y Ingrid Bergman no se separan?

La despedida de Jafari, precedió a dos semanas de viajes, compras, últimas visitas, penúltimas fiestas. También hubo tiempo para terminar un puzzle que ponía fin a todo un proceso. Aquel puzzle nunca fue fijado en ningún cartón, ni lució ninguna pared granate con círculos. Después de todo el proceso de reconstrucción, las piezas fueron devueltas a la caja, para que el siguiente colocara cada una de esas 3000 piezas como le vaya dando la gana. Que para eso uno las busca, las coge y las coloca.

La intensa jornada anterior. Con mi impar encarnando historias. La pasión contenida se relajaba. En cierto modo tampoco la sorpresa fue importante. En el fondo sabía que mi compañera también tenía la cualidad de desbordarse a sí misma. Digamos que su iniciativa andaba pausada. Pero su esencial condición de rebatir o puntualizar todo aquello en lo que no estaba de acuerdo ya delataba cierto fuego. Sí es cierto que se le echaba de menos cuando tocaba asentir, reforzar.

Aquello del que calla otorga. Pero si habla degüella apuntaría yo. Por lo menos hasta esta charla, que por una vez tomaba una iniciativa conversadora que de pronto despista al que no está acostumbrado a escuchar. En este caso a ella.

Realmente su entusiasmo empujó al mío. Delicioso contagio. Volvemos al morado cuántico. Si alguien tiene ilusión de verdad la transmite. O mejor la inocula, te atrapa, te envuelve, y de pronto estás participando de un universo común. La historia del puzzle, la reconstrucción pieza a pieza, algunas que se colocaron en el lugar equivocado y hubo que modificar su posición. Todo empezaba en el infierno, y allí encajó la última pieza.

De algún modo me recordaba una conversación que mantenían dos chanclas de unos indigentes que charlaban agotadas por la vida. Empapadas por el día y apartadas por el mundo.

Con la lucidez que da las tres primeras copas de vino, allí andaban añorando la construcción de la única casa propia que conocieron. En realidad no era de su propiedad, pero un alquiler de un piso no amueblado dio rienda suelta a una decoración de campaña, pero con cierto gusto.

Hablaban de unas mesillas fundadas de dos cajas de cartón con cierta consistencia forradas por un papel de regalo que le daba un aire único. Nada de cajones, pero suficiente para dejar todo ese tipo de cosas que uno saca de unos bolsillos normalmente maltratados.

Naturalmente todo depende del punto de vista de cómo se valore esto. Desde el punto de vista de los bolsillos un verdadero placer. Había días que moraban extraños objetos. Desde la cosmética a la profilaxis. Desde luego que toda una idea para cualquier representante renovado del pop art. Anatomía del bolsillo. No se pueden imaginar las cosas que caben.

La lucidez del vino les empujó hacia la dirección de la eterna búsqueda. El que no tiene donde quedarse entiende la vida desde la constante indagación de nuevos terrenos. Con la ilusión del que llega a casa, para que minutos después no la reconozca naturalmente. Aves de paso. Con la esperanza de parar en algún lado. Imagino que pura evolución antropológica. Si todas las especies acogen un habitad para vivir en él será por algo digo yo. Pero si te sientes eternamente expulsado… Pues sueñas. Si proyectas hacia el futuro malo. Y si retrocedes al pasado peor. El vino les regresó al pasado. Y allí andaban hablando de la elaboración de una estantería heredada de alguien que no llegué a averiguar quién era. Entiendo que por allí empezó la conversación que ya enganché comenzada.

Parece ser que la remodelación de dicho artefacto concluyó con dos manos de barniz para que aquella brillara como hace tiempo no hacía. Durante el proceso de secado, el improvisado pintor tomó un libro sencillo de esos de autoayuda. Con sus bondades y ausencias. En realidad la idea de ver por escrito y contado de un modo elemental algo que uno ya conoce puede funcionar de psicólogo de cabecera dependiendo de cuándo uno lo lea y cómo.

Da igual que salga un monje de un Ferrari, te lleven al Medievo a la búsqueda de un reino post-galáctico o como era el caso te metas en el alma de un ratón y andes buscando quesos por todos lados. Si el lácteo se agota, a buscar otro. El que se espere que el queso vaya a reproducirse así como por esporación, se espora así mismo. Es decir, muévete, si lo haces propicias que pasen cosas, y los quesos aparecen como platillos volantes. Ahora es cuando alguien dice que es alérgico a los lácteos y tiene mal de alturas incluso para mirar lo que vuela. Pues nada amigo, busca tofus subterráneos, pero busca. El que busca halla.

El día amaneció para pocas playas. Digamos que para mares y no playa. Me explico. El viento racheado, el oleaje, la ausencia de sol, unas nubes que pasaban tan aprisa que parecía uno de estos decorados de atrezo que pasan y pasan, y siguen pasando. Y uno se pregunta si hay tantas nubes en el mundo. De los decorados de los viajes en coche de las películas de Hitchcock ni hablamos. Decorados imposibles, maniobras de vehículos de fondo del conductor medio de Tijuana.

En este caso el mar como voyeur, como mirón. La costa, los acantilados, el aire, el olor, la libertad que transmite, lo indómito del usual suceso no le resta un ápice de atractivo. Digamos que tocaba “verticalizar” la situación. En cualquier caso fue recibido con alegría por aquello del concepto “antipasti”. Es decir, el día rompía esquemas, y después de una mañana entretenida acabamos recluidas en una mochila que nos reservaba para una jornada propiamente playera. Desde la mochila colgada del saliente de un respaldo metálico de una silla “standard” de un chiringuito, allí escuchamos una conversación de lo que interpreté debían ser lo habitantes de la mesa de al lado.

Por el contexto de la conversación, las constantes preguntas de una actualidad no muy puesta al día, se mezclaban con constantes alusiones a un pasado más presente para unos que para otros.

En cualquier caso, los viajes parecía un hilo conductor recurrente. Por allí se planteó una historia que me hizo reflexionar sobre lo esperado, lo inesperado, lo inusual, lo cinematográfico, lo imposible, la risa y la gilipollez. Desde el humor, alguien casi pierde la vida porque le persigue un rinoceronte del Nepal, y cómo no se lo cree, mientras huye se debió acordar de algún Tarzán que otro, y se salva por una estupidez similar a la que le metió en ese lio.

Imagine un grupo de cooperantes de una ONG por Nepal, distribuidos en dos jeeps. Los cooperantes también paran a lo que propiamente se podría decir expulsar aguas menores. Otros mearían y ya está. Cada uno que haga lo que pueda o lo que sepa. En realidad es muy parecido, de un modo u otro.

En medio de ningún lado, mirando un horizonte imponente. De pronto un gruñido, o fue bufido. Lo que fuera desenfoca a un horizonte que pasaba a una dimensión impresionista para ver que algo se movía en un matorral. Alguien dijo algo de un rinoceronte nepalí.

Vamos como si el gps perdiera cobertura. Así como eternamente sumido en la confusión de una rotonda y la voz metálica esa del demonio no para de decir que cojas la cuarta salida a la derecha. Una y otra vez.

Joder si hay cuatro. Con la idea esa de que enganches por donde lo hagas la maquinita en cuestión te va a ordenar regresar sobre tus pasos y tomar de nuevo la cuarta salida a la derecha.

Aquí es donde el instinto, le pone a un gordinflón con ciertas actitudes para el atletismo en su pubertad, en lo alto de un jeep de un sólo salto que podría competir en cualquier evento olímpico de por ejemplo antes de las guerras mundiales.

Con uno a salvo, el agresivo animal ya en carrera bramaba por dar alcance a una cooperante que no se sabe si se le vino a la cabeza alguna viñeta de Mortadelo y Filemón, o alguna película de algún hombre mono selvático. Entre risas y eses. Con el vehículo tan cerca y tan lejos. Con el animal cada vez más cerca. Llega el segundo jeep que venía retrasado. Ve el percal, y da un volantazo digamos que instintivo. Medio giro, derrape, y neumáticos en polvorosa. Aquella maniobra forzada captó la atención del orgulloso propietario del terruño. Modificó objetivo. Y claro, ni uno ni otro. La risueña inconsciente tomo un jeep que puso también sus neumáticos a prueba. Este nuevo movimiento le hizo frenar al animal en seco, que se quedó como vértice de un triángulo inalcanzable.

La historia fue recibida entre risas. El prestigio del interlocutor le podría dar un porcentaje de fabulación, pero era imposible inventarse todo aquello. Pónganle más o menos tamaño al rinoceronte. Un poco más lejos o más cerca. La magnitud. El ataque de risa de la implicada. La altura del techo del salto del instintivo narrador. Vale, le descuentan todo eso, y la historia nos lleva al mismo lugar.

De la importancia de reconocer lo que está viviendo. Del peligro de la realidad televisada. Y del que tiene un objetivo y quiere conseguirlo lo suele hacer. Si vas a dos lados al mismo tiempo, lo normal es que viajes hacia ninguna parte.

Estamos acostumbrados a relacionar nuestra rutina con la vida. Pensamos que así hemos vivido siempre, y no nos damos cuenta que estamos hablando de lo que vivimos ahora. Estamos en constante modificación, pigmaliones de nosotros mismos, nos reinventamos cada día y no nos damos cuenta. Pero cuando aparece alguna novedad, algo nuevo en el paisaje no lo reconocemos. Y si no nos enteramos de lo que está pasando, pues a lo mejor resulta que el futuro te miente y te dice que nunca pasó.

Del ataque de risa ni hablamos. Como se puede perder alguien dentro de algo tan básico como el cerca-lejos, el bueno-malo, el peligro-seguro y el comic-realidad. Algún capítulo de barrio sésamo le debió faltar a la susodicha aunque por allí se escuchó a algún gracioso insinuar que le haría llegar un cd con los mejores momentos de súper-coco. Imagino que el cerca lejos, el cortarse el pelo no produce dolor, y el si ves un rinoceronte embistiéndote corre como un demonio, y muérete de risa después.

Imagina que la realidad televisada andaba de fondo. Le debía parecer que ella. Criada en la periferia de una gran ciudad no se debía ver que estaba programada para correr delante de un animal salvaje.

Del rinoceronte ni hablamos. Cuando emprendió su embestida fijó a la risueña inconsciente como objetivo pasivo. Cuando la tenía a su alcance apareció un segundo objetivo, y entre el lapso de tiempo en el que aparecieron las dudas para decidirse por uno o por otro, uno se alejaba y el segundo cada vez andaba más lejos.

La manía de hacer dos cosas a la vez pone en peligro la realización de una sola. Si vas, ve. Si no quédate dónde estabas.

La lluvia arreciaba, el chiringuito se convirtió en un círculo social de primera magnitud. Las cañas y aperitivos, precedió a la comida propiamente dicha. Cafés, licores, helados,…

En definitiva tiempo de sobremesa obligado. Por lo que parecía, más para unos que para otros.

Mientras algunos sentían la asfixia claustrofóbica, del que agarra un ascensor de tiempo en tiempo, y el azar le pone un corte general de luz en medio de todo ese viaje. Suena la alarma y nadie responde. Y de repente un extraño. Una voz que conversa, que tranquiliza, y que por de pronto traslada la sensación de que en el mundo exterior estamos enterados de lo que le pasa. Suficiente.

La sensación de sentirse atrapado se aligera ante la conciencia de que alguien del mundo exterior sabe que lo estás. La esperanza de rescate pulula por esa cabeza. Un alivio.

Los cruces de caminos se encaprichan con extrañas asociaciones. Imaginen un aeropuerto, un vuelo con overbooking. Un retraso, un motivo para llegar el día que estaba previsto. Y dependiendo de la magnitud del motivo una situación más o menos desesperada.

Te sientes enjaulado. Pero también agrupado. Aparece la causa común y la nueva situación toma su lugar. Una niña bien italiana, sin necesidad alguna de llegar en hora a ningún sitio desde hace años monta en cólera, y un periodista deslumbrado se asocia con un corresponsal de guerra para unirse a la consentida adinerada y conseguir lo que los tres se proponían. Causas comunes de un trío destinado a recorrer caminos tan diferentes…

La desgracia común o el avatar asociado calma la desgracia.

Por el chiringuito se veían en las mesas situaciones de todo tipo de pelo. Parejas sin piel y con ella. Grupos sin piel y con ella. Y personajes dispersados por diferentes mesas que no manifestaban mucha cosa que se diga. Ese tipo de cosas que se perciben desde dentro y desde fuera. O estás a gusto, o no. Aquí no hay grises.

En cualquier caso, y visto el panorama. Siempre desde el anonimato de nuestra mochila perfectamente enfocada hacia la conversación que teníamos justo al lado. Tampoco hubiera importado demasiado que nos hubieran colgado de la última silla de aquella terraza con vista a un mar bravo y pujante.

El tono abierto, a veces ingenioso, en ocasiones descarado, en otras vulgar. Normalmente expresivo, y en un volumen un tanto más alto de lo políticamente correcto. Algunos lo llaman carisma, otros capacidad expresiva, en algún caso mala educación. Pero todos escuchan.

Es decir, nos hubiéramos enterado de todo de igual modo. En realidad cada mesa parecía andar a lo suyo, pero de algún modo la mayoría del personal andaba al tanto de la historia del rinoceronte.

Por uno de esos caminos que cogen las buenas conversaciones. Por algún motivo que sólo pertenece a los involucrados directamente en la misma, uno salta del Nepal a la frontera de Kenia con Tanzania. Así sin más, bueno quizá a partir del comentario del algún problema diplomático con el gobierno nepalí. La palabra problema se asocia a un viaje, y por allí alguien arranca en la reserva Masai-Mara. Evidentemente el salto estaba justificado, pero en ocasiones sorprende la rapidez del movimiento, por lo menos para el sujeto pasivo.

Del Masai-Mara al Serengueti, leones, los agresivos hipopótamos, guepardos, ñus, impalas y alguna que otra especie sitúan la narración. De algún modo alguien quería poner en claro que vio todo lo que debía ver. Curiosa costumbre del turista que se empeña en visitar todo lo visitable. Lo cuentan con la normalidad de la hazaña conseguida. Andar por andar. Muchos se olvidan de pararse a mirar, o más profundo, de ver lo que miran. Pasa en el turista y en el puesto de trabajo, pasa en la calle y en la casa, en el cielo y en la tierra, en el norte y en el sur. Se ve por todas partes. Pero cómo se suponen que lo que tienen que hacer es mirar. Pues miran. Nadie les pide cuentas de lo que ven. Peor para ellos y mejor para el sol.

Después de cinco minutos donde alternaban presencia diferentes animales, rápidamente se pasó de la grandeza de la naturaleza a los barrios de Nairobi. Alguna mención a un alojamiento de ensueño, a diez kilómetros de una aldea de moscas que parecían tener la visita de unos niños. Contrastes de nuestro mundo.

La opulencia y la carencia colindante. Traguen saliva, pero lo no agradable también es verdad. Debe ser por eso que cuando la verdad agrada infla tanto. Uno queda invadido. Y rendido, sin condiciones. Ha estallado la paz.

Kenia quedaba atrás, y el destino era Tanzania. Tras un preámbulo consistente lleno de referencias más o menos conocidas sobre los problemas que uno puede tener al pasar una frontera africana, el relato nos sitúa en un autobús, camino de la siempre complicada división.

Con suficiente tiempo de antelación. Un tiempo que propiciaba el espacio para reforzar el mensaje kilómetros adelante, un guía toma la palabra para dar indicaciones firmes en relación al cruce de la marca. Advertía sobre la expresa prohibición para fotografiar nada, y que el mejor modo de evitar cualquier problema es directamente hacerlas no visibles a los guardianes de la raya del mapa.

Teleobjetivos a la bolsa, maquinas a la mochila, y todo debajo de los asientos. O mucho mejor, la alternativa de los exiguos maleteros superiores.

La proximidad era patente. Las indicaciones de la carretera así lo hacían ver. Y el mensaje se reforzaba a través de la megafonía doméstica del autobús.

De pronto, la última cuesta y frontera a la vista. Barreras de espino, verjas amenazantes, ejércitos armados, y justo en medio un globo gigante listo para volar. Enorme lona inflada con el logo de una famosa compañía de refrescos de cola, así como con unos colores que pudiera parecer que en algún momento del S.XX se lo pudieran ceder a algún Papa Noel. Cosas del mercado.

La curiosidad trabaja siempre a su aire. Y da igual todas las correcciones giradas alrededor de la discreción. Cuando empuja la manada no vale la pena interponerse. Al menos si no tiene un AK-47 con su estómago cargado de proyectiles.

El curioso sacó la cámara, a la voz de “joder que globo de Coca-Cola”. Este no se libra. Y que el casi no se salva es el impulsivo fotógrafo.

Atrás quedaron las advertencias. Dos mulas de 2 metros armados hasta sus agresivos dientes trepan hacia el autobús. Tiempo para cambiar la cámara implicada por la doméstica compacta que tenía en el revistero de la silla inmediatamente anterior.

El curioso para fuera, con la compacta en la mano. Su compañero mantiene el estatus y también le toca bajar, por aquello de estar en el lugar equivocado, en el momento menos propicio.

A punta de pistola para las dependencias interiores. Unas palabras que sin entender en absoluto su significado medran a cualquiera. Fuera ropa, maquina contra la pared, gritos y caras poco amistosas. Y miedo, de olerse.

En ese momento, uno maldecía su osadía y el otro la ajena. Un reojo de esos que hablan por sí mismo. Pasaportes confiscados y examinados, un interrogatorio surrealista, media hora de incertidumbre, y alguien de algún consulado dice lo que tiene que decir cuando debe hacerlo.

De vuelta al autobús, que pasa la frontera. Después de 20 km de silencio, miradas para atrás, una marcha algo más ligera de la recomendada estalla lo que se estaba mascando. Alguien echa a llorar y simultáneamente a maldecir al curioso. El curioso recuerda que la foto la sigue teniendo él. Pide disculpas, dos bromas oportunas, y foto al canasto. Aquí no ha pasado nada.

La conversación derivó en todo tipo de consideraciones sobre las condiciones de la improvisada comisaria fronteriza, el tamaño del globo en cuestión, la posible conversación de los dos afectados. Y de pronto alguien preguntó por la foto. Sacó su teléfono móvil. Lo deslizó, y allí estaba el globo que casi le cuesta la vida como salvapantallas del artefacto tecnológico.

La conversación nocturna con su compañera acerca de este trance fue casi más interesante que la propia historia.

El inicio comenzó por las estúpidas razones por las cuales una persona puede morir. O vivir, naturalmente.

Desde el punto de vista de una simple imagen para colocarla donde cada cual imagine, y que con los tiempos que corren puede ser perfectamente acusada de ser una burda composición de cualquier editor fotográfico. Desde luego, que uno puede tratar de buscar los tres pies al gato, que al final va a ver seis. Digo pies.

Ni una foto, ni la mejor pertenencia material que uno pueda imaginar. Nada es más importante que una vida. Nada.

Luego está el derecho que cada cual la pueda vivir como quiera. Eso siempre es muy respetable. Desde del que abrace la contención hasta el que se entregue a las farolas de su calle.

Seguramente, ambos se equivocan más, que el que se entrega a lo suyo. A lo que le apetezca. A lo que quiera. A lo que le guste. Y así coger cada uno de los días.

El que anda avanza, el que quiere consigue, el que juega se divierte, el que se entrega recibe. El que no se mueve,…

Lo que se mantuvo en movimiento era un autobús que cada vez dejaba más atrás el lugar del conflicto. Y con la distancia regresaban las palabras de unos asientos a otros. Por supuesto el tema estrella imaginan cual es. Naturalmente cada cual contaba su contención como la contaría un héroe. El que se quedó parado no quería liarla, y el que plantó cara sería por su ausencia.

Si por lo que sea, alguno de los habitantes de ese autobús hubiera hecho algo que pudiera ser contemplado como una heroicidad. Ese, en particular ese, está callado. Nadie quiere tocar el cielo cuando ya vive en él.

El que lo hace, lo hace para hacerlo, no para contarlo. Eso tampoco quiere decir que llegado el momento sea malo contarlo.

En cualquier caso estas situaciones mentalmente exigentes disparan las vanidades, los superhéroes de cartón piedra, y esa necesidad de individualizar una experiencia colectiva. Pensándolo bien en el fondo cada cual vivió la suya. Misma situación, entorno común, pero cada cual a su modo. Otra cosa es que se viviera como se cuenta.

Cada cual, único. Y aquí también vanidoso engendrador de toda actividad. Así como el que se despide para una televisión pública de una corresponsalía norteamericana y se saluda así mismo en los carteles de eón que conforman su particular decorado en una famosa plaza neoyorkina.

Ni “kennedys”, ni “vietnams”, ni “martin luther Kings”, ni supuestos pioneros alunizajes, ni “malcom x”, ni “watergates”. Casi lo más importante que pudo sufrir este país en aquel tiempo fue la observación periodística del ciudadano que abandonaba la causa.

También se contempla la personalidad para hacer todo esto. Como todo en la vida hay estilos. Detrás de un flequillo, o vestido detrás de la indumentaria que cada cual se formule. Y el derecho de cada cual lo disfrute. O no.

Después del autobús barco, llegada al puerto de una isla, y de nuevo, autobús a una aldea de esas que están disponibles como turismo solidario. Sin las opulencias del resort medio que cualquiera pudiera esperar, te zambulles en la realidad del lugar, y recibes un cariño rayano con la devoción. El agradecimiento se ve en sus ojos, en sus manos, en sus dientes…

Macarrónicos diálogos en mal inglés, compensadas con la abundancia de risas y gestos, ameniza el aterrizaje. Todos estaban contentos del encuentro, pero casi nadie atinaba a comunicárselo a nadie. Situaciones de esas que recuerdan al famoso cartel que se veía por algunos lugares en comercios costeros españoles de los 70. Algo así como “Se habla idiomas por señas”. Querer es poder.

Este internacional esperanto es muy efectivo en lo básico. Techo, cama y comida funcionan perfectamente como motor inicial de la relación. Pero solventado todo esto, deben aparecer nuevos temas, y ahí comienza el espectáculo.

En uno de esos callejones sin salida que escoge la comunicación, nuestro narrador contaba como de un modo inexplicable. Porque jamás lo había hecho en su vida. Imagino que esto deberemos colgarlo en la percha del instinto, de las ganas de comunicarse y no saber cómo hacerlo.

En ese interruptus expresivo no se le ocurrió otra cosa que alargar su dedo índice hacia su interlocutor que jugaba a castellanizar el swahili. Vamos un imposible. Ese dedo índice en ofrenda invitaba a ser agarrado, y tirado para atrás.

La confusión del habitante del lugar tuvo que ser mayúscula. Allí alguien le pone un dedo por delante, y le invita a tirar de él para atrás. Imagino que se le pasaron por la cabeza dos o tres cosas. Pero la interpretación de un saludo tradicional europeo pasó por su cabeza. De ese modo, no se puede desairar al que ofrece un saludo. El dedo se agarra, se tira, y el europeo en cuestión reacciona con una sonora flatulencia simultaneando las acciones.

La cara del paisano asomaba una sorpresa más que justificada. Nada, no creo que el plazo superara el segundo para intercambiar las interacciones de sorpresa, de lo siento, de era broma, que va de buen rollo,… Todo un intercambio de gestualidades que desembocó en una de las risas más sonoras de toda África. La risa siempre gana.

Además por estos caminos se ganan las guerras. Nada de simples batallas. La risa trajo el hermanamiento. El hermanamiento se coreó por toda la aldea. Y de pronto, el europeo que ofrece dedos para acercarse al pueblo toma rango de personaje. El loco hechicero blanco es agasajado por todos los rincones del lugar. Cada cual buscaba la popular recompensa del saludo.

La situación derivó en uno de esos estados de saludo permanente. La misma persona, media docena de veces diaria. El disparate subía como la espuma porque dos palabras muy parecidas del dialecto del lugar vienen a significar cuestiones tan diferentes como “Hola, amigo” a “qué asco me dais hijos de las cuatro letras”. Naturalmente me permitirán que no reproduzca la literalidad más común, nos quedamos en el sentido. Como si tuviera alguno, claro.

La confusión era constante, y sus entradas en la aldea saludando a uno y otro lado con el concepto torcido era celebrado por el pueblo común.

Pasaron los días, apenas una semana, y en la despedida hubo hasta lágrimas. Alguna propuesta imposible de trabajo en la zona.

Nada que ver y todo. Seres destinados a no encontrarse nunca, con desarrollos personales tan diferentes igualan sus almas, y la verdad que se debían ver bastante parecidas.

Cuestión de adaptación. El que se adapta contempla otro modo de pensar. Si ya se adapta bien, pues el aprendizaje llega al grado de evolución. Pero el simple hecho de querer hacerlo ya enriquece.

Lo preconcebido tiene un aire a prefabricado, a previsto, a controlado, que suele saltar por los aires ante la actualidad. Por ahí resuena la famosa máxima del clásico de que la vida es esa cosa que ocurre mientras uno piensa que hacer con ella.

No es que esté mal llevar un plan. Lo que seguro que es bueno es abandonar su cumplimiento exhaustivo. La circunstancia se agarra a la improvisación para salir del charco, una y otra y vez. O viceversa. Es decir, el charco salpica a la improvisación para que agarre la circunstancia y la trate a modo.

Otra cosa es que todo esto sea interpretado desde el punto de vista del anodino espectador, al activo practicante. El que se mueve intercambia, da y recibe. Pero que nadie lo interprete como un trueque directo. Alguien regala una flatulencia despistada, y no debería ser pagado por la misma moneda por la persona afectada. Esto no funciona así. A ver, desde el principio, alguien derriba un muro, y el que lo recibe lo vocea, llega otro por detrás y tira su muro abajo. Podría ser un anárquico efecto dominó. Imaginen el espectáculo en coordenadas circenses. Alguien pone en marcha un reloj de pared, que sale el cuco a las doce en punto, el pico del avisador empuja un coche de juguete que se desliza por una pista en cuesta. Allí empuja un balón de baloncesto que es canalizado por un raíl. El raíl termina sobre el cerrojo que está esperando un leve toque para rozar la primera ficha que derriba tantas hileras de piezas como imagines. Cuando acabes supón que la ficha derriba la estructura que permite que se abra una puerta gobernada por una célula fotoeléctrica y por allí aparece la azafata que le trae a usted el regalo que merece. Causa y efecto asociado al movimiento en cadena.

No está mal pararse de vez en cuando para interpretar la particular cadena de favores. Una cosa te lleva a otra, hasta que acabas donde quieres estar. Aunque sea solo una semana. Naturalmente, cuánto más mejor. La vida entera,…

Pasó el aguacero, y nuestro día de descanso mochilero resultó más interesante de lo previsible. En pocas ocasiones la sonrisa de mi compañero parecía tan expuesta a la risa. Después de una noche en la que alguien se le olvidó sacarnos del ostracismo en el que andábamos sumidas.

La mañana siguiente trajo sol, y con el sol y un día sin él, el apetito playero parece que se dispara. Por fin alguien se acordaba de la mochila, y de nuevo en la ruta.

La playa aparecía de nuevo a escena, notablemente más limpia que jornadas anteriores. EL agua no tanto, aún traía cierto aire turbio de los movimientos bruscos del día anterior.

La opción de una cala, a priori, apetecía. La playa central parecía atestada de gente, y las masas alrededor rompen la relación con la naturaleza. Cada cosa a su tiempo, si quieres gente en tu entorno ya hay sobrados foros donde satisfacer esa necesidad social. Pero en la naturaleza, sea campo, montaña, playa, marisma o la expresión que ustedes quieran, el humano siempre rompe la armonía. En ocasiones una simple conversación, un chapoteo absurdo, unos niños jugando de roca en roca, perturba el estado zen en el que un animal humano alcanza cuando se sumerge en el medio sin manipulación alguna.

Una cala solitaria, bueno no exactamente. Desperdigados por una superficie con más piedra que arena, dos mujeres andaban enrolladas en dos de esos pañuelos gigantescos llenos de color y normalmente de seda.

El sol impenitente cedía ante la seda, y los cuerpos aguantan lo implacable con cierto frescor en la piel. Cuando la cosa se ponía algo más tórrida, bañito leve, y alguien alargaba su brazo para repartir lo que parecía una sandía helada en alguna ocasión, y en otras, un melón. Ambos frutos guardaban el hielo bajo el abrigo de una nevera clásica.

Hidratadas, prácticamente a la sombra en su particular ejercicio de momificación, y sumidas en una de esas conversaciones que descansan sobre el supuesto anonimato. Digo supuesto porque había distancia de sobra para que en condiciones normales no nadie oyera lo que allí se estaba hablando. Pero el viento juega con muchas cosas, y las ondas sonoras es una de sus víctimas acostumbradas.

Por alguna razón que entendíamos tenía que ver con la cueva que teníamos unos metros detrás y que debía hacer de caja de resonancia de todo aquello, asistimos impertérritos a lo que allí acontecía.

Dos mujeres hablando, y una relación casi olvidada a escena. Digo casi, porque por lo allí hablado, está claro que moraba en alguna habitación cercana cuando la actualidad mediática le devolvió a su hombre ya casi olvidado.

Una situación que duró cerca de un año avocada al mismo callejón desde los primeros compases, y que nadie fue capaz de sacar de ahí.

Una vida pasada con cierto éxito profesional vagaba entre psicólogos y nuevas búsquedas personales. No le gustaba su trabajo de siempre. Una situación médica delicada y una rutina que daba poca esperanza le empujó en una de esas reuniones donde alguien conoce a alguien, y piensa que debe conocer a otro. Pues se conocieron, y la asfixiante rutina le echó en brazos de alguien que no buscaba exactamente eso. Simplemente que alguien le quisiera. Si me apuran amor con mayúsculas.

Un día con otro, y desde el algodón de las primeras semanas de la relación. Ya pronto barruntó que la enfermedad de su amado sería muy llevable pero que le empujaba hacia el conformismo de un amor a medias. Cualquier acción o sentimiento que se queda a medias, mal. Pero si de amor hablamos…

Únicamente le tenía cuando estaba a solas con él, y a veces. Cualquier intento de socialización debía ser auspiciado ante la posibilidad de agarrar algún producto todavía ilegal para fumar, y disfrutar. Poco a poco, se convirtió en su única salida natural. Todo el día en casa, salvo cuando salían a buscar porros. Por allí su amada tratando de meterle en cualquier abanico de amigos que le permitiera disfrutar algo más que su conversación alternativa.

Digo alternativa, porque jugaba con la lucidez y lo corrosivo. Con lo interesante y el puro atasco. A ratos atrapante, en otras ocasiones simplemente muy prescindible.

Un día con otro el atasco se abría paso, y allí nadie supo lo que pasaba, porque por no ocurrir, no creo que pasara mucho.

Baldíos intentos de sacar del fango a alguien que no parecía tener muchas ganas de hacerlo. Pereza, falta de iniciativa, el espíritu del ovino y una de esas situaciones de fuerza que se crean en los primeros compases de una relación, y que ya nunca jamás se moverán.

Ruptura dolorosa. De esas, de mejor no volver a verse nunca más. La asunción de que uno es como es y que nadie le va a poder cambiar. Y por otro lado el fracaso del intento catalizador fallido.

Hasta ahí una historia convencional. Nada del otro jueves. Estas cosas pasan, aquí nadie rompe ninguna cadena que ataba el reloj a las horas. Ni se ve envuelto en ningún aguacero que para súbitamente, y ambas unidades se quedan encerradas y aisladas en las dos últimas gotas.

De esas rupturas que presumen de muy conversadas. Imagino por el matiz civilizado y post-moderno que arrojan las rupturas de mutuo acuerdo, casi raciones. Se supone que todo el mundo está muy seguro.

Tan seguro que una simple canción de El Cigala hizo brotar sus lágrimas negras. Por supuesto empujadas por el simple recuerdo. Ya no sé si nostalgia o melancolía.

El tiempo cura lo incurable. Luego la cicatriz quedará más o menos fea. Según el caso. Pero aquello ya cicatrizó, y no tenía previsto ninguna reapertura. Vamos cerrado por derribo.

Pero del mismo modo que lo que se abre se puede cerrar, lo que ya está cerrado puede abrirse. Cuestión de ciclos.

De ciclos, o de roscos, o de ruletas y “pasapalabras”. Un bote estremecedor y alguien que permanece en el programa día tras día, semana tras semana. Arañando la suerte, y manejando algún que otro contrincante con cierta enjundia y algún mal día. Los renglones torcidos de Dios. Para que vas a llegar y besar el santo.

Imaginen quien es el personaje en cuestión. Si, han acertado. Con un bigote un tanto extraño. Vamos a dejarlo en regeneracionista. Una cara más redonda, una sonrisa desconocida, más pelo y menos porros. Sano, y de qué manera.

El fondo de interesante que había detrás de tanto cannabis, sacaba cabeza no sólo por el ejercicio de memoria impresionante que realizaba a diario. Detrás de esa agilidad había conocimiento, y eso también corresponde valorarlo por separado. Además, sus comentarios entre la humildad, que no la modestia. Entre lo sarcástico y lo riguroso. Siempre prudente, lo que no es incompatible con la cualidad de escoger el momento para mostrar su mayor rendimiento cuando se requiere.

Buen rollo, elegancia, humildad, respeto, pero aquí alguien ha venido a ganar…

Lo fascinante era observar día a día, cómo alguien que no controla un medio tan agresivo con el televisivo, lo trascendía desde su paz interior. Desde el control natural. Nada impostado.

El desaguisado de los observadores fue mayúsculo. La interesada no ve televisión alguna en la franja horaria que su “ex” despegaba como estrella mediática. Sus únicos dos conocidos que podían dar la voz de alarma lo visionan esporádicamente con distinta suerte. Ambos comparten esa impresión que deja una frase como una nube en el cerebro. Algo así como “¿…esa cara…?”. De esas que suenan tanto que alguien despierta la voz de alarma prácticamente en el preludio que pasara a la historia de la televisión por el importe que percibió detrás de tanto rosco.

Efectivamente era el hombre. La llamada pone en aviso de lo que allí estaba ocurriendo, y la tormenta interior de la ex enamorada no ha hecho nada más que empezar.

Bienvenidos al mundo de la contradicción. Si acierta porque que listo es. O su antónimo, que vendría a ser algo así, como este hijo de su madre todo el día atontado por aquí y resulta que tiene un coco competitivo y todo. Bueno o directamente el escueto hijo de puta, que resume tanto.

Idéntico patrón se le puede aplicar a los errores en la sucesión de las letras del “rosco” en cuestión. Si fallaba porque era tonto, y tanto porro no puede venir bien. Y si acierta pues prácticamente lo podía hacer a pesar de él mismo. Coyunturalmente algún acierto o fallo fue auspiciado en su día por ella misma. Imaginen los comentarios. El abanico se abría desde, “eso los sabes porque te lo dije yo”, al “lo ves cabezota, si ya te lo decía yo”.

El premio final le lanzó a todos los periódicos nacionales, y alguien pasó a tomar otro tipo de protagonismo. Una semana infernal de esas de vayas por donde vayas alguien te va a mentar al susodicho. A partir de ahí, el debate interno de la respuesta académica, la alegría que debía acompañar al éxito de tu ex-pareja tapaba una irritación interna cada vez más complicada de ahogar.

No obstante la condición humana no es algo que uno pueda coger y esconderla para los restos de los restos. Cada cual sabe quién es, y andar ocultándolo todo el día es simplemente agotador. Y de todo punto imposible.

La semana de gloria mediática acabo en uno de esos “talk-shows” nocturnos del momento. Nada menos que había sido escogido para arrancar con el primer programa del serial. Una estrella de hoy y siempre, pero un programa más nuevo que la madre que lo fundó. Y un invitado que lanzó por allí el mismo mensaje que destilaba desde su posición de concursante de un programa que te deja poco margen para mostrarte a ti mismo.

Aún así, el que tiene personalidad, la tiene. Comentarios breves, apostillas, reconocimiento del error propio y del acierto ajeno. Detalles, de esos que uno va sumando e interpreta que lo que allí se mueve, no es un bobo sabiondo. No confundir.

Su mensaje fue apabullantemente humano. Desde la naturalidad baja los tonos de la colorida televisión. Para que los consumidores del producto se puedan reconocer, para variar. No está mal que todo el mundo toque tierra de tanto en vez, afortunadamente la vida no es un eterno desfile de “mamachichos” con exceso de plumaje.

Imaginen que el triunfador de la semana agarra el poema de Kipling y lo actualiza. Eso de mirar a la victoria y derrota con ese prisma que no les termina de dar demasiada importancia ni a una ni a otra.

La vida marca estas rutas. Y se puede triunfar en lo personal y lo profesional. Se puede fracasar. Se puede estar arriba y caer. Y después de caído lo mejor que puede hacer uno es levantarse.

Y en una de éstas, pues su novia le manda una carta a un programa de televisión, una situación financiera ajustada, y el espíritu de no decepcionar a quien tanto confía en ti, así como de repente.

Desde hacía años nadie terminó de hacerlo, y la sola presencia del apoyo incondicional le debe de hacer grande a uno.

Si crees lo consigues. Lo difícil es creer, claro.


Aquella noche caímos a la vera de un sofá. Esa noche tocaba cine. Mucho más apetecible una película en el porche, al abrigo de la noche de verano con un televisor digamos que por debajo del “standard”.

Los cines de verano no habían adaptado las necesidades tecnológicas del potencial consumidor. La silla del chiringuito para estar allí durante dos horas siempre se antojó como insuficientemente confortable. Por mucho que ese año lo hubieran llenado de cojines con una pinta de haber sido adquirido en un económico “chino” que no terminaba de acomodar todo lo necesario para que allí se sintiera el público cómodo. Hablando en plata, de mitad de película en adelante el público solía cambiar de posición de un modo aparentemente ordenado, en una secuencia de unos 10 minutos de media.

A favor de los cines de verano esa inexplicable sensación pública de colectivo. De un pueblo reunido alrededor de una película de Paul Newman, por ejemplo. Esa sensación de diversión compartida, y ese regreso a casa dejando claro a cualquier circunstancial viandante que pudiera tropezarse por la calle que él, desde luego, venía del cine.

Con la antena de la televisión esperando un técnico que colocara todo lo que debe en su lugar adecuado. El video se planteaba como única solución. Algunas películas antiguas se amontonaban en una de esas puertas de un mueble en madera de trazo digamos que clásico. Otros le dirían directamente anticuado. Alguno podría apuntar el término “vintage”. No cabe duda que un término más conciliador. Así de pronto, de época.

La solución de posibilidades que aquel cajón con algunas películas entraditas en años, ofrecía la siempre apetecible “La vida es Bella”, de Begnini. El café Irlandes de Stephen Frears, tan amable y vital, dentro de una atmósfera llena de problemas. Y el Cinema Paradiso de Tornatore.

Sin propósito de ningún tipo, y desde la perspectiva de una hamaca de hilo cubano y una tumbona aderezada con los cojines que vagaban por la casa buscando un lugar fijo, las tres películas se visionaron una detrás de otra. Y por el orden expuesto anteriormente.

La vida es bella refrescó ese punto de vista tan universal de ponerle buena cara al mal tiempo. De asumir todo tipo de restricciones con la naturalidad del que quiere exportar a su hijo una situación de normalidad que asombraba a propios y extraños. La vida echa un cuento. Un juego. Campo de concentración naif, donde todo el mundo se mueve al capricho del dado que mueve una ficha por el monopoli. Cambien las calles por barracones, la celda de castigo por lo que ustedes piensen, las estaciones podrían ser los campos de trabajo y el campo de concentración vecino, exclusivo para mujeres, y donde la amantísima esposa y dulcísima madre debería simbolizar la casilla de salida y de entrada.

Familia nuclear atomizada. Es decir, el conjunto individualista, algo que es blanco y negro, azúcar y sal, carne o pescado. Vamos que se está junto y separado. Se admiten todo tipo de visiones al respecto.

El conjunto de la familia saltaba los muros de espino, los nazis malísimos, y la disciplina tan firme y exigente como caprichosa. Esa suerte que algunos defienden que no existe se paseaba por cada esquina para marcar el destino de cada cual.

Esa visión deja el desenlace final sin el drama añadido de pensar exactamente lo contrario. Bueno porqué no pueden convivir ambos argumentos. Pero la visión de una familia separada con el horror, y agrupada por la fuerza extra que da el querer, el perseguir, la fortuna. Da como resultado un reencuentro de madre e hijo, de los de llorar y llorar. Y justificar en sí mismo la institución.

Algunas cabezas pueden hacer convivir ambos planteamientos. En cualquier caso si se disfruta cualquiera de ellos por separado ya merece la pena. Del guión, de la historia, del humor, las interpretaciones,… ni hablamos.

Vamos que película de palomitas. La noche ardía, calor por sus cuatro costados. Una breve incursión en la casa trajo al regreso algún comentario sobre la calorina concentrada en la vivienda. Ventanas abiertas y un viejo ventilador que fracasaba en su intento de refrescar algo. Mover el aire lo movía. Pero vamos aire caliente en movimiento. Parece ser que todo el mundo pensaba que el frigorífico era el lugar más habitable.

Con las pocas perspectivas de conciliar algún sueño, la proposición de visionar una segunda película coincidió con el acto de extraer la de Begnini del reproductor en cuestión, e introducir el café irlandés en su lugar.

En el entorno de una familia humilde, bebedora, alegre, numerosa, con adolescentes complicando lo ya complicado de por sí. Póngale una mano de pintura del catolicismo más irlandés-. E imagen la lluvia sobre un charco. Es decir más charco, pero igual de mojado.

Que si a un padre que exprime sus recursos para sacar a la prole adelante, se le queda embarazada la hija en edad de ello. Y el drama inicial torna hacia el avance personal de un padre que rompe el prejuicio inoculado, para montarse en la nube del amor filial y convertirse en la matrona a la puerta que suele ocupar el padre de la criatura.

Familia con problemas, peleada, mundana, cotidiana, común, absolutamente normal, si por añadidura tenemos adolecentes en el juego. Todos juntos en la desdicha, pero juntos. Además la desdicha va perdiendo plano por la evidencia de los que se quieren de verdad. Alegría y música final para seguir viviendo.

La sonrisa acompaña a los créditos finales de la película, y optimistas pero aún apabullaos por el calor se creó una de esas situaciones de las que no se sabía muy bien, si intentar conciliar algún sueño, o abrazar el trasnoche con todas sus consecuencias a través de la última película que quedaba en el mueble.

Alguien había visto Cinema Paradiso anteriormente. Pero parece ser que es una de esas películas que no debe importar mucho meterse de nuevo con ella.

Nostalgia, melancolía, amor y el despertar a la vida. Alguien que es lo que es por venir de donde viene, y que tarda décadas en regresar. Tarda tanto que ya no lo conoce. El éxito, la fama y el dinero barren el recuerdo. Cuando el recuerdo aparece pone en solfa todos los éxitos juntos, y su verdadero valor.

Maratón cinematográfico que no escondía el sempiterno sentir del no darse por contento con las largas historias contadas. Cuando una historia te atrapa nadie quiere que termine. Algunos incluso juegan a imaginar prolongaciones imaginarias que naturalmente tiende a alargar un final ya feliz.

El desvele estaba cantado, el calor continuaba, la cama no se mostraba como una opción apetecible y la ausencia de una cuarta película evitó el debate anterior a su proyección jamás sucedida.

Pero las ganas de seguir contando abrió un debate cinematográfico que perfilaba un juego que disparaba aquellas células que deben habitar en algún lugar que activan la capacidad para imaginar, ilusionar, fabular. Como todo en la vida se puede hacer mal o bien. El mediocre regular no se contempla.

Alguien se quejaba de cada final, que consideraba interruptus. Ese final súbito era el pasaporte de una ficción disfrutada. Convendrán conmigo que si alguien siente que algo se acaba es porque lo está disfrutando. La teoría opuesta, dentro de la categoría de los que hayan disfrutado la historia, sería el final cerrado, la constatación de que alguien contó lo que quería y que mejor no “meneallo”.

- Vamos a ver le espetó. Café Irlandés cuenta lo que debe. Y más en el momento que lo hace. Imagina la conservadora Irlanda en los 80. Entre la trasgresión del sus vecinos ingleses y el catolicismo defensivo del San Patricio de ese tiempo. Imagina que alguien se queda embarazada fuera de las estructuras clásicas. Madre soltera, con el aborto libre y legal a un par de horas en barco. Allí se reivindica la fuerza del amor, la unión de una familia que baila entre la tradición de una planificación familiar acorde a su tiempo, y unos vástagos que se abren a “gorrazos” paso entre esa tradición. Que importan los vecinos, que importan las circunstancias. Nos queremos, viene uno más, pues más amor en todas las direcciones. Fueron felices y comieron perdices.

- Si bueno, pero que pasa con esa familia. Como crece el niño. Se parecerá al engendro descorazonador de su supuesto padre biológico. El abuelo ejercerá como padre referencial de su primera nieta.

- Bueno sí, ya estamos. Tú tira del hilo y verás a los vecinos reconciliándose con la familia, a los orgullosos tíos hacerse gente de provecho, la madre se apañó un par de horas diarias para acudir a la universidad nocturna, y el bebe acabará siendo primera de la promoción de la universidad más pomposa del Reino Unido. O simplemente Billy Elliot. El abuelo toma unas pastillas en un herbolario que le devuelve a los 25 años, y ejerce como padre disparatado de todos sus nietos con la energía y autoridad de su propio padre

- Hombre esa no es la idea. ¡Qué te embalas!

- Pues mejoremos la cosa, todas las adolescentes del barrio abrazan la idea de ser madres solteras, porque así todo lo prenatal será mucho más divertido…

- Para, para…

- ¡Pues ahora no paro! Salto a Cinema Paradiso. Como alargas una película que habla del tiempo perdido. Los años que pasaron nunca regresarán. La nostalgia recupera una niñez y adolescencia idílica.

- Bueno eso es una tendencia habitual de la nostalgia. La tendencia suele ser extraer el buen recuerdo, pintarlo de rosa y tapar las oscuridades.

- Sí, pero, salta de la adolescencia hacia la madurez avanzada. Décadas en el exilio, y el remordimiento de haber perdido ese tiempo. Como sacarías tu eso adelante.

- Bueno el regreso estaría cantado para empezar.

- Naturalmente. Una casita por todo lo alto, su primer amor vuelve para convertirse en el último y definitivo. Su madre resucita para pasar a ser su eterno huésped, y monta un cine, mejor una franquicia, con el mismo nombre donde proyectó sus primeras ilusiones.

- Pues no estaría mal.

- Que conste que a mí también me gustaría la idea. En este caso el amargo del pomelo no resulta nada satisfactorio y la deuda quedará pendiente para los restos. Me gusta pensar que todo tiene solución pero en la vida hay cosas que no las tienen.

- Sí pero es cine…

- El buen cine puede ser como la vida o no. Pero si apuestas por ello está bien que lo muestres, y que se puede tomar como enseñanza vital.

- El valor del arte. Ejemplarizante, y toda esa historia que imagino que vas a contarme.

- Pues está bien aprender del cine, de los pájaros, de un árbol, de un edificio o de una pintura.

- No, si tienes razón, en ocasiones se toman decisiones, se abren caminos de no retorno. El que elige se equivoca, y acierta. Sin embargo, el mayor riesgo puede que sea no arriesgarse.

- ¿Recuerdas el día que fuimos a ver Deliciosa Martha al cine?

- Imborrable recuerdo. Maravillosa, sencilla. Gusto visual, una película que desarrolla el sentido del olfato. Sencilla y potente. Tierna y enérgica.

- ¿Te acuerdas que me dijiste cuando salimos del cine?

- Pues imagino que me quejaría de un final inacabado. Siempre lo hago.

- Pues, en esa película lo que había que contar se contó. La vida después de abandonar el restaurante que les unió con la sobrina huérfana de madre. Los 3 conforman una familia tan completa como la que se entiende como tradicional.

- Sí , sí, ya recuerdo. El reencuentro, la boda, las obras en el nuevo restaurante, el exilio a Italia se resuelve en apenas 5 minutos, cuando es lo más bonito que ocurre en las casi dos horas que propone el metraje.

- Eso es, pero en 5 minutos se apoya en la envolvente y dinámica Country de Jarret para contar lo que no se cuenta. Una canción puede contar tanto como una hora de cine, o 500 páginas de novelas. Puede ser que la mayoría de ellas no cuente tanto como esa canción acompañada de una imágenes de fondo.

La conversación que allí aconteció nos despertó a mi impar y a mí algunos enfoques que jamás nos habíamos planteado. Un gesto sin palabras invitaba a mi compañera a que me expresará su opinión de todo lo que allí se estaba barruntando.

De nuevo, reapareció el laconismo lúcido. Cuando uno más se fía el demoledor golpe puede volver a aparecer. Después de varias jornadas de complicidad, de expresividad, de sentimiento a flor de piel, la conversación se cerraba con un escueto planteamiento sin posibilidad alguna de réplica.

Las historias deben acabar cuando no tiene sentido alargarlas. Alfa y omega. Principio y fin. Los soñadores nos agarramos a la eternidad para prolongar lo que nos apetece. Pero si no nos gusta lo mejor que podemos hacer es darlo por terminado. Lo que está bien contado está bien contado, ni moverlo. Lo que está vivido está bien vivido. Pero siempre es bueno cerrar lo que no tiene sentido que siga abierto.

El trasnoche trajo una mañana de sueño. Mucho se oían unas camas que anunciaban vueltas y vueltas buscando una postura que no aliviaba calor alguno.

Ese día no habría playa, y la ausencia de viento presagiaba que por allí no pasaría nada. Imagino que tanto como en cualquier otro lugar por mucha revolera que se mueva en el entorno inmediato, la estela deja el rastro de que algo pasó por allí, lo que fuera está en la cabeza de cada cual. O más bien, para completar el proceso, lo que esos ojos vieron. Luego, los óculos dejan la información en manos de los neurotransmisores que toquen, y el cerebro lo enfoca como apetezca.

Poco o mucho que pase. Quizá todo dependa de si el enfoque es interno o externo. Lo que le pase a cada cual desde dentro puede ser la vida entera, desde fuera pudiera parecer que no se mueve ni el viento.

El calor, el cansancio de los días y las playas. De algún modo se respiraba el esfuerzo de las vacaciones. Normalmente circunscritas bajo el paraguas del descanso, el reposo. La relajación en muchas ocasiones se convierte en una actividad más dura que el rutinario pasar de los días habituales. Incluso muchas relaciones temen estos días. Veinticuatro horas diarias se antojan demasiadas para algunas convivencias. El día por delante se muestra como un amplio hangar donde sobra espacio para las cosas que a cualquiera se le puede ocurrir hacer sin caer el desánimo, el aburrimiento, la irritación o simplemente el hartazgo.

Un periódico del día anterior sacude la arena playera de la jornada precedente con un pasar de hojas constantes. Primero, de atrás adelante, y viceversa. De nuevo atrás. Las hojas pasan casi de un modo nervioso, quizá hipnótico. Parece que los ojos no quieren a ninguna página en especial. De pronto suena con tono enfatizado, casi teatralizado. Diría que con un acento extraño, casi parecía el narrador de algún dibujo animado con fondo del Parque nacional de Yellowstone. “Cuando soy buena, soy muy buena. Pero cuando soy mala, soy mucho mejor”.

Desde la otra habitación irrumpe una voz mucho menos afectada preguntando directamente:

- “¿Qué has dicho?”

Con tono igualmente afectado se repite la frase. En esta ocasión, recuperando la voz habitual del interlocutor concluye con un “Mae West”.

La voz toma cuerpo, y aparece con cierto brío por la puerta que daba acceso a una habitación en la que de fondo aparte del ruido que desprendía el periódico atrasado en su pasar de hojas, susurraba una televisión con un volumen imperceptible. El interrogatorio proseguía.

- ¿Pero, por qué dices eso?

Alguien trataba de buscar una razón que justificara la emisión de la máxima en cuestión. El emisor con ojos que querían evitar adoptar cualquier pose que justificara tal ademán, esgrimía que la frase era histórica, y que era realmente buena, que se la había tropezado en alguna ocasión, y que su actitud era siempre reproducirla en voz alta. Dependiendo del foro afectaba más o menos la entonación.

- ¿Y quién es la Mae West esa?

Sin preguntarlo de nuevo explícitamente, aún sospechaba una motivación que simplemente pudiera ser que naciera desde un humor ligeramente condicionado por un día de calor agobiante, una noche noctámbula y mal dormida y un día sin demasiadas expectativas.

No apetecía nada. Y cuando no apetece nada, la discusión aparece siempre como una posibilidad.

- ¿Mae West? Así muy rápido, una especie de Marilyn neumática. Anterior y posterior. Escandalizó a los puritanos “yankees” antes que nadie, y desde el anonimato murió como una honorable anciana. Tiene varias frases célebres llenas de dobles sentido y provocativas. Amante de la vida disoluta, parece ser que era consecuente con sus frases.

“Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes”, o “La cosas buenas en exceso pueden ser maravillosas”. Así a vuela pluma se me ocurren esas, pero si te metes en el google puede redondear al personaje.

- ¿Y porque has dicho esa frase?

- Eduardo Mendicutti que siempre anda con este tipo de zarabandas literarias. Parece ser que se recrea en el mito para realizar una crítica a los valores actuales. No te voy a leer todo lo que pone aquí, pero viene a decir que nuestra generación es incapaz de enriquecerse culturalmente y espiritualmente a partir de lo que somos, preferimos ser otros, y eso sólo lleva al descontento.

Las caras se relajan, la próxima discusión parece que retrocede y se dilata en el tiempo. Las caras abandonan tensiones innecesarias, y después de unos segundos de silencio forzado, alguien pasa página buscando algo que de nuevo algo preste su atención. Aquello se turba con el sonido de una cafetera que pide clemencia, una puerta de frigorífico apresuradamente cerrada, y de pronto, un teléfono. Tan oportuno.

Una conversación que cerraba una cena bajo la luna. Barbacoa de pescado, ensalada y helado como hoja de ruta. Excusa para conversar el calor que hacía y las horas que aplastaban.

Día intrascendente. Alguna breve escapada a un supermercado buscando vegetales y helado. El pescado vendría por otro lado. Jardín, siesta y algún breve remojón en una piscina. Televisión de fondo, y cuando la intrascendencia del día quedaba colgado de la suerte de la conversación esperada, un canal de noticias reproducía una y otra vez fotos de Bin laden. Casi 10 años después de acontecimiento que le situó como uno de los grandes matarifes de la historia parecía ser que finalmente la presa había sido cazada.

Más de 12 horas después de que todo se desarrollara, por allí tomábamos conciencia. Un día átono para nosotros, un día histórico para el resto del mundo. De pronto, la atención enfocaba el acontecimiento con avidez, pero todo lo que se sabía no llegaba a los 5 minutos de información. Un barrio residencial de una ciudad de retiro pakistaní, Abbotabad. Dos helicópteros. Un comando de SEALS, un tiroteo de 40 minutos. Gerónimo abatido por un tiro que debió entrar por un ojo. Y a partir de ahí, un “entierro” marino para ¿respetar las costumbres musulmanas? Imagino que el SEAL de turno lo arrojó al Mar Arábigo mirando a La Meca. Y las ganas de todo el mundo de saber más. Lo rancio, lo curioso, lo vecinal de cada cual sale para querer presenciar cómo ha acabado el malvado. Especulaciones y dudas que surgen en la cabeza de cada uno, o no. Y los noticieros no avanzan. Basta con la notica, las mismas imágenes una y otra vez. El mismo mensaje repetido hasta la saciedad, como fijando la lección. Y eso sí, noticias de color alrededor del hecho. Celebraciones mundiales, opiniones por todos los lados, y mucha noticia sobre los preparativos y realización del asalto final.

Todo el día sin hacer nada y de pronto duchas apresuradas para poner en marcha las brasas cuyo objetivo era alimentar a los comensales por venir. Punto y final para el pescado por venir.

Por allí comenzaron a llegar los invitados. Alguno estaba oficialmente empapado del acontecimiento del día y algún otro vivía en la más absoluta ignorancia. Todos habían desarrollado su día acorde a los planes previstos. Bajo la premisa de andar por la sombra.

La duda saltó en la conversación. Pero por qué tanto oscurantismo. Por qué a Sadam lo expusieron como un fantoche y a este lo tapan. Por allí se razona algún argumento medio lógico que tiene pinta que alguien más acreditado ya ha esgrimido anteriormente. La intención de no crear un santuario histórico. La intención de no revolver lo ya revuelto. Si lo exponen fortalecen el mártir.

Alguien musita la posibilidad de que no sea él. Alguien replica, bueno, que si no fuera él imagina el desastre de una alocución mundial del afectado en Al Jazzera.

Y si todo estuviera pactado, o mejor, y si se hubieran equivocado y fuera interesante permanecer escondido y fallecido. Lo que no se busca no se puede encontrar,…

Y si todo lo que se ha escrito por aquí fueran meramente pura especulación estúpida sobre un hecho del que se sabe poco, se sabrá poco más. Y por abundar, todo lo que se sabe o se sabrá está lleno de matices interesados que farfullan todo lo ocurrido y de paso lo que está por ocurrir.

Alguien mastica una versión que suena más lógica. Gerónimo está cazado, pero después de 10 años tras él, cuesta pensar que en menos de 12 horas lo hubieran arrojado al inclemente mar. Con la ciencia desbordando posibilidades “investigatorias” porqué negarse a sí mismo algún avance superior al cacareado análisis de ADN para confirmar su identidad. Todo esto realizado por las eminencias de un cuerpo de asalto norteamericano. Todo muy eminente. No se lo creen ni ellos.

En realidad pura especulación. Pero valía para combatir un calor que remitía ante un sol en retroceso, sombras más generosas y una brisa benefactora que animaba la conversación.

El nombre de Gerónimo trufado en aquel conversar propició la pregunta oportuna.

- ¿Gerónimo?

- Sí hombre, un clásico en las acciones armadas de los americanos contestó alguien. Por cierto, desde EEUU ya se han escuchado quejas de sus descendientes por escoger el nombre asociado a tamaño asesino. De paso cuando venía en el coche alguien comentaba en la radio que se utilizó el nombre por primera ocasión en la segunda guerra mundial para azuzar a las tropas en alguna batalla importante del Pacífico. Después esa clave se utilizó en varias ocasiones, pero la historia del personaje que trajo en jaque a “yankees” y mexicanos a finales del SXIX concluyó con su confinamiento en Oklahoma. Desde allí el gran jefe escribió una famosa carta a Theodore Roosevelt pidiendo que le dejaran terminar sus días en paz, que en realidad él había defendido el cielo y la tierra de su país.

Otra voz cruzaba la disertación del que todo lo diserta, aludiendo a un libro que leyó hace tiempo que enmarcaba el nacimiento del ecologismo en el sentimiento indio-americano.

- ¿Los primeros ecologistas no?

Pues parece ser que los primeros ecologistas y de paso personajes circenses que aparecieron recorriendo Europa a comienzos el S. XX. Mostrados como si fueran el hombre elefante y la mujer barbuda.

El olor del pescado en las brasas dejó trascendentes conversaciones para otra ocasión. En realidad todo era una excusa para aliviar un día que cada cual acogió en su cabeza lo que le iba dando la gana.

Buscando fresquito, comida, olores y sabores. Algunos colores y otros se buscaban a sí mismos.

Los yankees buscaban a Gerónimo y lo encontraron. Otros buscaban el respeto para sus antepasados, pero si no lo tuvieron en su día nada hacía pensar que lo fueran a encontrar ahora. Algunos salieron a buscar pescado y allí estaba, con la ensalada y el helado con unos barquillos de galleta.

Todos buscaron la sombra, y la inmensa mayoría algo que hacer con ese día. Sólo alguno se lo encontró porque pasaba por allí, pero bien mirado, algo haría para tropezar con la ruta.

Todos buscan algo. Algunos lo encuentran. Pero lo que no se busca no se puede encontrar. En cualquier caso, lo único que cada cual se puede reprochar es la ausencia del sentido de la búsqueda. En ocasiones la corriente te deposita en el lugar que debes.

La búsqueda en ocasiones tiene que ver con el movimiento y en otras no. El que quiere buscar lo hace desde dentro, no desde fuera. Es como la libertad. Se tiene en el alma, en el ser.

Se puede ser menos libre cruzando el Índico en el velero más bohemio del mundo, que confinado en una reserva federal de Oklahoma.

Sí, de acuerdo, mueves el paisaje, pero lo único que haces es cambiar de vecinos. Pero si lo haces sin buscar nada estás tan atrapado como en la reserva federal de cada cual.

2 comentarios:

misterika dijo...

"No sabía que era El Camino, ni mucho menos, identificaba el camino que me indicaba la sabia bota. Asumí que sin caminar nunca lo entendería. La anciana bota también me dijo que comprender era solo cuestión de tiempo. Que lo importante era andar, y que pasara lo que pasara siempre anduviera hacia adelante."

Eso me da animos a subir las cuestas mas dificiles y tus pensamientos a veces se repiten en mi cabeza como si escondiesen algun mensaje importante que he de descubrir para cambiar algun...en fin ..quee me influye si lo adapto a mi mundo.

Yumi Sayaka dijo...

A ver si esta vez soy capaz de publicar mi comentario.
En definitiva, que me ha encantado, dedica más tiempo a entretenos a los demás y menos al atajo de sabandijas que te rodean demasiadas horas al día.
Espero tener ocasión de conversar con más tranquilidad, sobre cosas de éstas, y que no linden con lo laboral. Que allí solo hay tiempo para embrutecerse, a ver si una cañita de verano o algo del estilo, aunque con ese horario, un biberón de leche con avena, sería más adecuado.
Un abrazo